miércoles, 19 de diciembre de 2012

El mundo que queremos dejar atrás...
Mensaje de Navidad (nacimientos) en la víspera del fin de un mundo


Habrá día de Navidad, obviamente. A los sabios Mayas jamás se les habría ocurrido profetizar al estilo de los malos profetas. Sencillamente, se les ocurrió que si el Universo, cualquiera que sea la idea que tengamos sobre él, opera mediante ciclos, tiene mucho sentido que los humanos no nos quedemos en una mirada  unidimensional de lo que entendemos como vida, como realidad, como posibilidad.

Descubrir que habrá un alineamiento planetario el 21 de diciembre de 2012 debió inspirarlos. Del lado nuestro, tan civilizado y tan moderno, se han tejido mil historias y nos hemos encerrado en formas de pensamiento estrechas: nos encantan las dicotomías y a veces no somos capaces de aceptar que hay puntos medios o terceras opciones, nos tranquiliza la linealidad y por eso desechamos la globalidad de muchos aspectos de las circunstancias que nos tocan, o resultamos poco merecedores de captarla. Entronizamos un tipo de racionalidad que apunta a aquello que los poderosos, o los ricos, o aquellos a quienes reconocemos una autoridad en términos del conocimiento nos han dicho que vale la pena: el poder, la riqueza, un conocimiento que se valora por su volumen y no por su calidad, y la fama, y el éxito...

Occidente se elevó sobre la naturaleza y sobre el resto de la humanidad en alas de la eficacia y la eficiencia, enseñas de la economía que parió el Capitalismo. Desde los años 60s del siglo pasado se gestó un movimiento subterráneo, alimentado sobre todo por mentes jóvenes (no hablo de edades, sólo de perspectivas), el mismo que abrió paso a una nueva mirada sobre el planeta, el que abrió caminos a nuevas sonoridades musicales, el que alentó a desconfiar del capitalismo salvaje y a combatirlo en mil escenarios, el que denunció toda guerra como una estupidez y un crimen compartido por los contendientes, el que pensó que la vida puede ser de crecimiento en espiral y no de estancamientos o de linealidades o de círculos viciosos...


Lo que los Mayas plantearon es, seguramente, que hay momentos en que vale la pena hacer un alto y mirarnos hacia adentro, y que no sólo hay que hacer propósitos de cambio en los entornos personales sino atreverse a cuestionar los vientos por los que nos dejamos llevar en conjunto. Nada nuevo, pero todo diferente: lo comprendieron y lo expresaron Marx y Nietzsche, y Russell y Einstein, y van Gogh y Picasso, y Nicolás Guillén y Neruda, y Camus y Cortázar, y Holderlin:


A las parcas (Friedrich Hölderlin) 
Dadme un estío más, oh poderosas,
y un otoño, que avive mis canciones,
y así, mi corazón, del dulce juego
saciado, morirá gustosamente.
El alma, que en el mundo vuestra ley
divina no gozó, pene en el Orco;
mas si la gracia que ambiciono logra
mi corazón, si vives, poesía,
¡sé bien venido, mundo de las sombras!
Feliz estoy, así no me acompañen
los sones de mi lira, pues por fin
como los dioses vivo, y más no anhelo.
Versión de Otto de Greiff

Y no hablaban de muerte, aunque sí acaso de la destrucción de todo aquello que niega un ideal de humanidad que se pueda compartir en todos los rincones del planeta. La verdad, todos hablaron de vida, como habla de la vida todo aquél que hace bien su trabajo, que se regocija con lo simple pero comprende la complejidad, que percibe que el infinito comprende lo enorme y lo minúsculo (un científico navega por los mares del mundo recogiendo muestras de aguas y del fondo marino, y descubre mil trescientos micro-organismos que no sabíamos que existían; y otros nos hacen ver que la astrofísica y la física de partículas no están tan lejos una de otra; y algún humano solidario se descubre en otro a quien le aporta un camino).

Hay un mundo que debemos acabar, y quizás el poder ver el centro de la galaxia que contiene nuestro minúsculo sistema solar permita que comprendamos la afirmación de Einstein de que "el Universo no tiene ni fines ni principios", y que podamos entonces dar sentido a lo que somos y hacemos, sentimos y pensamos.

Indalo renace desde los tiempos sin historia de la humanidad.



Felices nacimientos para todos, feliz celebración de la muerte para el mundo que nos niega.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Un mar de siete colores...

San Andrés, Providencia, Santa Catalina, los cayos. Colombia, Nicaragua. La Corte Internacional de Justicia de La Haya, el Pacto de Bogotá, el Tratado Esguerra-Bárcenas. Muchas fechas, muchos presidentes de la República, millares de viajeros, Puerto Libre, raizales...

En el imaginario de los colombianos, aquél que predomina entre la mayoría de los "interioranos", abundan ideas fragmentarias o distorsionadas sobre la realidad del litigio entre Colombia y Nicaragua por la soberanía sobre islas y cayos en el Caribe, por la extensión del mar territorial de cada país, por los límites que uno establece con el otro para navegar, para pescar, para explorar y explotar eventuales yacimientos de hidrocarburos.

No hay límites "naturales", ni entre Estados ni en el interior de los países, ni en ningún punto del planeta. Los límites, en este sentido, están determinados por las posibilidades de acceso a un territorio que los humanos tenemos. Los límites de Europa en el siglo XV se extendieron como resultado del viaje de un aventurero que imaginó la redondez del mundo y quiso llegar a las Indias arriesgando su vida y la de unas decenas de marineros tal vez hastiados de las limitaciones de un reino del que poco o nada esperaban. Las carabelas hicieron posible redefinir el mapa de la España de los Reyes Católicos, tanto como las espadas de los ejércitos que llegaron detrás de los conquistadores para asegurar la extracción de tantas novedades y riquezas que alimentaron el ingreso a nuevos modos de comerciar, de producir, de vivir.


En los imaginarios de los pueblos, los límites hablan de gobernantes y guerreros atrevidos, de exploradores, de territorios abundantes en faunas y floras exóticas, de etnias con costumbres y lenguas extrañas, de religiones que se comparten o se excluyen, de colonizaciones, de exclusiones...

San Andrés es lo que usted piensa que es. Así de sencillo.

Hoy se habla más de la isla, de las islas, del archipiélago, de los cayos, del mar de los siete colores. Y está bien. Periódicamente los isleños han reclamado que se hable de esa porción de tierra que el resto de los colombianos considera un lugar para vacacionar y para comprar productos extranjeros a precios algo más bajos que aquellos que los tratados de libre comercio comienzan a imponer en los mercados del mundo entero.

Los límites tienen mucho que ver con qué hay en cada territorio que se reclama como propio. Si así no fuera, las independencias no costarían tanta sangre. Los europeos saben muy bien qué hay tras una frontera. Y lo saben más todavía quienes se atrevieron en algún momento a levantarse para reivindicar una autonomía, el derecho a vivir de acuerdo con un ideal que no comprenden los invasores de un territorio.

Los límites, las fronteras en general, son producto de la idea de que para vivir un pueblo necesita un territorio en el que pueda suplir sus demandas y construir caminos para transformar en realidad sus sueños. Los límites "naturales" cedieron el paso a las fronteras, que ya no tenían nada de natural: el derecho incorporó una nueva preocupación para los reinos, los Estados, los gobiernos, los pueblos. Y el derecho se impuso, porque el mundo se hizo pequeño, porque los bienes ambientales se convirtieron en "recursos" y los recursos son transables, transformables, vendibles. De otro modo, no importarían tanto los límites y menos aún las fronteras.

En San Andrés, Providencia y Santa Catalina, los isleños colombianos se hicieron a la idea de que el mar es de nadie y es de todos, y el Estado colombiano se hizo a la idea de que el derecho consuetudinario, sumado a unos títulos otorgados por la Corona española a comienzos del siglo XIX, determinaban que las islas y los cayos vecinos a ellas, al oeste, hasta el meridiano 82, estaban dentro de los límites del país, y que esos límites eran claros, una frontera indiscutible e indisputable.

Pero los límites siempre llevan a que las miradas de los vecinos tomen nota de lo que no poseen. Y Nicaragua se creyó con derecho para reclamar territorios y áreas marítimas en virtud de un nuevo derecho del mar, y con base en la proximidad de las islas colombianas a su territorio continental.

Porque las fronteras establecen límites (para quienes están del otro lado de ellas) se hizo necesario que se establecieran "en derecho", que se negociaran, que se pactaran, que se acordaran modos de definirlas, protegerlas, hacerlas respetar.

Y Colombia, que se dice "país de leyes", "respetuoso del derecho internacional" (el imaginario que los políticos han popularizado desde los gobiernos de la Patria Boba), pactó con los países vecinos para fijar sus fronteras y sus límites. Recuerdo las clases de geografía de mi último año de primaria, con el profesor Betancourt, un caldense que gozaba de gran prestigio en el colegio del Virrey Solís, de Bogotá, hablando de tratados con Ecuador (Muñoz Vernaza-Suárez), con Panamá (Thomson-Urrutia), con Perú (Salomón-Lozano), con Venezuela (Michelena-Pombo)...

