lunes, 30 de diciembre de 2013

Que no nos maten porque nos dejamos...

NOTA: Comencé a escribir esta nota el 28 de diciembre de 2013. El calendario gregoriano habla del día de los inocentes, pero en 1582 nadie sospechaba que nuestro mundo redujera su tamaño (los entusiastas usuarios de las nuevas tecnologías de la información creen que sus dimensiones crecen, y que tener más datos supone saber más y tener mayor control sobre lo que ocurre). Hay formas de leer, y hay una que indica que cada vez tenemos más información pero sabemos menos, abarcamos más pero reducimos nuestra capacidad de comprensión, tenemos "más poder" pero podemos menos, resolvemos con mayor celeridad las minucias de la vida pero perdemos la vida en ello.


Hace apenas una hora, en el canal de televisión de National Geographic, estuve viendo un programa sobre las terribles predicciones que muchos científicos del mundo hacen sobre lo que le espera a la humanidad en este siglo en materia de desastres "naturales".

La naturaleza, como bien dijo el filósofo colombiano Danilo Cruz (poco leído, poco conocido), es parte del mundo que dejamos atrás los humanos cuando creímos ser amos y señores del planeta. Los mitos y las creencias (o las opiniones, como preferiría Platón) dieron paso al reino de la razón, preconizado por Descartes y celebrado por Kant, y aclamado por quienes se sintieron amos del mundo y constructores de un futuro venturoso cabalgando a lomos de la ciencia. Los comerciantes, los industriales y los gobernantes, sobre todo, imaginaron un mundo de abundancia basado en la eficacia y la eficiencia de nuevas y cada vez más sofisticadas tecnologías. Y nos están matando.

Uno se deja matar cuando cree ciegamente en las bondades del mal llamado desarrollo. Te han dicho que el desarrollo supone que vayas a una escuela, que ingreses a una universidad, que te conviertas en funcionario de un sistema que a duras penas te permite ganar un salario mensual, pagar tu casa y tus "obligaciones", alimentar a tus hijos, jubilarte y morir de viejo. La vida se redujo, se contrajo, se hizo miserable y triste. Y ahí vas, trasegando (que no caminando) un sendero que a duras penas conduce a un entierro de segunda clase.



Cada nuevo año, desde que escucho la radio y veo canales internacionales de televisión, la temporada de huracanes que comienza con el solsticio de verano es más feroz (no hablo de tifones y de ciclones, que son lo mismo aunque aluden a otras etnias, otras culturas y a gentes que solemos ignorar). Si mal no recuerdo, los terribles efectos de Katrina, aunque fueron predichos, no pudieron evitar que cientos de miles de habitantes de Nueva Orleans perdieran sus casas y sus enseres, sus animales y sus sueños, en una inundación que anticipa las decenas que habrá en el futuro próximo en las costas de los Estados Unidos. Nueva York sigue jactándose de ser la capital del mundo, sin intuir que se puede ser la capital de los desastres que provocan justamente la enorme atracción de esta ciudad, su desmesurado crecimiento, su desbordado consumismo, sus irracionales modelos de vida, su gigantesca insensibilidad y todo aquello que hoy concentran las grandes ciudades, que es la insolidaridad y el despilfarro, que es la funcionarización de la vida, que es la ceguera y el desconocimiento de la responsabilidad frente a un futuro venturoso que negamos a nuestros hijos, nietos, sobrinos, a todas las generaciones del siglo que creímos sería el de la redención de la miseria, el de la democratización de la educación, el de la liberación de las últimas etnias y naciones víctimas de colonialismos y tiranías e injusticias políticas o sociales.

Hace un poco más de treinta años intenté escribir una serie de relatos cuyo tema central era la muerte. No porque le rinda culto. Me atemoriza, sobre todo cuando no encuentro razones para que actúe, cuando es forzada, cuando nos la imponen. Contaba en uno de ellos cómo nuestra especie inventó el asesinato, que no existe en otras especies animales; hablaba de algunos misteriosos pasajes que quizás se abran para quienes abandonan el mundo que conocemos; afirmaba que el suicidio es una forma de matar en el que la sociedad, por la interpuesta mano de la víctima, muestra una de sus más horrendas caras...

Daniel Viglietti, canta-autor uruguayo cuyas canciones conocí desde finales de la década de 1960, dice que nuestras sociedades nos matan cuando trabajamos y cuando no lo hacemos, que hay niños que se parecen a los hombres (nos imitan) cuando matan a otros con el trabajo o con el despojo, que hay "ciegos" peores que aquellas personas que no pueden ver...



No hay nada de "natural" en las tragedias que se anuncian, ni se trata del final de los tiempos, ni hay profecías de inminente e inevitable cumplimiento en materia de mortandades. Sólo hay lo que todos conocemos pero frente a lo cual permanecemos pasivamente conformes: abusos del poder, políticos corruptos, traficantes de armas y de drogas, negociantes, imperios industriales, explotación intensiva de bienes ambientales, esclavitudes, comercio con todo aquello que signifique lucro enorme y poca inversión, estupidez generalizada en medio (y gracias a los medios) de todo aquello que pueda convertirse en espectáculo, moda (o, lo que es lo mismo, cambio sin transformación)...

Contra los "apocalípticos", creo en las bondades de la investigación científica y de los creadores o desarrolladores de nuevas tecnologías. Acaban de implantar un corazón artificial a un hombre y sigue vivo, hay cientos de amputados por minas y que caminan, disponemos de las mayores fuentes de información con que haya podido contar la humanidad en toda su existencia.

Contra los "integrados", pienso que nos dejamos llevar por el atractivo de la basura en que nos ha metido el modelo funcional de vida en el que estamos.

