jueves, 31 de mayo de 2012

El patrón del mal...

Una "gran producción" de la televisión colombiana, una mirada al pasado reciente del país, una forma de rememorar episodios que a los colombianos nos irritan, nos abochornan, nos indignan, nos avergüenzan...

Se vende la idea de una televisión que hace una labor social recordando males, con la idea de que no sería bueno que la historia se repitiera. A Escobar lo llaman "el patrón del mal", y alguien de la producción televisiva advierte que este individuo era la más terrible expresión de todo lo indeseable de la especie humana. Y se insiste en que se intenta dar luces sobre un pasado que la generación más reciente de colombianos no conoce.

Escobar, entonces, resulta ser un sujeto atípico en un país de gente buena. En la generalización, quizás bienintencionada, se oculta la verdad de que en este país hay bastantes "malos", sobre todo entre las mal llamadas clases dirigentes, quizás las más directas responsables por la emergencia y el crecimiento continuo de fenómenos como "la violencia", el narcotráfico, el paramilitarismo, los desplazamientos de poblaciones, la miseria, el analfabetismo...


Escobar tenía que existir en un país en el que hay un cerco de barbarie acorralando al ochenta por ciento de los habitantes, en una "patria" que casi nadie siente (patria es un término amorfo y excluyente; no en vano Borges afirmaba que "la patria es la infancia", porque la "gran patria", esa de la que hablan un himno o una bandera, pertenece a unos pocos, aquellos que tienen títulos de propiedad y escrituras de los territorios, las industrias, las explotaciones y las empresas que producen la riqueza).

Lo que no dirá la producción (y celebrarán los no mencionados) es que Escobar es el fruto de la corrupción política y empresarial de Colombia, del desarraigo de millones de campesinos provocado por una violencia que convino desde sus inicios a los grandes terratenientes de Tolima, Cauca, Valle, la costa atlántica..., de quienes feriaron el país para montar negocios alimentados con sangre.

¿Qué puede hacer un campesino del Norte de Valle del Cauca si los dueños de los grandes ingenios azucareros desvían el curso de un río para inundar su finca, o tumban cercas para que el ganado de los hacendados poderosos pisoteen sus cosechas? Tal vez vender su finquita y buscar en una ciudad refugio y mala vida para sostener su familia. ¿Qué hace un tumaqueño a quien una marejada de 1983 barrió su casa y le dejó apenas arena y agua salada como conexión con el mundo? Quizás se dedique a tumbar mangle para fabricar carbón, quizás se emplee en una granja palmicultora para cosechar el fruto que desplazó la selva húmeda de su región porque algún funcionario venal se la tituló a unos empresarios de la sierra.

No hay que ir muy lejos para constatar que un gran porcentaje de los colombianos anda buscando cómo subsistir. Hace un año, o dos, o un mes, habrán desalojado a cientos de "invasores" en algunas ciudades: eran antiguos propietarios de pequeñas parcelas que cultivaban y vendían frutas. Los "fueron" con balas y con motosierras, con INCORA y Ministerio de Agricultura, con Alcaldes y Gobernadores, con Congresistas que legislaron para que dejaran de ser pequeños y honestos propietarios de un pedazo de tierra. Ya les habían condenado a no educarse, a morirse de malaria o por enfermedades diarréicas o por infecciones respiratorias.

Nuestra gran producción televisiva no dirá que Pablo Escobar es el producto de una clase política que aprovechó las habilidades de un malandrín para financiar sus campañas, para conocer la cocaína y otros vicios, para conseguir dinero fácilmente sin tener que dar la cara ni enfrentar líos con la justicia (que también vendieron, por si acaso).

No dirá que mientras no hubo escándalo muchos medraron a la sombra de la confusión que ellos mismos se encargaron de sembrar. Han desaparecido miles de fotografías, ya no hay registros de la complicidad, pero otros colombianos sabemos que los Escobar y los Gacha y los Santacruz y los Rodríguez Orejuela y los cientos de segundones de los anteriores y los hijos de los hijos de ellos seguirán existiendo, porque este país no ha cambiado.

Un programa sobre Pablo Escobar hoy, como nos lo presentan, es un modo de disculpar a todos los cómplices que tuvo.