Pero el mundo de la globalización no es el mismo de hace cuarenta o cincuenta años. Los temas ambientales, el concepto de recursos, la noción de riqueza, la idea de soberanía, todo ha cambiado. El problema de los gobernantes colombianos parece ser que siguen apostándole a nociones fijas asociadas con una noción de "patria" que para nadie es clara (¿qué significa "patria" para un presidente, qué para un empresario, qué para un indígena?) y con una idea de gobernar que poco ha evolucionado.

Los nicaragüenses, más al día en asuntos del derecho internacional, demandaron ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya el tratado Esguerra-Bárcenas. No creen que frente al nuevo derecho del mar pueda sostenerse una frontera que niega las 200 millas de mar territorial que muchos otros países del mundo tienen frente a sus costas; sabían que frente a la nueva mirada un tribunal internacional revisaría las fronteras. Los gobernantes colombianos aceptaron que ese tribunal internacional dictaminara cuáles son los límites y las posesiones del país con respecto a los vecinos nicaragüenses.

Pero allí no está el error. Lo trágico, lo que denuncian los isleños de Colombia, es que han sido ignorados por tradición, que como no tienen industrias ni productos escasos o exóticos, podían ser tratados como Intendencia, y que debían agradecer que las cadenas hoteleras construyeran en la isla sus edificios para que turistas y comerciantes pasaran por allí y dejaran algún dinero con cada visita y cada compra en el puerto libre. Política social, política cultural, política de participación, política de educación, política de empleo, política de vivienda, nada de ésto hubo.

El 7 de marzo de 2008, en la XX Cumbre Presidencial del Grupo de Río, en República Dominicana, el presidente colombiano Alvaro Uribe, siguiendo esa línea del imaginario nacional que gobiernos anteriores venían construyendo y promoviendo en el país ("Nos asiste una razón histórica", "confiamos en que se respetará una tradición que se inicia a comienzos del siglo XIX", "Como hemos respetado los tratados y el derecho internacionales, se respetará nuestra visión"), al tiempo que ponía su brazo sobre el hombro de Daniel Ortega, afirmó que cualquiera que fuera la decisión de la Corte sobre el litigio, Colombia la respetaría. Lo dijo públicamente, frente a otros jefes de Estado, porque estaba convencido de que el mundo le creería más a Colombia y a Uribe que a Nicaragua y Ortega, quizás porque en su propio imaginario era imposible pensar que se aceptara más la posición de un líder sandinista que la de un abogado con postgrados en Harvard.

Hoy, 23 de noviembre, los isleños han rechazado la presencia del expresidente en la marcha con la que piden al gobierno nacional que desestime el fallo de la corte de La Haya.


Algunos isleños han señalado que su marcha es casi la expresión de un juicio político a los gobernantes que los han excluido e ignorado (al anterior gobierno no permitió la presencia de los isleños en la comisión que participó en los debates frente a la corte de La Haya).

Está bien que muchos colombianos hablen de "dolor de patria", aunque valdría la pena que intentaran al menos precisar de qué patria hablan. El dolor debería expresarse como indignación con la llamada "clase política": once años (muchos más, pero sólo hagamos cuenta desde que Nicaragua hizo su reclamo) debieron bastar para que, aparte de pagar abogados, los gobiernos colombianos atendieran demandas de las gentes de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, para que otorgaran créditos y ofrecieran capacitación a los pescadores, para que se hiciera presencia activa (no sólo con fragatas y soldados) en las islas y los cayos.

Siete colores tiene el mar, muchos planos el asunto de los límites. Pero un país que se somete a un tribunal internacional debe respetar y acoger sus fallos. Daniel Ortega ha dicho que no impedirá que los pescadores colombianos sigan desarrollando su actividad en el mar que la Corte de La Haya ha dicho que pertenece a Nicaragua. Habría que pensar en negociar con ese país, aunque no se renuncie a pedir las aclaraciones y las revisiones que se estimen convenientes, justas y procedentes frente al fallo.

En Colombia se suele hablar mucho de "responsabilidad política" cuando un grupo político quiere emplazar a funcionarios de un sector diferente al propio por fallar en su desempeño.

Hablemos de responsabilidades políticas.

Nota: me sorprende gratamente que unos amigos ya usen el Indalo como complemento de su logotipo de identificación en internet (redes, etc.). Significa que la idea de ser solidarios cala, y que de a poquitos hay quienes creen que pueden ser para otros lo que otros esperan de ellos. Un abrazo para ellos y para todos los que creen que es posible otro mundo.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Me atrevo...


Atreverse no es tan difícil. Lo terrible es no saber cuándo o en qué dominios. Puede pasar que se ingrese a territorios desolados, en los que apenas se sobrevive, o que tardemos demasiado explorando ambientes que parecen ofrecer aquello que se busca y, sin embargo, estar hechos de apariencias.Pasa todo el tiempo.

Hay otro asunto: el por qué.

Comencé a escribir porque el cura Gómez, en el Seminario Conciliar San Pedro Apóstol (Cali, 1965) supo que hallé entre los libros de la biblioteca, en esas horas nocturnas que llamábamos "de estudio", un ejemplar de las Novelas Ejemplares de Cervantes, y que leí allí la historia de La Gitanilla, y el Coloquio de los perros, y El licenciado Vidriera. Yo apenas tenía doce años, y quizás apenas hoy comprendo que ese libro me pidió extraerlo de una estantería que lo había condenado a ser tan sólo un volumen (un objeto que ocupa un lugar y reduce entonces el aire que respiramos).



Escribí, por petición (más que todo exigencia) del cura, casi una parodia del Coloquio. Todavía recuerdo a Cipión y Berganza, "perros del Hospital de la Resurrección, que está en la ciudad de Valladolid, fuera de la puerta del Campo". No recuerdo los temas que trataban, pero sí la imagen que me hice de dos animales conversando en la oscuridad de una estancia, como no conversamos los humanos en la claridad de nuestros días.

Después, para mí mucho después (el tiempo juega con nosotros, al revés de lo que creemos), hice lo que creí un poema para una prima que entonces se me antojó ideal y deseable, quizás porque era decididamente diferente de lo que yo alcanzaba a ser. Y aprendí entonces que las diferencias encantan, tal vez porque secretamente nos hacen concientes de nuestras limitaciones.

La escritura, sin que lo supiera, me alejó de mi casa, de mis hermanas, de mi madre. Me llevó a circunstancias que exigían inventarme, me hizo actor. O tal vez la actuación, necesaria para sobrevivir, me llevó a seguir intentando escribir.

Hablo de atrevimientos porque sé que no hay otra forma de llegar a mí, porque comprendo que sólo se vive cuando se desborda un margen, que no hay destinos ni metas que nos salven. Escribir es un modo de ser, uno que no se conforma ni exige, el que obliga a mirar, ese que duele por cierto, el que des-cubre aquello que nos mueve.

Declaro que intento escribir una novela di-ferente: he acumulado cientos de lecturas, conozco historias que entretienen o que asombran o que inquietan o que conmueven. Y he querido atreverme a escribir pensando en que todos somos pésimos actores, en que no vale la pena creer que hay propósitos (lo mismo, pero de otro modo: ya Einstein nos dijo que el Universo no tiene ni fines ni principios). La novela debe ser una posibilidad de des-enmascararnos (sugerí a un grupo de jóvenes estudiantes que pensaran para el 31 de octubre en una fiesta de no disfrazados, de no empleados, de no hijos, de no funcionarios, de no consumidores, de no..., para ver quién llegaba).

Una vez me resultó una carta que se escribió con tintas de varios colores, y cada verde y cada rojo y cada negro en ella me hicieron ver que había sentidos insospechados, caminos nuevos, posibilidades diferentes de ser yo entre los muchos que puedo ser. Después hubo otra que me impusieron las hojas de una vieja agenda: resultó un inventario de emociones, una por cada día de la semana, que me acercó a una mujer que entonces amé. Y hubo también una carta-baraja, colección de expresiones que permitían combinatorias de emociones, un texto para que la destinataria encontrara un mensaje distinto con cada juego de lectura que ella misma intentara.

Ni qué decir que le debo muchas de mis "invenciones" a Julio Cortázar. Alguna vez, hace ya muchos años, pensé que podría crear un libro sin carátula: un montón de hojas amarradas a un centro, sin numeración, que permitieran leer hasta donde se quisiera a partir de una página elegida como inicio (no habría numeración, aunque sí una secuencia, pero el lector tendría que escoger dónde comenzaría su aventura). Luego pensé en una obra que consistiría en un conjunto de paquetes (capítulos) que cada lector iría extrayendo aleatoriamente.