Para comenzar el nuevo año, sólo quisiera que cada uno de quienes leen esta nota pensara en qué tontería puede abandonar entre las pocas o muchas que ha incorporado a su vida; o qué uso creativo y solidario podría hacer de cualquier elemento que tenga a su alcance. Se puede llamar a un amigo para hacerle sentir la amistad y el apoyo en una circunstancia, se puede escribir un poema, se puede crear un cuento, se puede intentar comprender por qué se producen los huracanes y qué relación tienen con lo que hacemos diariamente. Se puede decidir que no se apoya a determinados políticos por razones de "tradición" o de conveniencia personal y ocasional. Se puede acariciar a un niño en la calle, se puede cantar y volver a las canciones de cientos de artistas que decidieron que no todo en el arte es comercio, se puede leer tanta y tan hermosa producción literaria que habla de historias ciertas de personas o de países cuya expresión decidimos ignorar en favor de las ligeras y tontas series de televisión que nos ofrecen algunas multinacionales en alta definición.

No es que este mundo esté matando gente lejana, ajena, distante. Es que nos mata y nos hace cómplices de la muerte.

No te dejes matar, no mates.

jueves, 5 de diciembre de 2013

MADIBA


"Amo de mi destino, capitán de mi alma"

En mayo de 2000 decidí perderme por las calles de Londres, en compañía de William y Anelio, dos indígenas Kunas que conocí cuando fui invitado por el Institute of Development Studies, de la Universidad de Brighton, a un Encuentro-Taller sobre "Comunicación para la Transformación Democrática de la Sociedad".

Perderse es esa forma de viajar que escogimos quienes no recalamos en hoteles y ansiamos tener real contacto con los sitios que visitamos, es decir con la gente que los habita. Y mis extravíos fueron seguidos por mis acompañantes, quienes no estaban interesados en los grandes monumentos para hacer fotografías en ellos sino en descubrir otro modo de vida, el de los londinenses atareados, el de millares de turistas del mundo entero queriendo untarse un poco de historia y disfrutando del verano que llegaba con soles esplendorosos y cielos azules, con días enormemente largos y sonrisas espontáneas en las calles.

Lo curioso de nuestra caminata dominical es que, andando sin rumbo, nos topamos con un busto de Nelson Mandela después de salir de una avenida y subir una escalera en medio de varios edificios, a pocas cuadras del Big Ben y el edificio del Parlamento, y un poco antes de llegar al "London eye", en una orilla del Támesis.

Dije curioso, pero creo que en el no calculado trayecto que recorrimos ese día terminamos por encontrar escenarios que corrientemente no se muestran en las guías turísticas, en los que afirmábamos la idea de que el mundo es cualquier parte y todas las partes, sobre todo en una urbe cosmopolita en la que una buena parte de los ciudadanos sabe valorar y respeta las diferencias con los demás habitantes del planeta.


Como sé que en estos días se contarán y se descubrirán cientos de historias sobre la vida de Nelson Mandela, y yo sé realmente poco sobre su vida, quiero compartir una idea que, creo, poco se resalta con respecto a la labor que este hombre generoso hizo por todos los sudafricanos.

Los noticieros y los periódicos del mundo entero hablarán sobre sus luchas. Yo siento que uno de los rasgos de grandeza de Mandela fue justamente percibir que la Vida no lucha, sólo persiste, se multiplica, se desarrolla, supera las amenazas y las contingencias que la acechan. La perspectiva de la lucha hace énfasis en la idea de una confrontación, de un enemigo, y en esa perspectiva es probable (suele ocurrir) que quienes aman la Vida terminen perdiendo batallas.

Mandela pensó de manera diferente, pues de otro modo habría transitado el camino de la mayoría de sus compatriotas víctimas del aparheid, una política de Estado construida sobre la idea de la superioridad de un grupo sobre otros, expresada mediante una segregación brutal y sangrienta. Había que pensar en un país posible para la minoría blanca y la mayoría negra, había que mostrarle al mundo que el absurdo sistema impuesto en 1948 subsistía porque otros países lo hacían posible al negarse a ver las inequidades y las injusticias del régimen, había que decir a grito herido que es posible un humanismo fundado en la solidaridad y la apertura de espacios para todos, porque ningún Derecho puede validarse con fundamento en la idea de que hay humanos que merecen más que otros.

Hay un cuestionamiento muy fuerte tras los gestos y las acciones de Mandela. Alguna vez Wilhelm Reich habló sobre la invitación que Jesús hacía para que cuando recibamos un golpe en una mejilla pongamos la otra ante el agresor. Y señalaba que el gesto no tiene la intención de darle aliento al agresor para que siga cometiendo tropelías sino para que descubra su cobardía frente a alguien que, inerme, lo enfrenta con argumentos y con razones.

Esta es mi nota de hoy. No se puede simplemente llorar y estar de luto.

Mi abrazo para los amigos que conversan conmigo cada vez que me leen.

sábado, 16 de noviembre de 2013

El grado 12

Sostengo que el bachillerato, en el sistema educativo colombiano, es una de las más grandes estupideces que se hayan podido inventar: se hace gran alharaca con la importancia de las matemática y el español, y los estudiantes terminan odiando los números y la literatura; se dictan clases de geografía y de historia, pero casi nadie sabe cómo y a cuenta de qué han cambiado los límites de muchos países, y cuáles son los nuevos, o por qué diablos se constituyeron, ni por qué hubo y hay guerras o presidentes fundamentalistas, amantes de los caballos y convencidos de que un país es una finca en la que sólo hay animales y peones.

En Colombia hay una ministra, ex-esposa de otro ministro (palmicultor o, en todo caso, amante de la agroindustria de la palma africana, que acabó con buena parte de la llanura del Pacífico, y con las tierras colectivas de las comunidades afrocolombianas del Chocó y de Urabá, y que se relame con los llanos del oriente del país). Conocí la oficina del nuevo Ministro de Agricultura en Bogotá, hace ya unos dos años, y me impresionaron su "latifundio" burocrático, su gordura temprana, su tontería de beato seminarista impenitente (estudié con ese señor en 1965, en el Seminario Conciliar San Pedro Apóstol, de Cali, del que fui casi expulsado justamente por no tener "espíritu seminarístico", virtud que agradezco a la vida, la salud y la felicidad de las que hoy disfruto).


