martes, 10 de junio de 2014

La elección final...


En 1958 se eligió al primer presidente del Frente Nacional. Recuerdo, con apenas cinco años de edad, salir de la mano de mi madre a la Avenida El Dorado para ver una caravana (cara vana) entrando a Bogotá, presidida por una gigantesca fotografía en blanco y negro del seguro primer mandatario de esa serie que comenzó a adormecer a los colombianos con respecto a la necesidad y el derecho de ser protagonistas de su destino. El siguiente gobierno, el de Guillermo León Valencia, tomó por sorpresa a mi familia: mi padre, entonces catedrático de la Universidad del Valle y Representante a la Cámara por el Chocó, quien fue nombrado por el "cazador" como gobernador de su terruño. Recuerdo su alegría al pensar que tenía la oportunidad de hacer algo por un departamento que ya entonces era el más olvidado por los gobiernos "nacionales". Recuerdo también que debió renunciar antes de cumplir su período, y que hizo cuentas de presidiario al dejar el cargo (sabía cuántos años, meses, días, horas y minutos había permanecido en su cargo), las cuentas que hace quien dedica su tiempo y su inteligencia a tratar de cumplir con un propósito que no es el suyo sino el de gentes huérfanas, en un país cuyos gobiernos decidieron aprovechar la miseria para consolidar una casta de politiqueros hambrientos, negociantes de la necesidad y, por ello, necesariamente corruptos. Se hablaba entonces de "los lentejos", expresión que se aplicaba a quienes se dejaron comprar con puestos y prebendas para asegurar lo que hoy llaman "gobernabilidad" los capataces de nuestra más que precaria "democracia".

Herencia del Frente Nacional es la abstención, y son herencia también el desprestigio de la acción política, del discurso político, de la reflexión política y del análisis político. Sumidos como estamos en el desbarajuste y el peor "mass-mediatismo", los colombianos vivimos un momento crucial para el país al mismo tiempo que padecemos de la mayor inconsciencia de nuestra historia: los comuneros de 1782 sabían que luchaban contra los altos impuestos y el mal gobierno de los representantes de un rey que no sabía (como no saben quienes han gobernado el país durante los últimos setenta años) qué pasaba en "sus dominios". Lo más grave es que acabamos de votar por un grupo de candidatos (algunos candidotes), entre los cuales hubo quien se atrevió a plantear como disyuntiva la escogencia entre "políticos" y "no políticos"...

Creo que el desprestigio de la política en Colombia beneficia a los herederos del Frente Nacional. El clientelismo, el compadrazgo, el cohecho, el padrinismo, el soborno, las lentejas (hoy la mermelada, el nombre es lo de menos), la mentira y la calumnia, el tráfico de influencias y mil males más que se han hecho costumbre entre quienes crean cada vez más nuevos "partidos", acceden a corporaciones públicas, dirigen organismos descentralizados, son nombrados en cargos diplomáticos y, en fin, "mandan" en Colombia (porque mandan a joder al 98% de los colombianos), han hecho de la política una práctica innoble, despreciable y digna de la más grande condena.

Si hay que elegir, entonces, no hay más opción que la de procurar que haya otros modos de actuar en el escenario político. Es decir, el imperativo para los colombianos no es otro que confrontar prácticas (que no discursos, ya que cualquiera inventa un modo de agradar), y romper tradiciones (como aquella de actuar a la manera de las avestruces asustadas). Habrá que arriesgar hablando con quienes están a nuestro lado, intentando aclarar ideas o llegar a la necesaria confusión que hemos evitado.

Nadie ha dicho que la política debe ser simple. Si alguien lo cree así, de seguro que se trata de quien vive de ella o de quien, en un extremo opuesto, la padece.

Cuando se elige se corre el riego de cometer errores. Siempre pasa, y vamos aprendiendo de a poco, muchas veces recolectando cicatrices. Pero en Colombia no estamos ante fenómenos nuevos: hay una historia que se viene repitiendo desde los tiempos de la "Patria Boba": aquí el "juego" se trata de que hay gatos y hay ratones.

Uno puede aceptar que haya juegos de poder, luchas por el poder, afán de lucro. Lo grave, lo tremendamente inaceptable e inmoral, es que además de querer disfrutar del poder haya quienes quieran obligarnos a creer en un Estado que no se ha podido construir, en una Patria que no existe más que para la defensa o la búsqueda de prebendas de los siempre encumbrados. ¡Qué triste escuchar a un gobernante hablar de los intereses superiores de la patria, cuando esa misma patria es aquella que beneficia a su familia! ¡Qué tragedia tener que soportar a un gobernante que te dice cómo pensar, cuándo hacer el amor, o dónde invertir (si puedes, porque la palmicultura es muy costosa).

Sé que los señores del azúcar, en Valle del Cauca, acabaron con las pequeñas fincas de cientos de campesinos para apoderarse de sus tierras. Corrían cercas, cambiaban el curso de algunos ríos, empujaban su ganado para que destruyera alambrados y pisara cultivos. Así se hicieron Riopaila, Castilla, Providencia, Manuelita, Central Tumaco, Colombina, los grandes ingenios y trapiches de los señores de Asocaña. La guerra se la inventaron quienes hoy se lucran con el producto de las tierras de cientos de miles de campesinos: a quienes no pudieron hacer vender los convirtieron en víctimas de bandidos (antes de ayer "pájaros", ayer paramilitares, hoy miembros de "bacrim", mañana "centro-demócratas").

Esta vez no hay retorno. Aporto algo de memoria, algo de información. Tampoco hay tiempo.

Toca elegir.

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