La vida se ha atrevido a demostrar que el orden es una invención, no siempre tranquilizadora o eficaz. Después de mucho andar encuentro que el I Ching se ajusta al modo como entiendo el mundo: quiero atreverme a novelar un mundo que no acepta órdenes únicos, que intenta la comprensión de aquello que somos del mismo modo en que llegamos a acercarnos a esa verdad que nos acerca a la muerte (que nos permite vivir).



Por estos lares no solemos hacer preguntas acerca del Tao. Despreciamos las totalidades, tal vez porque vivimos tan escindidos que nos cuesta demasiado siquiera intentar armar el rompecabezas que somos.

Una novela que rompa cabezas puede ser el guiño para que nos demos cuenta de nuestro poliédrica forma de vivir. Quizás lleguemos a conocer caras o aristas (nunca el número de unas u otras), quizás nos acerquemos a esa idea de un humano que encuentra una razón para ser y para estar en el planeta que habitamos

Mis preguntas exigen que me atreva.

Hoy escribo para contar que intento escribir, y que creo tener un por qué.

jueves, 18 de octubre de 2012

Amanda y millones más...


En alguna ocasión escribí que el suicidio es un crimen que la sociedad, por la mano interpuesta de la víctima, comete contra sus miembros.


El reciente caso de suicidio de una adolescente canadiense víctima de intimidación a través de Internet invita a pensar en que más allá de las denuncias sobre este tipo de trágicos acontecimientos, y de las razones  cercanas que los provocan, hay preocupantes síntomas de una sociedad que todo lo tolera, que todo lo convierte en espectáculo (por tanto, en hechos ocasionales y olvidables), entre otras razones por efecto de la masiva e incontenible difusión de información que hace posible un medio como la red de redes.

Los proveedores de servicios en la red acumulan ganancias a costa de públicos con toda suerte de conceptos e intereses, aprovechando la confusión que genera la circulación de mensajes de muy variados niveles y la idea de que en el ciberespacio todo vale si se trata de que una persona sea vista, leída, comentada, celebrada, atacada, expuesta...

Al final, no importan los nombres ni los lugares ni los hechos mismos. Todo pasa, nada queda. La ilusión de estar al día (que se satisface cuando se puede hablar en un corrillo sobre lo que todos los demás creen saber) gana adeptos en progresión geométrica. Miles de millones de jóvenes hoy en día simplemente registran datos para tener un tema de conversación con otros, así no tengan un particular interés por saber y no lleguen a establecer relación entre los asuntos que comentan y sus propios entornos o experiencias; o para impresionar en sus círculos de amigos con un "descubrimiento"; o para hacer constar que pertenecen a determinado círculo, definido por gustos o por creencias o por fobias... Y entonces no importa que se exponga a otros de formas que lesionen su dignidad, que invadan su privacidad, que ridiculicen sus ideas, que pongan en peligro su integridad.

En particular, como sucede en el mundo no virtual, particularmente en nuestro autocelebrado hemisferio occidental, suelen ser las mujeres las víctimas propiciatorias del desenfrenado afán de muchos por ganar un momento de fama a costa de una tragedia ajena, hasta el punto de que no sólo se busca tener información y "pruebas" (es decir, fotografías y videos) sobre los males que otros padecen sino que, cuando ésto no es posible, se llegan a provocar.

No afirmo que la red sea el origen de la intimidación. Afirmo que la banalidad que en ella cunde, y que en buena medida la sustentan las muy mal llamadas "redes sociales", es uno de los mejores abonos y un nuevo escenario para que estas prácticas proliferen, se enseñen y se aprendan.

La inmediatez gana terreno. Los árboles no dejan ver el bosque. La idea de un humanismo que nos de la posibilidad de comprender la complejidad del mundo en que estamos viviendo, y que lo haga más vivible para todos, apenas sí aparece en algún rincón. Los medios masivos no captan esta perspectiva, porque también en ellos la coyuntura, el acontecimiento, el espectáculo, son fin y medio de su existencia: mientras haya públicos atrapados siguiendo las sonseras de unas "celebridades", que ellas mismas fabrican para un momento, mientras haya terribles reacciones de la naturaleza frente a la intervención hambrienta de miles de empresarios insatisfechos con sus cuentas bancarias y sus posesiones, mientras haya millones de humanos en muchos países que padezcan por y para beneficio de unos pocos, todo estará bien.

Hace apenas cuatro días pude ver en un canal de cine de la televisión internacional, la película Verdades que matan, en la que se aventura una hipótesis (o se denuncia una verdad) sobre los centenares de asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez (Estado de Chihuahua, México). La trama revela que la búsqueda de los asesinos por parte de una periodista de The Chicago Sentinel se ve sistemáticamente obstaculizada por las autoridades de esta población del norte de México, a orillas del río Bravo, por políticos estadounidenses beneficiados con el Tratado de Libre Comercio celebrado entre Estados Unidos y México, por policías y miembros del ejército mexicano, por ilustres y nuevos habitantes de la ciudad, todo para que no haya "mala prensa" y se pierdan los miles de millones de dólares que producen las maquilas que desde entonces abundan en ella.



Ciudad Juárez dejó de ser una "villa" agrícola para convertirse en un descomunal centro industrial. En Ciudad Juárez antes y después de la maquiladora. Una visión antropológica, se afirma que

"...la ciudad se ha extendido desmesuradamente hacia el sur y sureste, hacia el desierto y hacia el Valle, respectivamente; transformando este último, de economía agrícola, en industrial y de servicios. Para ello se han construido miles de casas habitación, carreteras, calles, decenas de supermercados y centros comerciales, negocios, talleres, parques industriales y plantas maquiladoras por todas partes. Además, se encuentra en la confluencia de tres estados: Texas y Nuevo México, en Norteamérica, y Chihuahua, en México."
Vuelvo al punto inicial (el bosque tras los árboles). Cuando en la película se llega a des-cubrir (debe escribirse así, para que hagamos conciencia de que la mayoría de las atrocidades que llegamos a conocer alguien las mantenía ocultas) quiénes están tras los asesinatos de las mujeres de Ciudad Juárez, la mayoría de ellas jóvenes que sostenían con su trabajo en las maquiladoras a sus familias, mujeres provenientes de todos los rincones de México, muchachas seducidas por el "sueño americano" (la mayoría buscaban trabajo pensando en ahorrar para algún día cruzar la frontera), el Director de The Chicago Sentinel (repito el nombre para que no se olvide, pero aclaro que podría ser cualquier periódico de cualquier otro lugar) le dice a su reportera que desista de la publicación (a pesar de que él mismo la animó a investigar), con el argumento de que hoy en día el periodismo debe atender a tres referentes que determinan su sobrevivencia: "el Libre Comercio, la globalización y el entretenimiento".


Pero el director no se queda allí. Añade, intentando que su reportera acepte olvidar su trabajo, que "Hay leyes para los que tienen dinero y otras para el resto de la gente". Los directores de periódicos y de otros medios masivos saben qué es rentable y qué no; los jueces y la policía saben qué crímenes se persiguen y cuáles generan "mala prensa".



La confusión (la mezcla de realidades que parecen no tener que ver entre ellas) es muchas veces condición para la comprensión: al final, queda claro que nuestro gran Occidente se sustenta en gigantescas mentiras, en desigualdades y en crímenes; queda claro que la banalización de las tragedias de la mayoría de nuestros pueblos es condición necesaria para garantizar la impunidad de miles de asesinatos de todo tipo; es evidente que convertir en espectáculo todo lo condenable de nuestras sociedades, de nuestros sistemas políticos y económicos, asegura la tranquilidad de los criminales y permite que el "desarrollo" siga su curso.

¿Quiénes están tras la muerte de cientos de mujeres en Colombia? ¿Quién promueve la intimidación, el maltrato y los asesinatos que todos los días registran los noticieros de la televisión y los diarios del país?

Hay una forma de la solidaridad de la que poco hablamos, y tiene que ver con que nos atrevamos a saber. Después, cada quién decidirá si sigue siendo espectador y cultivando el olvido.


martes, 25 de septiembre de 2012

«Alle menschen werden brüder»

La consabida nota previa: declaro, como ya lo hice con respecto a otros escritos, que las ideas que se expresan aquí NO SON exlusivamente mías, razón por la cual mis textos pueden ser reproducidos en parte o en todo, por cualquier medio, en cualquier lugar, por parte de cualquier persona, y utilizados como mejor le parezca a quien lo desee (sólo pido que se hagan citas literales, y que no se saquen de contexto las que se estimen convenientes o necesarias). Esta es la casa de quien quiera entrar, y cualquiera puede invitar a otros a que sigan, se sienten y conversen con los que me visitan (y conmigo).


De nuevo el tema es la solidaridad. Viene (no se había ido) porque en la columna de EL ESPECTADOR del pasado domingo (23 de septiembre) William Ospina publica la segunda entrega de una serie de textos sobre El trabajo. Esta vez titula El trabajo y el futuro (página 54 del periódico).