CITO:

Martes, 30 de Abril de 2013 

Tras la propuesta del Banco Mundial (BM) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) sobre la implementación del grado 12, varios colegios de Bogotá ya vienen adelantando estrategias y programas piloto para evaluar la viabilidad de la propuesta planteada. Lo que se busca con la propuesta del grado 12 en los colegios de Bogotá es que el año o los dos años más en el bachillerato sirvan para que los estudiantes salgan como técnicos o tecnólogos y, al mismo tiempo, fortalezcan sus aspiraciones y se combata la deserción escolar en las universidades.

Actualmente en Bogotá se han identificado 35 colegios que iniciarán el grado 12 y 42 colegios en los que se están verificando las condiciones para poder dar inicio al grado 12 durante el segundo semestre de este año. La estrategia consiste en que el colegio y la facultad empiezan a trabajar en equipo en décimo y once, implementando el 25 y el 40 % del currículo, con el fin de llegar al grado 12 con el 100%. La idea es que a medida que el estudiante sea bueno, la universidad le dará créditos desde el grado décimo, once y todo doce, que le servirán para la universidad. A los jóvenes que optan por los grados 12 y 13 se les imparten seis áreas del conocimiento: ciencias económicas y administrativas; arte y diseño; educación física y deportes; matemáticas, ingeniería y tecnologías de la información; ciencias naturales; biología, física y química; y lengua y humanidades.

El objetivo primordial de esta iniciativa es llegar a vincular a los jóvenes de los grados 10º y 11º de colegios distritales de todo Bogotá a programas que les permitan reconocer sus intereses y así llegar a una articulación con la educación superior de manera efectiva. (Plan Nacional de Educación -PNDE- 2006/2016 (http://www.plandecenal.edu.co/).

NOTA 1: Edité el texto anterior, porque estaba MUY mal escrito, como si hubiera sido redactado por un estudiante universitario de cualquier facultad de comunicación, con grados 11 y 12, lo que no garantiza que se dominen la escritura expositiva o los géneros periodísticos....


REGRESO A MIS PENSAMIENTOS:

Suelo decirle a mis estudiantes universitarios que el bachillerato es un padecimiento inútil. Les cuento que el maestro Estanislao Zuleta decidió "saber" y por ello decidió renunciar a los colegios cuando aún no llegaba a la mayoría de edad. Se formó al lado de Fernando González, el "poeta de a pie", amigo de su padre, con quien se acercó a la literatura y a la filosofía. Después se abrió su apetito por otros saberes y otras expresiones, y leyó sin cansancio sobre todos los temas que le inquietaban. Un autodidacta, como podría ser cualquier persona que simplemente hace preguntas y busca respuestas. Para éso no se necesita estar sentados doce años en salones de clase con profesores mal pagados y malamente informados, sin pasión por su oficio y a duras penas interesados en los finales de cada mes, cuando se les consigna un pago por una labor que no realizan bien.



En 1981 asistí a un curso de Psicoanálisis que dictaba el maestro Zuleta. No aprendí mucho sobre el tema, pero me interesé por la obra de Freud, y más tarde leí a Wilhelm Reich, y me acerqué a los escritos de Jung, y compré libros de Igor Carusso, de Mannoni, de Lacan, de Winnicott, de Groddeck...

La educación, supe, no tiene que ver con abundancia de contenidos sino con la siembra de inquietudes.

Cuando hacía mi especialización en Sociología, el amigo y profesor Alberto Valencia insistía en la condición de pensador de Zuleta. No se trataba de un "sabedor" de múltiples asuntos sino de un individuo que se situaba en sus circunstancias y hacía preguntas -las que muchos podríamos hacer- sin esperar a que las respuestas estuvieran dadas, sobre todo si esas respuestas provenían de personas ajenas a las realidades propias. No se puede aceptar una respuesta a una pregunta que no hemos hecho: el sistema educativo colombiano ofrece millares de respuestas (el ICFES lo sabe y juega con ello) a preguntas que nada tienen que ver con quienes "se educan". Sabemos tanto que no sabemos nada.

Cuando la Ministra de Educación (!!!!!) propone añadir un año (un grado) a la tortura de la educación básica secundaria no hace más que promover el incremento formal de la estupidización de nuestra juventud. ¿Acaso pretende que los estudiantes  aprendan a pensar?, o ¿piensa que nuestros jóvenes serán capaces, con un año más de encierro, de redactar textos claros, concisos y coherentes?, ¿o que se interesarán más por la lectura?, ¿o que llegarán a las universidades con ideas claras con respecto al tipo de sociedad en la que vivimos, y con proyectos de vida y de trabajo que permitirán transformar la sociedad y hacer que sus vidas sean menos trágicas que las de sus padres?

El problema de la educación no es de cantidad de cursos o materias sino de calidad de los maestros y de claridad en los propósitos. He afirmado que no es necesario que un niño dedique cinco años (en la primaria) para apenas saber medio leer y no leer casi nada, o poder sumar y no tener qué (lo mejor y más práctico sería aprender la resta y la división, porque personas como la ministra no permiten pensar en sumar y multiplicar).

Necesitamos educadores diferentes, comprometidos, deseosos de cambiar el tierrero en que vivimos (reemplácese esa expresión por cualquier otra que ilustre con más claridad el tipo de mundo al que se somete a la mayoría de la gente en este país). Pero éso no es fácil, porque los educadores suelen ser más un tipo de funcionarios del sistema educativo que una especie de individuos conscientes de su papel como gestores de individuos pensantes.

El objetivo de la educación, si no es el de formar personas capaces de pensar, no es ninguno, más que el de re-producir una realidad que a pocos sirve. La sociedad inequitativa, desigual e injusta en la que vivimos se sostiene y se alimenta de gente que no sabe, que no piensa, que no se hace preguntas. Un grado más en el "régimen" de "educación" secundaria no haría más que fortalecer la incapacidad de nuestra juventud para aspirar a cambiar el país.