El verdadero patrón del mal es el ordenamiento que tenemos, es hijo de los políticos que elegimos, de la sociedad que permitimos.

Bogotá, mayo 31 de 2012

jueves, 24 de mayo de 2012

Al revés puede ser (mejor, más claro, cierto)




Lo más curioso y emocionante es que por esta vez decidí comenzar por el título, opción que desaconsejo cotidiana y semestralmente a mis estudiantes de la Universidad Central, entre otras razones porque —como pude y supe decirles alguna vez— los títulos anticipados imponen rutas que quizás no sean las que un buen texto decida, y nunca se sabe cómo será el bebé que concebimos hasta no verlo con pies y manos y demás atributos y extremidades reconocibles de la especie.

No es que rechace de entrada los hábitos, sólo que con los años uno comienza a desconfiar de las rutinas (son tan aburridas después de ene mil repeticiones…) y a querer asomarse al otro lado del espejo para ver si quien vemos es quien somos o viceversa.

Apenas en una reciente clase se me ocurrió hablar de lo importante y necesario que puede ser el atreverse a la tontería de conversar con esa imagen que nos mira fijamente cuando entramos al baño con intención de lavarnos las manos, o la cara, o los dientes. Si se quiere, mejor todavía que nos decidamos a iniciar un interrogatorio inquisitorial, al final del cual quizás lleguemos a enterarnos de las razones de nuestros innumerables y frecuentes fracasos en el camino por hacer de las fantasías un poco de realidad.

Me encantan los alrevesados, tanto porque envidio a quienes logran torcerle el pescuezo a la normalidad como porque en los dominios del lenguaje he encontrado verdaderas perlas, de aquellas que jamás podrán cultivarse en fincas de acuicultura por más biólogos y sofisticaciones tecnológicas que se inventen.

Mi palíndroma preferida siempre será RECONOCER, palabra hermosa si las hay porque dice lo que dice al derecho y en reversa, como la gente que de verdad se asume y se muestra ante los demás como de una sola pieza, y no niega lo que es ni lo que quiere decir aunque la vean de espaldas, o en contravía, o como quiera que la vean si es que la quieren ver.

La alrevesofía (que puede ser una variante de la contralogía o de la mera indisciplina contumaz de quienes no quieren entender, porque entender es casi siempre aceptar y no estamos para validar un mundo que nos pesa por pesado y por triste) se nutre de palabrejas y frases que son capaces de mostrar otros rostros de aquello que llamamos realidad. El maestro Estanislao Zuleta (colombiano, que no por ello incapaz de auténticas contravenciones a órdenes insulsos y hasta abominables) supo hallar vacíos en formulaciones como aquella de que “La verdad os hará libres”, tallada en piedra como si mereciera la inmortalidad y la recordación de una y todas las naciones del orbe: simplemente afirmó que es la libertad la que posibilita que los humanos seamos verdaderos, es decir ciertos y consecuentes. Es la libertad la que nos hace verdaderos, porque en un ambiente realmente abierto y democrático estamos obligados a dejar de fingir y no habrá normas ni obligaciones ni etiqueta que te diga cómo o por qué pensar, decir o hacer lo que te venga en gana.

Mi hallazgo en materia de sentencias memorables que merecen la mirada en reversa tiene que ver con ideas como aquella de que más vale pájaro en mano que cien volando, sospechosa forma de validar la razón instrumental, o de traducir la maquiavélica afirmación de que el fin justifica los medios. Como va el mundo, más valen cien pájaros volando sin la amenaza de la extinción, como saben muy bien los amigos de la Asociación Calidris, ganadora del premio Pablo Canevari.

Cualquier deconstrucción de máximas, refranes y sentencias lleva a hallazgos interesantes, sobre todo si uno se sitúa del lado del juego, que es también el lado de la reflexión y del riesgo, esa otra forma de andar en contravía. Quizás lleguemos a saber que en nuestro medio el que menos corre termina por perder opciones, que los últimos siguen siendo los desheredados o los desplazados, que quien más abarca seguramente es porque aprieta a otros…

Se pueden proponer más, muchas más, y quizás con el ejercicio que supone el atreverse a pensar al revés podamos hallar unas cuántas certezas sorprendentes, y con un poco de suerte hallarnos un poco.