A mí se me antoja que reanudo una conversación que comenzó hace un poco más de diez años, en la segunda semana de junio de 2002, en la sede del Centro de Investigación de la Arquidiócesis de Cali, cuando celebrábamos la quinta jornada del Diplomado Estrategias de Comunicación para la Educación Ambiental, un cuento maravilloso que inventamos y se realizó mediante un convenio entre la Fundación HablaScribe y WWF-Colombia.


Aparte de que el diplomado convocó un grupo de personas de diversas regiones de Colombia, todas comprometidas con proyectos y experiencias transformadoras, en un trabajo formativo que vinculó docentes de varias universidades, amigos e investigadores, que se concretó en doscientas cuarenta horas de actividad presencial y en el diseño de proyectos de Comunicación para cada una de las organizaciones que envió algún representante a participar, en las diferentes jornadas que realizamos tuvimos invitados especiales, conferencistas que brindaron sus aportes generosos para las reflexiones y las propuestas de acción social que allí se gestaron. Ya habrá lugar para recordar a tantos cómplices.

William llegó al lugar en que nos reunimos, quizás el segundo o tercer día del evento, en horas de la tarde, advirtiendo que su agenda no le permitiría quedarse más allá del día siguiente, cuando haría su charla para los "diplomantes". Pero también supimos que tendríamos la noche para conversar.

No recuerdo los detalles de la conversación. Sí un salón, una mesa, una botella de "viche" que aportó Elizabeth Buttkus (Ospina no conocía ese destilado que hacen las gentes del litoral del Pacífico), y los temas generales sobre los cuales hablamos durante algo más de cuatro horas: por supuesto, las preocupaciones por los temas ambientales, las dimensiones social y política de la acción ambiental, tal vez algo sobre las circunstancias del momento en el país (estábamos ad portas del inicio del primer gobierno de Alvaro Uribe), la literatura, la necesidad de ser solidarios....

Una forma de conversar con escritores, ensayistas y poetas es seguir su obra. William, quien ha mostrado ser diestro en casi todos los dominios de la escritura, facilita la conversación al tiempo que permite que otros se hagan partícipes de ella. En mis más recientes ejercicios como docente he podido llevar a mis estudiantes a discusiones y a realizar ejercicios de redacción que se inspiran en algunos de los textos de Ospina. En particular, recuerdo ahora los ensayos de Los nuevos centros de la esfera (2001) y de América mestiza (2004). Pero también suelo apoyarme en la lectura de textos de Fernando Savater, de Estanislao Zuleta, de Octavio Paz, de Edgar Morin, de Alfredo Molano, de Ernesto Sábato... En general, busco textos que inviten a pensar nuestras realidades, porque me convencí hace ya mucho tiempo de que para poder escribir hay que tener ideas propias, posibilidad que sólo excepcionalmente ofrecen los textos académicos.

Nuestra conversación, que cada día enriquecen las circunstancias que nos hacen vivir las sociedades contemporáneas, se concentra cada vez más en aquello que pueda darle al mundo la oportunidad de albergar las generaciones que han de ejercer un nuevo humanismo: no el de los "derechos" impuestos por unos pocos, que consagran cientos de desigualdades, sino el que integra en la idea de la solidaridad el ejercicio de una política fundada en principios éticos. Es el humanismo de la solidaridad, que sólo puede darse en quien se reconoce en los demás.


Reconocerse en otros implica mucho más que hacer declaraciones que niegan la pertenencia exclusiva a determinadas formas de agrupamientos: los que reclaman una nacionalidad o una etnia distintiva (que importan, pero no justifican segregaciones, persecuciones, guerras y otras formas de asesinar); los que reivindican la supremacía de una creencia (que fomentan odios, que disfrazan culpas, que promueven otros tipos de guerras y otros modos de asesinar); los que legitiman poderes (de personas, de grupos, de partidos, de jefes, de directores, de capataces, de gentes que fomentan la división entre otras gentes para que las guerras y las demás formas de asesinar -física o moral o social o cultural o económicamente- las perpetúen en el ejercicio del poder ser a costa del ser de los demás); a una raza (para qué re-contar historias, si las más recientes las estamos padeciendo y todas hablan de dolor, de despojos, de exclusiones, y alimentan mil guerras y mil maneras de asesinar).

William Ospina dice lo mismo, con otras palabras. En Los nuevos centros de la esfera hay ensayos que tocan estos asuntos y hacen invitaciones similares (La revolución de la alegría, Porvenir y cultura), al igual que en América Mestiza, donde la secuencia de los textos re-piensa la historia del continente y termina con el sueño de El país del futuro.

A nuestra conversación he invitado a muchos pensadores de hoy y del pasado. Creo que toda gran literatura habla, en el fondo, de la necesidad del humanismo que particularmente Occidente ha evitado desde que quiso ser "moderno"; creo que toda filosofía aboga por ese humanismo que puede poner en su lugar los conocimientos y las tecnologías que en el planeta se aprovechan hoy para no reconocernos unos en otros y con otros.

El "muñequito" de arriba (Indalo, re-diseño de mi sobrino Alejandro a partir del dibujo de un hombre pre-histórico que se soñó PARTE DEL TODO y UNO CON TODOS), se propone como indicativo de una intención: la de esforzarnos por ser solidarios.

El logo-símbolo de la solidaridad se incluye aquí para que quien desee lo copie, lo replique, lo comparta, lo use, lo inserte en sus perfiles de redes sociales, en sus blogs, en sus correos electrónicos, en volantes, en camisetas, en ventanas, en tatuajes...  Se pueden añadir los dominios de cada intención y cada acción solidaria: solidarios con la educación, solidarios con las trabajadoras sexuales, solidarios con los ambientalistas, solidarios con los campesinos desplazados, solidarios con los marginados de los programas de salud, solidarios con los jóvenes, solidarios con la causa palestina, solidarios con las víctimas de cada conflicto, solidarios con los enfermos adictos de todo tipo, solidarios con la humanidad....

El logo (en formato jpg) puede editarse para añadir textos, ampliarse, reducirse, enviarse a amigos con las aclaraciones del caso, variar colores, compartirse del modo que se quiera. Con programas de edición de imágenes se puede trabajar.

La Revolución Francesa equivocó su lema: la igualdad debió ser el primer término del llamado, pues es la condición para que haya solidaridad y, luego, libertad.

La idea de una solidaridad cierta inspiró a Beethoven para componer su Novena Sinfonía: «Todos los hombres llegarán a ser hermanos...»




Va mi abrazo solidario para quienes "se hermanan" conmigo a través de mis escritos.

martes, 18 de septiembre de 2012

Más sobre métodos...

Antes de leer: He propuesto adelantar un debate sobre temas educativos. Pienso en Colombia, país que sueña con poder disfrutar un día del potencial enorme de su diversidad biológica, geológica y cultural. Y he pensado en que muchos amigos hagan aportes, sobre todo si se tiene en cuenta la idea de Fernando Savater de que cualquiera puede llegar a ser un maestro, lo que supone que todos en algún momento lo somos. Más aún, si los amigos han tenido experiencias como educadores en contextos formales o informales, en virtud del deseo de trabajar por la transformación de realidades que incomodan o lesionan a decenas, cientos o miles de habitantes de nuestro planeta. Aquí re-escribo un texto que presenté como trabajo en un curso de mi pomposamente llamada Especialización en Teoría y Métodos de Investigación en Sociología, experiencia que demandó un año de trabajo en la Universidad del Valle, entre 1995 y 1996. Estoy dispuesto a compartir mis ideas en cualquier lugar al que me inviten, y a conversar en público con personas que tengan ideas diferentes sobre estos asuntos. Creo que necesitamos hablar abierta y extensamente sobre la educación, si queremos que mañana nuestro país sea lo que potencialmente sabemos que puede ser.



Escaleras para ir hacia atrás

Tenía que ser Cortázar, porque difícilmente otra literatura se ocupa de darle cuerpo a un manual de instrucciones para acometer —de manera inusual y con resultados insospechados, pero gratos— las más aparentemente triviales acciones cotidianas. Cortázar para prestar una idea al título de este ensayo pero, además, para permitirme recordar que cuando se decide subir una escalera hacia atrás se descubre “a cada peldaño un nuevo ámbito que, si bien forma parte del ámbito del peldaño precedente, al mismo tiempo lo corrige, lo critica y lo ensancha.”[1]

La metáfora (ir hacia atrás y hacia arriba) se presta para una alusión a las vías que en la búsqueda del conocimiento llamamos “método”: aquí se trata de pensar en un método que presta la misma utilidad que otros (al fin y al cabo se llega a un conocimiento), pero que posibilita otra forma de ascenso. Pero la metáfora, por otro lado, es ella misma ejemplo de otra manera de enfrentar conceptos o ideas (es la noción del método “otro” y es “el otro” método).