La ministra no es tonta. Sabe de qué va este cuento. Sabe por qué propone un grado más de estupidez para nuestra juventud. Jamás se le ocurrirá plantear el tema de la calidad de la educación (ella misma parece ser fruto de la cantidad, no por nada dirigió la Cámara de Comercio de Bogotá), o asociar la calidad con la formación de los educadores y la investigación sobre estrategias para desarrollar el pensamiento crítico y reflexivo en nuestra juventud. El tema es tremendamente simple para los funcionarios, los burócratas y los políticos tradicionales: más de lo mismo, que es nada; una suma de información destinada al olvido y al alejamiento del saber.


NOTA: Se permite (se estimula) la reproducción de cualquier texto del autor. No importa que no se cite la fuente, ni qué medios se utilicen.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Más - caras de la Complejidad

El tema llega, como llegan o se van las actividades de cada día. La docencia tiene como enorme contraprestación el acercamiento a una gigantesca diversidad de caracteres e historias, a centenares de situaciones, a una desmesurada cantidad de insospechados temas, y cada día hay más sorpresas, sobre todo cuando se renuncia a la idea de imponer verdades o de administrar información como buena moneda, o a prescribir conductas o validar perspectivas personales. Entonces hay la posibilidad de la exploración constante, del verdadero aprendizaje.

Conté en otra ocasión, aunque ya no sé si en estas mismas notas, cómo cuando hacía mi especialización en Sociología tuve un curso de Análisis Cuantitativo con el profesor Elías Sevilla Casas, en la Universidad del Valle. Él se sorprendió porque, a pesar de mi frecuente y en su opinión acertada participación en sus clases, no alcancé más que un 2.00 como nota de un primer examen. Aprovechando que en ese momento se iniciaban las clases con los alumnos de pregrado, me propuso que dictara un curso similar para estudiantes de quinto semestre, con el argumento de que cuando uno tiene dificultades en un tema es una buena opción trabajar en ellos y resolverlos en el ejercicio de la docencia. Tenía razón, toda la razón, tanta que menos de un año después yo estaba diseñando y desarrollando dos cursos en esta materia en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Santiago de Cali.

La complejidad es una de esas dimensiones de la vida que pocas veces se puede apreciar en nuestro mundo lineal, o cuadriculado, o unidimensional (como señalara H. Marcuse), o que privilegia la razón utilitarista e instrumental (como quiere J. Habermas). Y es difícil captarla porque nuestro mundo procura la reducción, la simplificación, la eficacia y la eficiencia, sacrificando la comprensión y el trabajo dedicado, la observación detallada, las perspectivas relacionales.

Hablo de más-caras de la complejidad porque enfrentamos tanto la opción de perdernos en las apariencias (máscaras) como la de llegar a descubrir, si nos esforzamos un poco, la multiplicidad y la riqueza de cada acontecer, de cada asunto que consideramos, de cada relación que establecemos, de cada experiencia.


Como siempre, estando en una clase se presentan ideas que no se me ocurrirían de no se porque logro percibir en algunos estudiantes inquietudes que los desbordan, frente a las cuales no hallan vías de exploración porque no se les dio la oportunidad de pensar de modos diferentes a los que preconiza e insistentemente valida y promueve nuestra concepción dominante de la educación. Los muchachos, por ejemplo, al querer abordar el tema de la elaboración de un reportaje, me preguntan por una definición, piden que les indique cuáles son las condiciones "necesarias" para la preparación y la producción de un reportaje, pero a ninguno se le ocurre preguntar por qué otras condiciones (quizás no necesarias) hacen posible que un periodista encuentre ese aspecto especial que hace de un hecho el punto de partida para iniciar una investigación, o cómo en la enorme maraña de circunstancias que rodean un acontecimiento están la historia, la geografía, la cultura, el ordenamiento social y político de un pueblo. Y, más todavía, cuando les hablo de la geografía parecen entender que me refiero a nombres de ciudades o de accidentes geográficos, porque no les permitieron ver que la geografía es dinámica y compleja, que el planeta se mueve y se transforma por acción de fuerzas geológicas, por efecto de la influencia de otras fuerzas del cosmos, por la acción humana (que incluye el no saber vivir en nuestra Tierra, con ella, con los seres con los que compartimos espacio y circunstancias). Y cuando hablo de historia se sitúan en el terreno de unas fechas y unos reinos que no llegaron a conocer, porque se les hizo creer que la historia es un inventario de hechos que alguien decidió que eran importantes para un país, para una ideología, para un grupo étnico o de poder...

Y entonces se me ocurre hablar de la multidimensionalidad de la realidad, y además de la multiplicidad de realidades que puede haber en un mismo acontecimiento. Y les muestro cómo un edificio que se derrumbó en una ciudad nuestra hace unos días contenía las historias de vida y los proyectos y los sueños de muchísimas personas; y de la geología urbana; y de las contradicciones que puede haber entre un diseño pretendidamente hermoso, funcional, moderno, y una ingeniería que no está preparada para sustentar caprichos arquitectónicos; y del diseño y la aprobación de políticas para el sector de la construcción; y de la enorme preparación que tuvieron quienes integran los grupos de rescate que llegaron de varias ciudades del país para intentar hallar los eventuales sobrevivientes y los cuerpos de quienes murieron sepultados por toneladas de escombros...

Y hablo, además de que no vale la pena una definición cuando se trata de crear un texto que seduzca o conmueva, y que no es útil esperar que un profesor "sentencie" el modo como un periodista habrá de escribir sus reportajes. Y cuento que la mayoría de los buenos periodistas del país quizás no han pasado por una academia en la que les den definiciones o les dicten pautas para crear, y que no hay cursos de observación, curiosidad y creatividad, porque a los educadores generalmente les interesa más la simplificación del universo que creen conocer, dominio en el que no se sienten cuestionados, en el que se pueden cobijar con el manto de muchos autores que avalan sus exposiciones "magistrales".