Bogotá, mayo 24 de 2012

martes, 15 de mayo de 2012

Día del Maestro (en Colombia)

Tuvimos un día más que movido. En el salón 503 de la Universidad Central (Sede Norte) mis chicos redactaban su ensayo final del curso "Construcción de Textos" cuando explotó la bomba. La ventana de atrás del salón me permitió ver un humo gris, y volví luego al grupo extrañado, estupefacto y aterrado. Pedí calma y fui a la ventana, y después decidí que había que correr a los salones que dan hacia el costado sur del edificio para poder saber qué había ocurrido: vi la buseta destruída (pensé que era el blanco de los terroristas) y un par de carros afectados en sus costados, teñidos de añil y despedazados sus costados. Después llegaron decenas de transeúntes curiosos y algo más tarde una ambulancia, un camión de bomberos y muchos agentes de la policía.

Por otro lado, y algunos minutos más tarde, dos o tres alumnos de semestres pasados me ofrecieron sus abrazos en el día del profesor.

A mis seis años de edad la señorita Elvira Camargo visitaba mi casa cada día, en el barrio El Recuerdo, para darme las primeras herramientas "académicas" en la vida: con ella aprendí a leer, sentado a la mesa del comedor de una casa que todavía añoro (la casa de mi sarampión y mi tosferina, enfermedades que me permitieron disfrutar de muchos cómics, un tipo de lectura que seguramente alimentó mis sueños).

Estuve en el colegio del Virrey Solís, dirigido por el implacable y enorme Fray Bernardo Angel (falleció hace un poco más de un año), un franciscano con voz de trueno a quien alguna vez engañé con el invento de que fingía fumar con tizas en los paraderos de la Calle 54 con carrera 7, donde esperé el transporte escolar durante dos años, antes de ser exiliado por "mal estudiante" a un internado en Facatativá y luego al Seminario Conciliar San Pedro Apóstol, de Cali, donde aprendí el gusto por el latín y las etimologías (que no el latín ni el saber de los etimólogos) y conocí al maestro Jaramillo, quien para sus estudiantes era apenas "Don Quijote", un estricto ortógrafo a quien seguramente debo la impecabilidad de algunos textos.

En el Virrey me encontré con Marín, Enciso y Betancourth (este último un huilense amante de la historia y la geografía). Con ellos aprendí bastante de gramática, caligrafía y algo de lo que ha hecho de este país lo que aún sigue siendo.

El seminario era un sitio bastante particular. Había muchas restricciones, pero también licencias para explorar territorios como la biblioteca, donde a mis doce años descubrí las Novelas Ejemplares de Cervantes, cuya lectura animó al cura Gómez a sugerirme que escribiera una parodia de el "Coloquio de los perros", tal vez mi primera producción literaria.

Diré que fueron maestros mi hermana y mi cuñado "de ocasión" (ella y él se separaron muy pronto), porque entre los libros que expropiaban a las librerías caleñas me encontré con muchas de mis mejores lecturas de juventud.

Por cuenta de mi escaso "espíritu seminarístico" terminé matriculado en el Colegio de Cárdenas (Palmira), donde finalmente pude hacerme bachiller. De allí recuerdo al profesor Insignares, un médico frustrado que terminó enseñando anatomía, a Edgar Londoño (profesor de química orgánica, un tipo paciente, metódico y amable), a Arcesio Betancur (con clases de trigonometría, materia que hacía fácil y amena).

Mi universidad me regaló a Jesús Martín, a Hernán Lozano (mi maestro de maestros), a Estanislao Zuleta (a quien conocí mejor cuando alguien tuvo la feliz idea de entregarme setenta casetes de audio y más de mil hojas mimeografiadas para que transcribiera sus clases y sus conferencias registradas por entusiastas escuchas de sus charlas y sus clases), a Guillermo Restrepo (un matemático genial, creador de una maestría en matemáticas puras), a Germán Colmenares (uno de los impulsores del movimiento de la Nueva Historia), a Jorge Enrique Villegas (filósofo por vocación, maestro grato y amigo).