Por fortuna, Freud “subió hacia atrás” en el museo del castillo Zwinger, en Dresde, abandonando la impostura de la mayoría de sus visitantes:

“…había sospechado siempre que quienes visitaban los museos y se extasiaban ante las grandes obras de arte tenían contraído el mutuo compromiso tácito de no delatar su respectiva incomprensión pictórica. Allí me despojé de ese vandálico concepto y comencé a admirar sinceramente la obra de los grandes maestros.”[2]

Y también por fortuna decidió (quizá por una secreta e inconsciente influencia de Lermolieff) apreciar rasgos de la pintura que no son corrientemente tomados en consideración por los críticos para caracterizar o analizar una obra. De hecho, las observaciones de Freud se refieren a una Madonna de Holbein, en la que ve “varias mujeres muy feas y una niña un poco repulsiva, y a su izquierda un hombre con cara de monje que tiene en sus brazos a un niño”; o destaca que “el rostro de la virgen no es tampoco exactamente bello, pues tiene los ojos saltones y la nariz larga y afilada.”[3]

Aunque de estas observaciones Freud no deriva conclusión alguna (al menos no en la carta a su novia del momento), es importante señalar que no se trata de las observaciones convencionales de un turista o un crítico de arte. Lo que destaca son rasgos que escapan a la representación (en términos de identificación con un referente, así sea conceptual) y abren vías para una interpretación. En efecto, los rasgos elegidos para describir las figuras del cuadro dejan algo por decir: ¿cómo son una niña “un poco repulsiva” o un hombre “con cara de monje”?; ¿por qué el rostro de la virgen “no es exactamente bello”?; ¿por qué alguien pinta una virgen con “ojos saltones” y “nariz larga y afilada”?

Más tarde tendremos a Freud elaborando sus planteamientos acerca del método psicoanalítico, y señalando la posibilidad de inferir un contenido latente de los sueños a partir de elementos de su contenido manifiesto; tendremos la interpretación, cuya base es la sospecha, la intuición, la metáfora, la lectura sobre lo irregular o lo “anormal”.


La vía “galileana”: alcances y límites del ascenso “de frente”

La mirada galileana es otra, y son otras las circunstancias en que ella se produce. Galileo enfrenta la autoridad inquisitorial de una iglesia que se declara poseedora única del saber. Su método, simplificado por Russell, consiste en “observar aquellos hechos que permiten al observador descubrir las leyes generales que los rigen”[4]. Y aunque este método inaugura un criterio científico que, en apariencia, se opone al método indicial (tal como lo caracteriza Carlo Ginzburg[5]), se origina en una sospecha o una intuición, justamente modos de operar de aquél:

“Una mañana subió Galileo a lo alto de la torre inclinada de Pisa con dos pesos de una y diez libras, respectivamente, y en el momento en que los profesores se dirigían con grave dignidad a sus cátedras, en presencia de los discípulos, llamó su atención y dejó caer los dos pesos a sus pies desde lo alto de la torre. Ambos pesos llegaron al suelo prácticamente al mismo tiempo. Los profesores, sin embargo, sostuvieron que sus ojos debían haberles engañado, puesto que era imposible que Aristóteles se equivocara.”[6]

Aquí, otro rasgo del método indicial que, como sugiere la metáfora cortazariana, se empeña en mirar otro lado de las cosas, aquél que a los ojos de la mayoría parece irrelevante. En verdad, al juicio de Galileo podría aplicarse el siguiente comentario de Lucas (de Un tal Lucas, uno de los últimos libros de Cortázar):

“¿No será, ché, que para ciertos niveles, lo que no es inmediatamente claro es culpablemente oscuro?”

Con esto diríamos que, como sucede en otros órdenes e la vida en sociedad, las formas dominantes se las arreglan para cerrar posibilidades a otras formas (las clases dominantes a las otras clases, las escuelas dominantes a las otras escuelas, los métodos dominantes a los otros métodos; en general, las ideas dominantes a las otras ideas). Pero, por otro lado, las resistencias que esas formas generan son el germen de otras nuevas formas.



Ahora bien, en términos de hallar vías para el conocimiento no parece sensato condenar unos métodos (cualesquiera que ellos sean) para afirmar otros (no importa cuáles). Lo que parece sensato es aceptar que cada método ofrece posibilidades distintas, porque no tiene mucho sentido afirmar que un conocimiento “se opone” a otro. En esta perspectiva, habría que señalar que el método “galileano”, la mirada que inaugura el “fundador de la ciencia experimental”, es un recurso necesario y apropiado para la obtención de cierto tipo de conocimientos (fundados en la búsqueda de semejanzas, de regularidades, de principios y de leyes generales que, por otra parte, pueden ser comprobados); pero, también, que puede ser innecesario o inadecuado para acceder a otras formas de conocer.

En la Prosa del Observatorio (otra vez Cortázar), se le llama la atención a “Doña Ciencia” porque los fenómenos de los que se ocupa a veces parecen empecinarse en asumir un comportamiento contrario al que deberían o, en algunos casos, muestran comportamientos “sin sentido”: las anguilas, por ejemplo, recorren cientos y hasta miles de kilómetros remontando las corrientes de aguas dulces de los ríos, sufriendo una alta mortandad, “simplemente” para desovar, y, apenas nacidas, sus larvas corren hacia los estuarios marinos. Por supuesto, “Doña Ciencia” tiene mucho qué decir sobre las anguilas, pero no ha podido decir mucho sobre la “memoria” exacta que guardan respecto a sus lugares de origen, sobre la necesidad imperiosa que las lleva a regresar al lugar de donde partieron, donde “apenas” nacieron.

También “Doña Ciencia”, hija de la ciencia galileana, tendrá mucho qué decir sobre la sociedad, vasto territorio para la indagación donde seguramente hay regularidades, semejanzas, quizás principios y leyes generales (todavía no evidentes); pero igualmente tropezará con individualidades que no se someten de buen grado (y menos aún de manera forzada) a transitar la misma vía de las mayorías: la ciencia, en ese aspecto, no es “democrática”.

Lo que está en juego cuando se adopta un método como vía única e insustituible para tener acceso al conocimiento es la posibilidad de reducir lo real a la mirada que lo escruta, quizás dejando de lado aspectos cruciales o importantes. En el mismo texto de Cortázar que se cita al inicio de este ensayo se lee:

“Piénsese que muy poco antes, la última vez que se había trepado en la forma usual por esa escalera, el mundo de atrás quedaba abolido por la escalera misma, su hipnótica sucesión de peldaños…”

Los métodos son limitados principalmente cuando se plantean como excluyentes, y cuando la exclusión de otros no se justifica por los objetivos que se persiguen sino por simple y a veces apresurada descalificación. La costumbre y la facilidad, tanto en la ciencia como en muchos otros dominios, velan puertas de acceso a otras dimensiones y otros órdenes, y entonces los conceptos que se tienen por más adecuados resultan serlo sólo en la perspectiva de unos usos prácticos inmediatos, o del afianzamiento de seguridades y conveniencias; por algo la práctica del buen ladrón se funda en gran medida en el estudio de las rutinas de sus víctimas, ya que por ellas “dejan de ver” lo que para el ladrón es una oportunidad.

Pero el asunto no se plantea aquí en términos de una oposición radical entre dos métodos, sino como necesidad de que en cada perspectiva de la producción de conocimientos se logre admitir la complementariedad de las distintas formas de acceder a los objetos y a los fenómenos. La sociología le debe mucho a las ciencias nomológicas, pero en discusión con ellas sobre los alcances de sus métodos aplicados al estudio de la sociedad ha avanzado y se ha diferenciado. La naturaleza de algunos fenómenos y el tipo de conocimiento que sobre ellos se requiere en determinadas circunstancias, entonces, podrán favorecer el empleo de formas de aproximación inspiradas en el modelo “galileano”, como en el caso de los problemas para los cuales se opera con cantidades (y todavía el afán o la necesidad de medir están ligados a importantes campos de la investigación social, a la gestión de los Estados, a la toma de decisiones en materia de comercio o industria, para mencionar algunos campos); pero, igualmente, hay fenómenos y objetos que deben ser tratados en aquello que los diferencia de la norma, que los hace singulares y justamente importantes por su singularidad (una sociología del arte, por ejemplo, buscaría influencias generales para poder precisar rasgos particulares de un modo de expresión; una sociología de la acción comunitaria deberá poder hallar lo singular de una cultura o una etnia en un contexto particular para poder hallar respuestas a ciertos interrogantes).




Lo que quise señalar en el anterior texto es que no hay caminos pre-fijados, y menos infalibles, para construir un saber. Cortázar me enseñó que hay zonas borrosas, que hay conexiones entre lo que sabemos y lo que nunca sabremos, que vale la pena estar abiertos a experiencias que ponen en crisis toda seguridad. Wilhelm Reich habló muchas veces sobre la importancia de poner en cuestión aquello que se funda en el "estar sentados" (en Cortázar sería "la Gran Costumbre"), en aceptar como referentes válidos los datos que ofrece la precaria ilusión de que conocemos la "realidad". Marx nos habló de los riesgos de apoyarnos en las apariencias. Edgar Morin alerta hoy sobre el torpe objetivo de la educación que se sustenta en las especializaciones y los saberes lineales, unidimensionales y especializados.