Digo que cuando se impone una sola mirada la realidad se empobrece. Y a pensar en el culto que se rinde a la razón (sobre todo a un tipo de razón) porque permite entender aislando, y actuar con orden y con efectividad y con eficiencia sobre fragmentos de la vida, como cuando se estudia, cuando se llega a ser un profesional, cuando se construye una relación en la amistad o en el amor....

Reducir experiencias y situaciones y relaciones a un solo aspecto, el que nos seduce o interesa o conviene, constituye un falseamiento de esas realidades. Obligamos a esas realidades a enmascararse.


Siempre habrá muchas más caras de las que percibimos (y no sólo máscaras) en lo que acercamos, en aquello que parece no tocarnos, en todo lo que creemos conocer, en lo que ignoramos, y algunas de esas caras son potenciales productos nuestros. De hecho, sabemos que podemos construir el mundo, y que mucho de lo que abandonamos significa una renuncia a nuestros propios deseos inconscientes, a nuestros miedos o a nuestras limitaciones o a nuestro egoísmo.

Hacemos de una relación una experiencia rutinaria porque no podemos ver más allá de lo que nos exigimos a nosotros mismos, que suele ser poco. E imponemos a quienes creemos amar un carácter (sabemos que el término significa etimológicamente "huella", pero que para el teatro griego aludía a máscara), y nosotros mismos llegamos a enorgullecernos por nuestro carácter. Y echamos a perder lo mágico y lo complejo y lo sorprendente y lo inesperado y lo hermoso de nuestras relaciones, y andamos dando tumbos por la vida porque nos impusimos encontrar la felicidad.

Y las máscaras resultan más caras, porque no sabemos ni podemos ver en nuestra vida más caras que aquellas que nos enseñaron y que tan obedientemente aprendimos a ver.

NOTA: Como en otras oportunidades, declaro que mis escritos pueden ser reproducidos parcial o totalmente, por cualquier medio y para cualquier uso que suponga el acercamiento entre personas, la solidaridad o un gesto de generosidad. Ojalá se haga mención del origen. Sumo a esta declaración un abrazo para quienes me leen y con ello se hacen o son mis amigos. 

viernes, 25 de octubre de 2013

Complejidad y Perspectivas de Vida


Hace apenas tres días, realizando una sesión tutorial para una de mis clases de Redacción, una estudiante se me acercó para comentarme algo en relación con su lectura del texto Elogio de la Dificultad, de Estanislao Zuleta, que puede encontrarse fácilmente si se desea buscar y hallar una reflexión acerca de la marcada tendencia que en nuestros tiempos siguen muchísimas personas para procurar eludir todo aquello que signifique esfuerzo, dedicación, compromiso...

Me dijo que tuvo un profesor de matemáticas que siempre le hizo sentir que este campo del saber no estaba hecho para todo el mundo, que había que trabajar muy duro para llegar a la comprensión del sentido y la lógica propia de las matemáticas, que se trataba de un área enormemente "compleja". Ella asumió que la estaba descalificando, y llegó a pensar que las matemáticas eran un saber al que sólo accedían personas con algún tipo de fijación extraña (cierto tipo de "perversión"), o que se trataba de una materia "auxiliar" de algunas profesiones o del lenguaje propio de científicos condenados a vivir en un mundo de abstracciones poco o nada conectadas con lo que ella consideraba la realidad. Terminó odiando tanto las matemáticas como al profesor que, a pesar de "demostrarle" que el lenguaje matemático era "impenetrable", le imponía someterse a duras jornadas de estudio para preparar exámenes en los que rajaba a la mayoría de sus estudiantes, quizás para dejar en claro que él era alguien especial, uno de esos profesores que domina un saber y un lenguaje hechos para unos pocos privilegiados.


Su pequeña historia con las matemáticas me pareció exactamente igual a la de muchos jóvenes que he conocido tras más de veinte años de ejercicio en la docencia, y le hice notar que seguramente también tuvo otros "docentes" que le hicieron sentir lo mismo con la física, la química, la biología, el lenguaje, la historia, la geografía, la anatomía, la geometría... Es más, seguramente -le señalé- hay profesores en las universidades que se deleitan exhibiendo sus saberes "complejos" y que diseñan pruebas intencionalmente complicadas para hacer ver a los estudiantes que ellos son expertos o especialistas o grandes y sabios eruditos.

Le dije, entonces, que el problema con el conocimiento matemático no es tanto que éste sea complejo sino que generalmente en nuestro medio los docentes, incluidos los licenciados en matemáticas, se forman con enormes limitaciones, y que se especializan tanto en un campo que dejan de ver las relaciones del mismo con otros, que en verdad no trabajan en un área compleja del conocimiento sino que lo simplifican en demasía y que lo peor del asunto es que ellos sí llegan a creer que lo complicado (lo más abstracto y menos útil, lo más distante de cualquier posibilidad de ser comprendido) es el verdadero saber.

En mis primeras clases de cada semestre suelo citar una sentencia de un poema de Bertold Brecht en el que afirma que lo que no sabemos por nosotros mismos en verdad no lo sabemos. Trabajo para un programa de formación de Comunicadores Sociales y permanentemente le muestro a los estudiantes que un comunicador debe estar dispuesto a conocer muchos aspectos de la realidad y acercarse a múltiples campos del conocimiento. Un ejemplo: si me ofrecen manejar la sección ambiental de un periódico, seguramente tendré que enterarme de qué es el calentamiento global, qué es la capa de ozono, por qué se derriten los casquetes polares, qué agentes contaminantes del aire o del agua se producen en mayores cantidades en diversos campos de la producción, y habré de interesarme por saber qué se propuso con la llamada "Revolución Verde", y qué es un biodigestor... Y si me ofrecen trabajar como reportero de una sección política tendré que conocer algo sobre la historia de mi país, informarme sobre cómo han evolucionado los partidos políticos, qué significa en política hablar de "derecha" o de "centro" o de "izquierda", sobre cómo funcionan los organismos legislativos de diferente nivel, sobre cómo una constitución transformó las posibilidades de la acción política partidista y de la ciudadanía....