Hernán Lozano me hizo sentir ganas por enseñar, pues me tomó como su monitor apenas cuando cursaba el tercer semestre de mi pregrado. De monitor pasé a docente en una academia de carreras intermedias y desde entonces no he podido dejar de emocionarme cuando converso con la gente que anda en búsqueda de caminos.

He trabajado en muchos campos (aún en campos de algodón, en Andalucía, Valle del Cauca, o en el campo de la venta a domicilio de moras, en Palmira, y en las calles de la zona industrial de Bogotá vendiendo abrasivos), pero pocas veces he sentido la satisfacción que provoca el reconocimiento de un estudiante que agradece el encuentro, porque la docencia no se funda en el saber de un personaje que impresiona a alguien sino en la capacidad de seducción con respecto a determinados asuntos, con el éxito en la provocación a personas que aceptan interrogarse a sí mismas, con la confusión debidamente sembrada en unas mentes que el fin encuentran razones diferentes a las que validan las verdades de las ciencias para pensar el mundo.

Feliz día, alumnos!!!

jueves, 10 de mayo de 2012

Sobre expulsiones y mudanzas

Apenas ayer, 9 de mayo de 2012, me entero de que mi grupo de Facebook "Textos para Compartir" ha sido "migrado", expresión que en el lenguaje de los enmascarados dueños de ese espacio virtual significa que no hay grupo, o que quienes hacían parte del mismo han sido ignorados y desterrados tajante e inconsultamente. Tampoco el administrador del grupo (el suscrito) pudo enterarse de la mudanza interna, aunque sí pudo comprobar que de ciento cincuenta o más lectores asiduos sólo le dejaron cuatro (incluido él mismo, quien para mirarse prefiere los espejos).

Facebook demuestra que su concepto sobre sus usuarios se sustenta en el crecimiento exponencial de sus cuentas, sobre todo de aquellas que dicen poco pero provocan muchos "clics": las de quienes cambian fotografías del perfil cada semana, las de quienes añaden imágenes de cada almuerzo y cada evento al que asisten, las de quienes suponen que es importante decir que se levantaron con el pie derecho esta mañana y con el izquierdo ayer y piensan usar los dos pies para su ingreso al mundo cotidiano mañana...

Expulsaron, negaron, suprimieron los contactos. Una forma de censura, o la manifestación más simple e imbécil de la arrogancia de los enmascarados. Una amenaza para quienes entendemos que una red puede ser la ruta hacia la construcción de solidaridades ciertas y transformadoras, basadas en la producción y circulación de escritos que propicien un modo diferente de relacionarnos con los amigos de cualquier latitud, para quienes nos negamos a aceptar que la estupidez, la liviandad y las modas gobiernen nuestros días.

Así que "Textos para Compartir" se muda a este espacio, confiando en que en este barrio no vayan a aparecer mañana unos urbanizadores empeñados en que todo lo que hay en él les pertenece. Podría ocurrir, claro, dado que cualquier expresión que llegue a tener algún valor comercial es susceptible de robo, enajenación, expropiación o plagio, inclusive cuando se ofrece abierta y generosamente, sin derechos de autor y sin ambiciones, apenas con el ánimo de compartirla.

Habrá que dejar la huella en el barrio que se abandona, porque nunca se sabe y, sobre todo, porque quizás alguien se aventure a recorrer las calles del vecindario preguntando a los residentes si saben para dónde se fue el amigo que ocasionalmente escribía unas páginas que les invitaban a conversar, y es bueno dejar abierta la posibilidad de los re-encuentros. Además, quizás llegue el día en que se pueda confrontar y hasta vencer la prepotencia y la arbitrariedad de los enmascarados, y entonces será necesario estar allí, en una de esas calles, para poder aprovechar los ladrillos de tanto que destruyen y colaborar en la inevitable y reivindicatoria pedrea.

Ofrezco café (es decir, afirmo que cada vez que me tome uno pensaré en los amigos, y en nuevos ejercicios de escritura que merezcan ser leídos), una charla con quienes quieran ser mis interlocutores ocasionales. Mientras el vecindario no se contamine, tendré la puerta abierta y un enorme tapete de bienvenida. En esta casa cada quien adoptará (literal y metafóricamente) la postura que prefiera. Tal vez en otro mañana nos libremos de las prevenciones y de los enmascarados de todo tipo...