En general, con respecto a métodos, me interesan principalmente aquellos que nos permiten ser mejores personas y hacer del mundo un mejor "vividero"; es decir, aquellos que reivindican y subrayan la solidaridad, la generosidad, la gratitud. 


[1] CORTÁZAR, Julio. Más sobre escaleras, en Último Round, T. II, Siglo XXI Editores, decimocuarta edición, México, 1999, pág. 223.
[2] FREUD, Sigmund. Epistolario, I (1873-1890), Plaza & Janés Editores, Barcelona, 1971, pág. 78.
[3] Idem, pág. 79.
[4] RUSSELL, Bertrand. Ejemplos de método científico, en La perspectiva científica, Ediciones Ariel, Barcelona, 1969, págs. 13-29.
[5] GINZBURG, Carlo. Señales. Raíces de un paradigma indiciario, en Aldo Gargani (comp.): Crisis de la razón. Nuevos modelos en la relación entre saber y actividades humanas, México, Siglo XXI Editores, 1983
[6] RUSSELL, Bertrand. Op. cit.


lunes, 27 de agosto de 2012

El método...

Ya se ha dicho que "método" es "camino". No es nuevo ni novedoso, aunque para muchos la idea resulte algo extraña, pues se acostumbraron a que los métodos sean llaves seguras para ingresar en dominios anhelados (la fortuna, el éxito, la riqueza, la buenaventura, el conocimiento...). La tradición occidental inaugurada por Renato Descartes privilegia esta última concepción del método, si bien el filósofo de La Haye tuvo la precaución de publicar su obra como "discurso" y no como "tratado", previendo eventuales disgustos y problemas con la iglesia católica, que ya había probado su malestar con ideas que no se acogieran totalmente a sus concepciones al llevar a Galileo a los tribunales de la Inquisición.

Nuestro sistema educativo afianza esta idea. Los estudiantes que terminan el bachillerato llegan a las universidades (cuando pueden) con la certeza de que los docentes poseen las claves de los métodos en cada uno de los cursos que trabajan. La perversidad del sistema comienza desde muy temprano, cuando se le hace pensar a los pequeños escolares que el saber se transmite de un individuo a otro a través del lenguaje, y que básicamente consiste en registrar mecánica y acríticamente el discurso de los maestros o las "verdades" consignadas en libros de texto. Así que lo que finalmente se asume como método en la mayoría de los casos es el conjunto de estrategias que permiten demostrarle a los maestros que se han memorizado bien sus palabras o algunos párrafos importantes de los escritos que les han impuesto.

El sistema, entonces, niega la posibilidad de pensar, y por esta razón niega la posibilidad de intentar y desarrollar métodos de trabajo que superen los "saberes" establecidos.


Suelo preguntar a mis estudiantes si conocen algún niño que no sepa cantar, o dibujar... Yo no conozco ninguno, pero sé que el ingreso a las escuelas y los colegios lleva casi inevitablemente a que los pequeños comiencen a dudar de la calidad y la belleza de sus dibujos, enredados en la idea de que no se puede colorear bien una figura si se desbordan las líneas de contorno de una figura, o de que los árboles son verdes y el cielo azul y el sol amarillo, y a olvidar la creatividad que anima las canciones que antes improvisaban simplemente para jugar, sin preocuparse por la afinación, la rima de unos versos o la concordancia con una fantasía que otros establecieron, con límites precisos, en tonadas que les obligan a repetir en coro, con ritmos y medidas y notas que no se pueden alterar.


La verdad es que, como afirmó Bertold Brecht en la Oda a la Educación, no se puede "saber" lo que simplemente se repite como eco de un supuesto saber que viene de afuera:
[...]
¡No te dejes convencer!
¡Compruébalo tú mismo!
Lo que no sabes por ti,
no lo sabes.

Repasa la cuenta,
tú tienes que pagarla.
Apunta con tu dedo a cada cosa
y pregunta: "Y esto, ¿de qué?
[...]
Es decir, lo que se supone que "nos enseñan" no conduce al conocimiento sino, en el mejor de los casos, al registro de un saber que otros han producido, en el cual confiamos porque no hay cómo dudar de la "autoridad" de alguien que creemos que sabe.

La vida académica lleva a que se pierda la confianza en lo que el estudiante puede lograr, proponer, crear, inventar... Peor aún, lleva a que los estudiantes asuman que todo saber es prestado, ajeno, que el conocimiento ya está dado y registrado en los libros o en las lúcidas mentes de sus docentes. Y así es imposible pensar.

Algunos profesores, que aprendieron tan mal como pretenden "enseñar", logran sembrar en sus estudiantes infinidad de ideas erróneas sobre muchos temas. Los "métodos" que proponen se reducen a uno: cómo identificar las ideas que se han validado sobre un asunto, y cómo memorizar esas ideas para poder "demostrar", repitiéndolas como loros, que algo se sabe. Y, entonces, los estudiantes "aprenden" que deben procurarse los "secretos" de los "métodos" de los educadores (y, en general, el método de éstos consiste en mantener alejados a los estudiantes de la posibilidad de que encuentren sus propios caminos, y los llenan de títulos y de autores, y les recitan teorías que no comprenden pero que han memorizado para poder mantenerse en sus pedestales, y los amenazan con exámenes en los que preguntarán por los conceptos menos claros y las exposiciones más farragosas de otros descrestadores).

El tema de la escritura, que es el dominio en el que intento trabajar, tiene en su base el problema de los métodos: ¿cómo puede escribir alguien que nunca pensó por sí mismo, que no apropió ideas porque siempre memorizó las ajenas, que nunca se atrevió a plantear sus opiniones porque de entrada estaban invalidadas por los saberes impuestos? Estanislao Zuleta, quien descubrió que el sistema educativo le impedía acceder a muchos conocimientos, renunció a terminar el bachillerato. Quería saber, no registrar información que luego se esperaba que repitiera, quizás toda la vida. Y se hizo autodidacta, y leyó todo lo que quiso, y llegó a dictar clases de Lingüística, de Psicoanálisis, de Teorías Políticas Contemporáneas, de Lógica y de muchas otras materias en la Universidad del Valle.

Los estudiantes nuestros no escriben porque algún profesor les "enseñó" que para escribir había que aprenderse los contenidos de los libros de español y literatura. Y quizás recuerden qué es un adverbio, o un gerundio, pero no son capaces de escribir. Otro profesor les dijo, y en la universidad lo repiten, que escribir bien es equivalente a dominar la ortografía. Pero no escriben porque no tienen ideas propias, no se les ocurre qué pueden decir que no haya sido dicho ya. No aprendieron a pensar y las universidades no aportan mucho para que eso ocurra, pues siguen reforzando la idea de que saber es poder repetir lo que otros dijeron y muchos más consagraron como una verdad.

 

El problema de los métodos bien puede ser el de la imposición de métodos. Imponer equivale aquí a negar cualquier posibilidad de actuar que se aparte del camino que recorrió quien pretende que enseña. La verdades "hechas" impiden que se piense el modo como se llega a ellas, y por éso difícilmente sabremos por qué los ángulos internos de un triángulo suman ciento ochenta grados (se impone, como un axioma, y no se discute), o qué significa que dos más dos suman cuatro. No recorremos el camino de la construcción del saber porque se nos obliga a "saber" (a registrar información para un inevitable olvido: de hecho, recordamos menos del 20% de lo que "aprendimos" en seis años de bachillerato, si acaso recordamos "temas" pero no el desarrollo de los mismos ni los modos de sustentar lo poco que se supone que sabemos sobre ellos).

Más allá de los asuntos del conocimiento académico, la idea de que para todo hay un método nos hace inútiles para muchos dominios de la vida práctica. Como se ha "encarnado" la idea de que los métodos son universales o únicos, andamos buscando "secretos" para hacernos un lugar en los espacios que creemos importantes: el método para destacarse en las empresas entonces será el de hablar mal de quienes vemos como competencia, el método para ascender en el trabajo será el de la adulación a los jefes, el método para sobresalir en la academia será el de hacer especialización y maestría y doctorado aunque no sepamos mucho, el método para alcanzar logros será desconfiar de los demás. Y por éso la fe ciega en los "métodos" nos hace insensibles, insolidarios, solitarios pescadores de las oportunidades que el sistema ofrece a quien es obediente, sumiso, esclavo de los métodos que ha consagrado la razón instrumental.


Pero seguiremos escuchando la voz de Antonio Machado, cantado por Joan Manuel Serrat o por Paco Ibáñez ("Caminante, son tus huellas / el camino, y nada más; / caminante, no hay camino, / se hace camino al andar. / Al andar se hace camino, / y al volver la vista atrás, / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar. / Caminante, no hay camino / sino estelas en la mar.").