No nos dan conocimientos complejos ni nos preparan para comprender la complejidad del mundo en el que vivimos... Por el contrario, todo lo simplifican, lo reducen a datos que debemos memorizar porque para los docentes son la expresión del "saber" de cada materia, lo convierten en información que -supuestamente- expresa el conocimiento de una disciplina. Y entonces, los estudiantes "conocen" los nombres de los autores de moda, y "saben" qué dicen, y algunos hasta llegan a recitar de memoria algunos de sus planteamientos, o sus análisis, o sus reflexiones; pero nada más. No saben y no se les permite saber, porque el saber es para iniciados (llámense docentes, o especialistas o agentes activos en el mundo real). El estudiante jamás será protagonista, jamás se planteará la necesidad de intentar transformaciones, jamás cuestionará el saber libresco de sus profesores. Todo es trágica y absurdamente SIMPLE. Lo que se ha desterrado en nuestra educación es la posibilidad de desarrollar una mirada global, compleja, sobre el mundo en el que vivimos.

¿Por qué la formación en universidades de élite sí trabaja en torno a la complejidad? Porque se trata de un nivel de construcción del pensamiento que no se puede democratizar en una sociedad que se sustenta en la existencia de desigualdades en casi todos los órdenes. Si se trabajara más en la perspectiva del desarrollo de un pensamiento matemático que en "temas" y "recetas" (fórmulas) para resolver problemas que no tienen nada que ver con la vida, tendríamos muchos jóvenes pensando, y éso es problemático para una sociedad como la nuestra. Si tuviéramos comunicadores que se formaran en la formulación de preguntas en torno a por qué pasa con nuestra población lo que pasa, se reduciría el volumen de votos que permiten que nuestros senadores y "representantes" y diputados y concejales se eternicen en unos cargos que principalmente sirven para enriquecerlos y asegurar buenas relaciones y negocios para sus familias.

La realidad es compleja. El mundo es complejo. Así lo hemos hecho los humanos, porque -como dice Zuleta- salimos del paraíso y estamos obligados (felizmente condenados) a diseñar la vida que queremos vivir.


El pasado jueves 24 de octubre escuché en una de esas emisoras que gozan de enorme prestigio (somos tan simples) a un Director de Noticias que se escandalizaba a micrófono vivo porque una madre prostituyó a 14 hijas. Según lo que él "supo" (que es lo que hace público, porque cree ser "objetivo") esa mujer vendió la virginidad de sus niñas. Entonces "mostró" su indignación públicamente, y se rasgó las vestiduras (una figura que le encanta a los fundamentalistas de toda pelambre), y pidió cadena perpetua para la madre desnaturalizada que se atrevió a tanto, y abogó por penas cada vez más severas para ese tipo de madres. Al rato, decidió hablar en directo con una psicóloga de prestigio, pensando que ella avalaría su apreciación sobre el caso. Pero la psicóloga no comió cuento por estar al aire en cadena nacional con un supuesto conductor especializado en una gran emisora: le preguntó si había averiguado por la condición mental de la señora, si conocía algo acerca de sus condiciones de vida, si tenía información sobre su pasado; le preguntó si solamente es culpable ante la sociedad esa mujer o lo son también quienes compraron la virginidad de las niñas; le preguntó si cree que este tipo de situaciones desaparecerá si se imponen penas cada vez más severas para quienes los moralistas señalan como culpables...

El mundo, ciertamente, es complejo.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Hoy, en mi vereda...


Debo comenzar agradeciendo a un número considerable de personas cuyos nombres no registro (o no recuerdo, o no conozco), por sus solicitudes para integrarse al grupo Textos para Compartir. En general, no me hago ilusiones sobre la calidad o la profundidad de lo que escribo. Publico mis ideas porque las siento fuertes y ciertas en determinados momentos: ni mejores ni peores que las de otros, sólo ciertas en la medida en que pugnan por salir o desatan nudos que tengo y que a veces parecen querer asfixiarme.

Hoy, en mi vereda, mi madre sufre de un modo que jamás imaginé que podría darse. No soy médico, ni psicólogo, ni psiquiatra... y no sé qué haría si tuviera el conocimiento de un especialista en los males del alma. Pero, además, no me duelo por no tener la experticia de quienes se consagran a estudiar y pretender resolver los padecimientos de quienes sufren por no poder aceptar la vida como nos llega. Difícil, triste, doloroso...

Nuestros padecimientos con respecto a las personas que tenemos cerca siempre serán producto, efecto y expresión de la confusión. El alma (o lo que sea que tengamos) se expresa de formas que no podemos anticipar ni comprender, ni siquiera si creemos tener conciencia plena de nuestra historia personal. No hay tal: no nos sabemos suficientemente. Lo peor es que el factor inconsciente tiene un peso enorme y lo desconocemos casi por completo.

¿A quién le preguntamos por qué nuestros deseos de imponernos sobre los demás son condición para sentirnos bien? Muchos de nosotros hemos vivido cerca de personas que nos retan, que nos condicionan, que nos imponen ser de ciertos modos para ser aceptados y aprobados.

Supongo (no tengo otra opción) que todos tenemos padres amorosos, que tenemos preceptores que imponen visiones sobre el mundo, que padecemos docentes que deciden cuáles son los caminos que debemos tomar.

Hay enfermedades del alma que no se tratan en los consultorios médicos: ni las que padecemos quienes en alguna ocasión nos hemos sentidos excluidos, utilizados o ignorados, ni las que sufrieron aquellas personas que excluyeron, utilizaron o ignoraron a otras. No sabemos a ciencia cierta qué es el amor, e intentamos (aunque no siempre con éxito) comprender de qué manera podemos hacer que alguien cercano se sienta amado por nosotros.

Los males físicos parecen llegarnos a todos en algún momento. Los demás males, siento que pueden evitarse (las religiones los señalan como "pecados", y son los menores, puesto que estamos advertidos sobre cómo podemos caer en ellos y, por tanto, sabemos cómo evitarlos).

