viernes, 1 de diciembre de 2017

Conversando con la noche y con el viento...

Quienes saben habrán identificado inmediatamente la época, la intención, las circunstancias, quizás inclusive los modos como llegó la canción y se quedó conmigo, con ellos, con tantos...

Cali tiene la magia de la brisa que baja de Cristo Rey y de Las Tres Cruces justo cuando el sol se cansa de su paseo cotidiano por el valle hermoso del río Cauca. Debe creer que el calor comienza a devolverse y, como ya no lo quiere (que para eso nos lo manda), juega a mandar oleadas de aire hirviente a las nubes para que de los cerros bajen los vientos que secan el sudor, que animan a caminar, que invitan a salir de las casas y de los empleos a la gente para que encuentre en las calles mucha más gente ávida de frescura, de encuentros, de sorpresas, de café en los cafés y de cerveza en los bares, de empanadas a la orilla del río, de juventud en el bulevar, de pelo desordenado y faldas revoloteando...

Pero no es solamente Cali. También en Bogotá, sin lluvia y con luna, se vive y se bebe una brisa nocturna que invita a evocar recuerdos, que a veces son amores y otras sinsabores, que las más de las veces son memorias de los tiempos que no dejamos de amar. En cualquier caso, la noche inminente y una brisa discontinua saben y logran provocarnos una pizca de nostalgia, una que otra alegría, fotogramas de nuestras películas personales (salíamos de un cine y una lluvia bañada en sol nos sorprendió en un parque lleno de torcazas y de sombrillas, veíamos los arreboles sobre los Farallones tiñendo el cielo de naranjas profundos y de azules inciertos, caminábamos subiendo una calle empinada que nos llevaba al mismo cielo de un delicioso abrazo, leíamos en el banco de un parque algún cuento fantástico, entrábamos a un café para contarnos la mañana o imaginar un domingo...).

https://www.youtube.com/watch?v=zeMcO4IF8rg


Pasa en las ciudades y en los pueblos, en las playas, en las montañas... A quienes caminamos por la necesidad de pensarnos y dedicamos al menos una hora diariamente a este ejercicio nos resultan esenciales el estímulo de la brisa y la complicidad de las noches. Entonces se hacen algunas claridades, porque los pensamientos andan a veces con un ritmo más acelerado que el de nuestros pasos, y cada calle y cada parque y cada árbol son un pretexto para una evocación, para la respuesta a una pregunta que no se resolvía con los intentos racionales y las conversaciones sesudas, y es cierto que son más las inquietudes que emergen que las respuestas que hallamos.

Aquí, hoy, la intención de agradecer a Joan Manuel por una canción que se quedó conmigo y que vuelve con muchas brisas vespertinas, que canto con una voz amiga, que recuerdo cuando el barrendero de la Calle Octava, frente al edificio de la Cámara de Comercio, va riendo mientras "barriendo" va (también sabe, aunque no conozca la canción, que el viento juega con él, que lo reta, que lo invita a pensarse).

Y hay, además, la intención de que la música seduzca a quienes no conocen a Serrat, o no caminan en las tardes, o no se dejan perder en las calles de sus ciudades y de aquellas que comienzan a conocer.

Todo se resume en la necesidad y las ganas de abrazar.

En Cali, diciembre 1 de 2017

jueves, 2 de marzo de 2017

Cuando un amigo se va…

Decía el maestro Estanislao Zuleta que los griegos inventaron la perspectiva con respecto al pensamiento; no aquella que la geometría, la pintura o la arquitectura vieron nacer con Filippo Brunelleschi a comienzos del siglo XV, sino la perspectiva que nos regala la opción de relativizar nuestra propia mirada sobre el mundo, esa potente perspectiva que abre la posibilidad de erradicar del lenguaje palabras como “contrario”, “enemigo”, “amenaza”, “desesperanza”, “desamor”, “lejanía”…

Hablo del amigo que se va en la perspectiva de aquellos amigos que se quedan mientras viajo a Cali para reinventarme en el pedazo de vida que me queda, para re-encontrar en los abrazos muchos otros que han estado cerca durante quince largos años. Hablo con afecto y gratitud, principalmente de un contingente enorme de alumnos que tuve la fortuna de encontrar en ocho años de trabajo en la Universidad Central y uno en el Politécnico Grancolombiano, sin olvidar a ninguno aunque ahora ya no pueda recordar unos cuantos nombres… Ellos le dieron una razón a mi empeño por transformar un poco la pequeña parcela en la que he vivido, me animaron a pensar, a formular preguntas, a escribir algunas páginas, a compartir mis músicas y mis autores predilectos, a imaginar el país solidario con el que me desvelo desde que tuve conciencia sobre la inequidad, la perversión del poder, la inutilidad de la acumulación, la belleza de nuestro planeta, los horrores de la historia de la humanidad, las esperanzas que pueden salvarnos…


Encuentro que mi casa siempre abierta se convierte ahora en decenas de casas con puertas abiertas para mí. Maravilloso y tremendamente grato. Apenas sí camine unas cuantas calles de Cali y en menos de diez días me encontré con una treintena de amigos. Los que quedan en Bogotá me acompañarán, porque todos y cada uno saben que los llevo conmigo, con la gratitud de quien sabe que la vida cierta se nutre del reconocimiento que hace posible cada encuentro…  Cada regreso a esta ciudad será una fiesta, y me veré recorriendo de nuevo las calles y los sitios que me recuerden (que me devuelvan el corazón que aquí palpitó).

Celebro poder escribir esta nota, confirmación de la existencia de las fuerzas que me han movido a caminar y a emprender muchas búsquedas… ya sabemos que no hay camino, pero es bueno confirmar que detrás nuestro hay una que otra huella.

Con lo mejor de mi afecto,



Luis Jaime,
En Bogotá, marzo 2 de 2017

P.S.: Agrego la letra de la canción:


Cuando un amigo se va
queda un espacio vacío
que no lo puede llenar
la llegada de otro amigo.
Cuando un amigo se va
queda un tizón encendido
que no se puede apagar
ni con las aguas de un río.
Cuando un amigo se va
una estrella se ha perdido,
la que ilumina el lugar
donde hay un niño dormido.
Cuando un amigo se va
se detienen los caminos
y se empieza a revelar
el duende manso del vino.
Cuando un amigo se va
queda un terreno baldío
que quiere el tiempo llenar
con las piedras del hastío.
Cuando un amigo se va
se queda un árbol caído
que ya no vuelve a brotar
porque el viento lo ha vencido.
Cuando un amigo se va
queda un espacio vacío
que no lo puede llenar
la llegada de otro amigo.
ALBERTO CORTEZ