Y quizás hagamos de éste un mundo mejor, cuando nos atrevamos a andar nuestros propios caminos sabiendo que no podemos ser sin los demás.

jueves, 2 de agosto de 2012

EL INTENTO


Nota previa: Prometí informar sobre la evolución de mi propuesta de Acción Comunicativa Solidaria de la anterior entrada. He recibido muchos correos de amigos que celebran la iniciativa, algunos de los cuales ofrecen aportar a su construcción. Lo dicho: no se trata de grupos formales, ni de liderazgos de personas particulares (todos somos líderes de lo que queremos hacer y efectivamente hacemos). Mi demora en informar tiene que ver con que un sobrino -diseñador gráfico excelente- ofreció trabajar en la confección de un logotipo que quiero ofrecer para quienes quieran identificar sus correos y publicaciones como expresiones de personas solidarias. Esto es un asunto de construcción pausada: uno puede ser solidario cuando ofrece sus conocimientos, cuando responde inquietudes de otros, cuando critica, cuando denuncia lo denunciable en esta sociedad, cuando fortalece a otros, cuando abraza en las tragedias y anima en las dificultades, cuando entiende que el ser éticos nos demanda ser solidarios y aportar a la construcción de ideas y prácticas de una humanidad que no es la de los sectarismos, las guerras, las ventajas sobre los demás, la descalificación de quienes piensan de modos diferentes; cuando debate sobre ideas. Ya veremos qué se hace. Por lo pronto, más sobre lo mismo: un texto que enlaza ideas aparentemente dispersas sobre el tema (habrá que trabajar sobre pensamiento complejo, del modo en que se plantea en la obra de Edgar Morin, que cualquiera puede consultar en internet ingresando en su página (http://edgarmorin.org/), donde puede leer algunos escritos, o registrarse para descargarlos gratuitamente.


Carlos Castañeda escribió cerca de una docena de libros (quizás más) tratando de explicar cómo un antropólogo formado en las escuelas más prestigiosas del mundo occidental puede aprender de culturas y tradiciones que no se alimentan de la filosofía griega o de la lógica cartesiana. No lo hizo con pesadumbre, pues si algo aprendió es que nadie debe arrepentirse por tener un modo de aprender del mundo diferente del de sus vecinos.

Castañeda (que por fuerza de editoriales gringas muchos conocen como "Castaneda", sin Ñ), se sometió a un aprendizaje que habría de confrontar todas y cada una de las certezas que tenía con respecto a aquello que llamamos REALIDAD. Y gracias al "brujo" Juan Matus aprendió algo: por ejemplo, que no somos el centro del Universo, que nuestras certezas son momentáneas (circunstanciales) y moneda de poco valor, que no somos (en todo caso, que somos lo que otros ven), que sólo valemos si somos capaces de ser en otros.



Entre las enseñanzas de Don Juan hay una fundamental. Él la llama EL INTENTO. No es una idea nueva en las filosofías de todas las latitudes, pero es algo sobre lo que poco o nada sabemos, y sobre lo que poco ponemos en práctica. Juan Matus habla sobre un asunto que quizás todos los humanos de todos los tiempos hemos considerado: ¿QUÉ ES LO QUE VALE LA PENA DECIDIR CON RESPECTO A LO QUE SOMOS Y LO QUE VIVIMOS?

Un sociólogo pensaría que se trata de una elemental "teoría de la acción".

Pocas veces preguntamos por qué actuamos de determinada manera frente a cierta situación. La mayoría de los políticos y los académicos y los líderes religiosos (de todos los tiempos y de todos los lugares) han resuelto el asunto pensando en términos de beneficios personales (no creamos que hay políticos o académicos o líderes religiosos desinteresados: acaso habrá padres amorosos, amantes ciertos, vecinos solidarios u ocasionales viajeros generosos que te dan un abrazo o un pan, que conversan contigo y te dejan oír tu propia voz).

Las teorías de la acción quieren explicar qué hace que nos movamos en una u otra dirección. Jürgen Habermas publicó en 1985 su Teoría de la Acción Comunicativa (Taurus, Madrid, 1987) fundamentando la racionalidad de la acción y la racionalización social. Cuestiona la razón instrumental que ha prevalecido en las sociedades modernas de occidente, cuya expresión verbal más acabada está en la idea de que "el fin justifica los medios". Con tal guía para la acción, individuos y Estados inventan argumentos, principios, derechos, patrias y naciones, programas gubernamentales... que validan atropellos, imposiciones, despojos, leyes, guerras, muertes...

En la introducción a la tercera parte de La Tarea del Héroe, titulada Del Convivir (Ediciones Destino, Barcelona, 2004, pág.217), Fernando Savater dice:
"No hay una ética social, no hay problemas sociales en ética: toda la ética es social. Es sobre la creación colectiva del hombre como intimidad irreductible a lo colectivo e inseparable de ello acerca de lo que indaga la reflexión ética. No hay, pues, posibilidad razonable de que la ética permanezca neutral ante la política, a no ser que se haya convertido en el más estéril ejercicio académico o en empalagosa vaguedad clerical. Pero tampoco es exacto decir que la ética "desemboca" en la política o que viene a verse prolongada por ella, como en la reflexión aristotélica: parte de algo anterior al juego político, lo traspasa acompañándole y va más allá, hacia lo no cumplido, rumbo a la incansable promesa. El reconocimiento en el otro que la ética pretende es un desafío más sutil y enérgico que el básico reconocimiento del otro que la violencia política instituye. Contra hegelianos y positivistas, es preciso sostener que la madurez de la ética no se cumple en la legislación positiva del orden político jerárquico, burocratizado y dividido en clases por la explotación económica; por el contrario, la ética sigue subvirtiendo con su ideal los violentos establecimientos de la necesidad histórica y luchando políticamente contra la política. Ese paradójico designio de poner a la ética como objetivo de la política es el sentido más noble de la revolución; o, si se prefiere menos truculencia, es el cumplimiento de la democracia."



La figura de las imágenes que acompañan esta nota se conoce como "indalo". Se trata de una figura ancestral hallada en la cueva de Los Letreros de Almería, España. Es una figura rupestre del período Neolítico tardío (Edad del Cobre) que representa un hombre con los brazos extendidos y un arco iris en sus manos. Aparte de los muchos significados que ha tenido (como símbolo de buena suerte, como protección contra males y demonios, como expresión de la unidad de los humanos con el planeta), podría proponerse hoy como indicativo de solidaridad. Es en este sentido que la propongo y la asocio con la idea de un INTENTO.

Intentar, entonces, consiste en que seamos capaces de transgredir las propuestas que nos hacen las llamadas "redes sociales", en las que nos exhibimos, mostramos lo que creemos ser o lo que tenemos, expresamos sensaciones que no nos definen ni nos determinan. El intento es la oportunidad de servir, de aportar a otros, de encontrar vías mediante las cuales somos con y en otros.

Yo sé que la solidaridad no es una enseña de nuestras sociedades. Tenemos tan poca claridad sobre el sentido de la vida que nos perdemos en tonterías. No sabemos que fortalecer a los demás nos hace fuertes, no creemos que los hallazgos de otros pueden alimentarnos.

Mi propuesta (utópica, y es lo interesante) es que quien use el indalo indique a sus interlocutores que no los utiliza, que es capaz de ofrecer lo mejor de sí para que cada quien trabaje sus búsquedas. La solidaridad cierta no puede excluir a quienes no participan de un credo (religioso o político o racial o sexual), porque busca que haya la posibilidad real de construir una humanidad cierta: hay que dudar de quienes hablan de "humanizar" la guerra -una de las más humanas y desgraciadas invenciones-, o de "humanizar" el trato que se da a los reclusos en las cárceles. Lo "demasiado humano" es quizás lo que nos ha impedido hallar modos de humanizarnos en lo que nos acerca y nos hace grandes como especie.

En 1879, en Francia, la Revolución política que habría de dar origen a los Estados modernos convocó al pueblo a actuar en torno a la libertad, la igualdad y la fraternidad. Hoy en día podemos estar seguros de que sin la fraternidad (que es la solidaridad) no son posibles la libertad ni la igualdad jurídica (que es la única igualdad a la que podemos aspirar).


Hace apenas una semana, en la víspera de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Londres, el pesista colombiano Oscar Figueroa (quien todavía no sabía que iba a ganar una medalla de plata en su categoría) habló de su tercera participación en este tipo de eventos señalando que estaba allí para aprovechar una oportunidad más que le daba la vida. El intento es éso: aprovechar opciones que nos dan otras personas, las circunstancias que hallamos (o que buscamos), los caminos que hemos recorrido.

Bueno, ya he planteado lo básico.

Como siempre, espero comentarios (en cualquier sentido).

martes, 17 de julio de 2012

Razón y Acción Comunicativas

1. Dos mensajes

Cuando comencé a escribir este blog tenía en mente aprovecharlo como recurso para acercarme a muchos amigos de distintas épocas, un poco con la idea de Juan Carlos Onetti sobre la escritura ("Escribir es un acto de amor"), que es un poco la misma que expresara hace ya más de treinta años García Márquez ("Escribo para que mis amigos me quieran más").