Lo grave es que ignoremos consciente y deliberadamente pecar. No soy religioso, y no hablo del pecado en los términos en los que se expresarían un sacerdote, un pastor, un chamán, un gurú.

Pecar es, creo, contrariar la vida, limitar las opciones que tenemos o que otros tienen para explorar posibilidades.

Vivimos en un mundo de suicidas...

hoy, en la vereda de tantos.....

viernes, 2 de agosto de 2013

Culpas (2)

La culpa y la normalidad....

La noción de normalidad y la experiencia de la normalidad, en mi sentir, han provocado incontables desastres en la corta historia de la humanidad. Primero, porque la mayoría de las personas (incluidas aquellas que se creen normales) ignora que la condición de normalidad no es más que la expresión de un hecho estadístico; segundo, porque los normales han alimentado la idea (auspiciada por grupos religiosos, políticos, económicos, sociales, culturales, étnicos, de clase....) de que quien no califica como normal puede ser marcado, excluido, in-culpado, condenado...

No se es normal cuando, por las razones que haya, uno no puede sentir, pensar, actuar como la mayoría de las personas que están alrededor.

El tema de la normalidad lleva al tema de las diferencias. Los anormales son diferentes de la gente común y corriente, que suele ser siempre la mayoría. La mayoría asume que por contar con la fuerza de su número está por encima de la minoría anormal.

Pero la idea de mayoría puede ser equívoca, como lo muestra la historia de casi todos los países suramericanos, en los que una mayoría mestiza ha desconocido los saberes y la fuerza de pueblos que habitaron y supieron sobrevivir de manera armónica con la naturaleza, y se dejaron convencer de que eran "primitivos", inferiores, "anormales".

La estadística halló que en la mayoría de los fenómenos biológicos se puede representar la ocurrencia de ciertas manifestaciones que muestran la tendencia de la naturaleza a producir seres normales: la estatura de la gente, las pulsaciones del corazón, el número de veces en que respiramos cada minuto...

También en el mundo social hay expresiones de normalidad: son normales quienes se acogen a las costumbres que la mayoría acepta como expresión válida y ejemplar de la vida social, quienes aceptan las leyes que han impuesto unos pocos, quienes convencieron a muchos de que son las que deben regir (el derecho siempre será una impostura, y resulta rentable y provechoso para imponer "normas"). Las normas, dicho sea de paso, son resultado de aquellas conductas que un grupo que domina impone como expresión a las mayorías que se someten a él.

La decencia, los protocolos, la urbanidad y la cortesía son productos de la normalidad. Los normales viven de acuerdo con estadísticas que establecen quienes se hacen con el dominio de un grupo. Aún en las sociedades llamadas "primitivas" la normalidad es un dictado de quien tiene el poder.

La normalidad social es siempre una imposición.


Los partidarios de la normalidad reclaman la idea del orden, que es SU idea de orden; exigen que haya comportamientos estandarizados de acuerdo con sus modos de percibir, sentir y actuar en el mundo. Se inventaron no sólo el derecho sino, además, el protocolo, la urbanidad, la LEY...

Los anormales se sienten cada vez más amenazados: los in-culpan por ser diferentes, por experimentar lo que no parece conveniente, por imaginar lo que no existe. Pero la estadística mostrará también que los "anormales" han hecho de este mundo algo siempre mejor, más soportable, crecientemente HUMANO (en un sentido que no tiene que ver con la idea que se hacen de la humanidad los poderosos o los "puros", o los "decentes", o...).

Lo grave del asunto es que quienes se sienten "normales" parecen no sólo disfrutar de su condición sino creerse superiores. Los nazis se creían "normales" y superiores, igual que los judíos, o los cristianos de occidente, o los pequeños hombres pequeños de los Estados Unidos de Norteamérica, quienes se creen americanos más allá de toda distinción étnica, cultural o ideológica.

La normalidad amenaza a la anormalidad: no es posible que alguien se declare y actúe en contra de las normas de las mayorías sin que lo lleven a un manicomio, o lo encarcelen, o lo marquen como "in-elegible" para actuar en los ámbitos en que las sociedades normales fabrican su descendencia.

Habrá que explorar por qué algunos humanos actúan contra la Gran Costumbre, por qué claman contra el "estar sentados", por qué ignoran las reglas de las mayorías (entre otras, ¿será que aquello que dicen las mayorías es expresión de una real mayoría?).

Los "normales" no pueden ser mejores que los "anormales", simplemente porque la vida no valida la normalidad con arreglo a datos estadísticos. La ciencia ha probado que no se ajusta a opiniones, al sentir de una mayoría...

Los normales acusan a los "anormales" por no ser como ellos. Pero no hay ninguna razón real que valide la norma (estadística) como criterio para actuar en territorios como la solidaridad, la amistad o el amor (por el contrario, las normas hablan de tomar ventaja, de sacar partido...).

Los "anormales" se sienten amenazados. La anormalidad es una fuerza que explora, que reivindica, que hace valer opciones.

¿Qué es ser culpable, cuando se propone una alternativa?

martes, 2 de julio de 2013

Culpas (1)

Sobre las culpas...

LA MISMA NOTA PREVIA DE SIEMPRE: Primero, me dis-culpo con los ocasionales lectores por mi insuficiencia intelectual, a la que atribuyo en gran medida mis ausencias de los últimos meses. Segundo, reitero que mis textos, si es que tienen algún valor, pueden ser copiados y reproducidos, total o parcialmente, citando o no la fuente, por quien lo desee.