Pero el cariño, el aprecio o el respeto tienden a ser insuficientes cuando simplemente se declaran. Lo sabemos bien todos, porque cuando más allá de las declaraciones que los expresan no hay gestos o acciones que certifiquen su validez uno termina por acomodarse a las rutinas de los saludos, los abrazos, las buenas maneras, las meras apariencias.

Reproduzco aquí dos mensajes de correos electrónicos. El primero, de Gustavo Ignacio de Roux, mi amigo desde el primer saludo en Tumaco, en 1985, con ocasión de una visita que hizo al puerto nariñense para trabajar en un taller con funcionarios y promotores sociales de Plan Internacional. Conversamos, rumbeamos en casa de María Isabel Duque y Franklin García, trabajamos de nuevo el día siguiente, y quedamos en que cuando yo regresara a Cali lo buscaría para ver si había alguna actividad en la que pudiéramos coincidir.

El año siguiente, ya en Cali, volví a encontrarlo mientras trabajaba con Alvaro Pedrosa en un proyecto que daría origen a la Fundación HablaScribe, de la cual Gustavo fue socio fundador con Alvaro y otros dos amigos. Cuando viajó a Brasil, en 1988, Gustavo nos dejó su casa para que la utilizáramos como sede provisional de la Fundación, mientras se hacían unas adecuaciones en la casita que tuvimos en comodato en el Barrio Bretaña.

El segundo mensaje es mi comentario al correo de Gustavo.

Bueno, pero dejemos que los mensajes hablen, y volveremos más adelante, en la segunda parte de esta entrada, al asunto que me motiva a escribir esta nota.


MENSAJE No. 1:

¿ESTAREMOS CONDENADOS?

Hace pocos días recibí por internet un mensaje que hacía referencia a un escrito de Ayn Rand en su libro La Rebelión del Atlas (1950). Quien puso a circular el mensaje se inspiraba en dicho escrito para proponer caminos para transformar el Congreso quitándoles privilegios a los congresistas. En el texto citado, Ayn Rand señala que “cuando en una sociedad para producir se necesita obtener autorización de quienes producen nada; cuando el dinero fluye hacia quienes trafican con favores; cuando muchos se hacen ricos a través del soborno y de las influencias y no por su trabajo, y las leyes no  protejan contra ellos sino que son ellos los que están protegidos; cuando la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en auto-sacrificio, entonces se puede afirmar sin temor a equivocarse que esa sociedad está condenada”.

Colombia tiene muchas cosas positivas y está plagada de ejemplos de prácticas que van en contravía de la corrupción y la incivilidad, pero no es menos cierto que las palabras de Ayn Rand nos obligan a preguntarnos si no estaremos condenados como sociedad. ¿Acaso no es cierto que la inmensa mayoría de los políticos solo ven en los recursos públicos un botín para saquear? ¿Acaso no es cierto que los cuerpos colegiados, llámense concejos municipales, asambleas departamentales o congreso nacional, son antros en donde la mayoría de sus miembros negocian maneras de atracar lo público para su beneficio personal? ¿Acaso no es cierto que la corrupción es parte del paisaje nacional? ¿Acaso opera la justica y se satisface el derecho a vivir en paz? ¿Acaso hay garantía de acceso, para la mayor parte de la población, a salud y educación de calidad, a vivienda digna y a ingreso decoroso, esas “pequeñas utopías” como las llamó Darcy Ribeiro?


Desde luego habrá muchos caminos para lograr que esta sociedad, aparentemente condenada, sea viable. Pero sin lugar a dudas, uno ineludible tendrá que ser la censura recia, decidida y sin tregua a los partidos políticos que prohíjan la corrupción, a los cuerpos colegiados que la cultivan y a los políticos que la practican. Y tendrá que ser con todo tipo de censuras: moral, electoral, jurídica y social. Porque no habrá opción alguna de ser posibles como sociedad mientras los recursos que son de todos y que no deben tener otra finalidad que la de propiciar el Bien Común, sigan siendo encauzados hacia los bolsillos de concejales, diputados, congresistas y funcionarios públicos venales y deshonestos. Al fin de cuentas son ellos quienes, elegidos para propiciar el desarrollo y la construcción de bienestar, se encargan con la corrupción precisamente de bloquearlos.

Gustavo I. de Roux


MENSAJE No. 2:

Mi apreciado Gustavo:

Tu escrito acerca de la condena que pesa sobre este país ha sido ampliamente difundido por diversos círculos de amigos. De hecho, me llegó en varios correos, y sé que ha suscitado comentarios, aunque me temo que en la mayoría de los casos pesimistas.

Comparto la visión, e inclusive creo que uno a veces se queda corto en la exposición y en el análisis sobre las tragedias que nos imponen los de siempre. Pero en lo que a mí respecta trato siempre de cultivar algo de esperanza (que, lo he dicho en muchas ocasiones, es lo último... que se gana). La esperanza, pienso, está en la seriedad con la que hago mi trabajo como docente, y puedo afirmar que de alguna manera llego a "tocar" a algunos jóvenes que se quieren formar como comunicadores; y escribo un blog en el que no sólo hago denuncias y presento mis propias versiones o análisis con respecto a nuestras realidades sino que intento dejar la idea de que todos podemos pensar y actuar para transformar los pequeños espacios en los que nos toca estar.


He soñado con una red en la que se trabaje sobre la base de la solidaridad. La he propuesto a amigos ambientalistas, ofreciendo mi conocimiento y mi experiencia para el diseño de proyectos, o aportando información, y planteando que si cada quien ofrece lo que tiene a otros entonces se pueden fortalecer iniciativas de muchos y todos ganan. Mi primera experiencia como internauta, hace más de quince años, se dio en respuesta a la inquietud de una chica venezolana que leyó un comentario que dejé en una web sobre Cortázar: cuando ella leyó mi nota decidió que yo podría ser un apoyo para su trabajo de grado (justamente sobre el querido cronopio) y eso hizo que mantuviéramos contacto durante casi seis meses, hasta que terminó su trabajo y se graduó.

La Internet sirve para lo que uno la use. Lo grave es que la mayoría de la gente hace lo que los negocios de la red propone. Pero mi blog me ha mostrado que hay lectores críticos, que hay gente con ganas de actuar con otros y de transformar algunas realidades, que hay la posibilidad de mover opiniones e inclusive de crear cierto tipo de movimientos.


Lo que quiero decir es que si uno decide proponer algo diferente es posible que se mueva mucha gente, sin necesidad de pensar en organizaciones formales, partidos, etc. Opiniones sin exclusión, debates abiertos, formas de expresión que se aparten de los radicalismos, los sectarismos y todos los demás "ismos" que aíslan y niegan la posibilidad de actuar en dominios en los que tenemos cercanías con otros. Seguramente una propuesta de este tipo inmediatamente contará con entusiastas dibujantes, diseñadores, músicos, cuentistas, corresponsales, y mil más etcéteras importantes.

¿Le jalamos? Yo aportaré lo que pueda, y seguramente hay más de un cómplice esperando que alguien lance una iniciativa como ésta.


Va mi abrazo,


Luis Jaime Ariza T.


2. Una propuesta


Gustavo respondió a mi correo con la aceptación de la idea que planteo en mi comentario. Suficiente para creer que es posible trabajar en la dirección que señalo, sobre todo porque uno va sintiendo que los colombianos estamos "condenados" a reaccionar creativamente si no queremos la otra condena, la de la resignación y la queja permanente. 

La propuesta, entonces, es que quien desee trabajar por la creación y el mantenimiento de un espacio abierto, creativo, de intercambios productivos, de debates sustentados, de solidaridades activas, de expresiones ciertas de apoyo a quienes animan proyectos de hermandad, de construcción de conocimientos, de investigación y de reflexión sobre las realidades del país, de búsquedas por la transformación democrática de Colombia, de diálogos razonados que destierren toda suerte de sectarismo, de ideación, de encuentro en acciones que acerquen tantos sueños aplazados, y quienes quieran enriquecer ese espacio con sus aportes, comiencen a expresarlo desde ya.

Este blog será un primer punto de apoyo para la propuesta, pero todo el que quiera puede proponer sus propios espacios, porque se trata de construir un proyecto sin centros (o con muchísmos centros, los de cada participante), sin dirigentes (o con la dirigencia y diligencia de todos), sin estructuras ni burocracias de partido o de movimiento formal. La idea es aprovechar todos los recursos que hay en internet (aún las llamadas redes sociales, que podremos convertir en redes de acción).

Habrá diseñadores y "disoñadores" (como diría el buen León Octavio), y entonces podremos crear algún otro espacio, y habrá quienes ofrezcan servicios y apoyos a quienes desarrollen proyectos en múltiples campos. La idea motriz es la acción social solidaria.

Como soñador, tengo muchas otras ideas en mente, pero por ahora espero ver qué reacción suscita esta notica.

Adjunto mi dirección de correo para recibir comentarios. Responderé todos los que lleguen y escribiré la siguiente semana sobre cómo va el asunto.


lujarte@yahoo.com