Estudié en el Seminario Conciliar San Pedro Apóstol, de Cali, por allá entre los años 1965 y 1967. Fue un tiempo grato, como quiera que hice amigos, hice deportes, aprendía algunos rudimentos del latín y, sobre todo, hallé que mi camino en la vida no tenía nada que ver con religión alguna. De mis dos años en el Seminario me quedan los recuerdos de una excelente biblioteca, en la que me acerqué a las Novelas Ejemplares de Cervantes, y la vista hermosa de Cali desde la parte baja del cerro de Cristo Rey, que me permitía ver el apartamento que mi padre tenía en Miraflores, e imaginarlo esperándome los fines de semana para una visita a la casa del tío "gato", o un viaje a Quilichao para abrazar a la tía abuela Matilde y al la tía-prima Julia, mujeres amorosas y más que especiales para un chico de apenas doce años en un mundo que cuestionaba todo lo que se podía vivir en una ciudad como Bogotá, entonces pretenciosa y "moderna", inquieta y anhelante, pequeña urbe ilusa que coqueteaba con la idea de ser grande, cosmopolita y culta.

El latín tiene la gracia y la desgracia de ponernos al frente del lenguaje exigiéndonos pensar. Hace apenas tres años envié una nota a una página chilena especializada en etimología, en la que recojo una idea de alguien que denuncia la impostura de la palabra pobreza. Los pobres, se cree, son quienes no poseen nada; pero los pobres, de acuerdo con la etimología, son quienes han sido frenados en su capacidad para producir (pauper es infértil, y el antónimo es fertilis, el o lo que produce). En nuestros tiempos y nuestras culturas se cree que el "pobre" es el que no tiene posesiones y el rico quien sí las tiene. El asunto es que los pobres resultan ser quienes no pueden producir (porque no tienen cómo, porque no tienen con qué, porque no cuentan con apoyos o respaldo); los pobres son un producto (necesario) del ordenamiento social que domina en nuestra sociedad moderna, desarrollada, civilizada, avanzada....


Así que uno podría preguntarse quién es culpable de la pobreza, y seguramente muy pocos harían alusión a la Divina Providencia o al Destino (al menos, no lo dirían los no culpables de la pobreza de muchos en el mundo).

Entonces, ¿qué es ser culpable?

Podría decirse que una culpa se atribuye a quien causa una situación no deseada a (en) otros. Una cuestión problemática, porque lleva a plantearse interrogantes sobre conveniencias y sobre intenciones, asuntos bastante cuestionables en un Universo que, de acuerdo con las más seguras certezas de la ciencia, no tiene "ni fines ni principios".

La culpa se sustenta en ideas morales; la moral, en costumbres o tradiciones; la tradición, en la fuerza de quienes detentan cierto poder en una cultura o una época.

Vivimos pensando en cómo nos dis-culpamos. Con otras palabras, ocupamos buena parte del tiempo en que somos pretendiendo ser sujetos que no hacen mal a otros (las culpas siempre son con respecto a otros, o éso creemos).

Te pueden culpar por no satisfacer las fantasías de otros. Suele suceder. Por éso fracasan tantos sueños y tantas ilusiones en los dominios del amor, del saber, del trabajo. La culpa se convierte en estrategia, y hay millones de argumentos en el mundo moderno para señalar, acusar, juzgar y condenar a quienes no permiten que accedamos al paraíso.

En las relaciones de pareja, la culpa puede llegar a ser la explicación de los fracasos: no satisfaces mis expectativas, no colmas mis sueños, no actúas como yo desearía...

En la vida social, la culpa es la justificación de los fracasos (pero el fracaso es toda negación de una norma): no conoces los rituales, no te acomodas a las formas, no hablas como se debe...

En la política, las culpas tienen que ver con la renuncia de algunos frente a las prescripciones de los pocos que generalmente detentan el poder y disfrutan de él: se trata de renunciar al ejercicio de una conciencia ética, que resultaría contraria al afán por conseguir el poder y obtener beneficios del mismo....

La culpa se sustenta en una conciencia religiosa (mentirosa) que contaminó el Derecho: hoy en día los culpables de los mayores crímenes en Occidente son personas que quieren sobrevivir.

Lo triste es que nos inventamos culpabilidades en ámbitos en los que no debería aplicar la noción de culpabilidad: en la amistad, en la acción colectiva y solidaria, en el amor. Nuestros des-pistes son de ese tamaño: y entonces la atribución de culpas puede llegar a ser parte de una estrategia que nos "dis-culpa" (mejor dicho, que nos hace parecer frente a otros como seres "mejores" que otros, lo que en ocasiones parece ser, y es, una meta para muchos). ¡Qué bueno hallar culpables para todo aquello que no nos agrada o no satisface nuestras fantasías!

En 1968 cantó Quilapayún (y habla de culpas...): "Qué culpa tiene el tomate...."



(La canción es sólo una referencia; las culpas andan por mil caminos).

Alguien te culpa por no ser lo que esperaba hallar en ti, alguien te culpa por no pensar como esperaba que lo hicieras, alguien te culpará por no tener lo que creyó que tenías. Te culparán por ser diferente, por no tomar decisiones que otros esperan, por no cantar con el tono que una canción "debe tener"....

La culpa es un rezago y una imposición de un momento de nuestra construcción de la humanidad. La aceptamos porque no sabemos qué salidas hay para no enredarnos en la explicación de los modos en que actuamos, de las decisiones o indecisiones que asumimos...

Ando creyendo que las culpas son un ejercicio del poder que alguien quiere ejercer sobre aquellos a quienes se les imputan.


viernes, 3 de mayo de 2013

Los caminos del miedo...


                                                                                     "Como para no andar cantando
                                                                                     con todo lo que yo tengo.
                                                                                     ¡Caray!, lo tendría todo
                                                                                     si no me faltara el miedo."
                                                                                           Facundo Cabral, hijo de Sara


Nota previa: escribí alguna vez que albergo dos miedos: el de provocar daño a otros y el de alejar a las personas que amo. Lo que escribo es fruto de mis cavilaciones, de mi escaso conocimiento de la historia, de mi deseo de no darle espacio a mis miedos.


Hay quienes aman el miedo. No lo saben, y no lo quieren saber. El miedo es como el demonio, que nos habita inconscientemente y en ocasiones sale de su escondite para hacernos ver bastante más como somos de lo que creemos. El miedo se cocina, para nuestra desgracia, al lado de quienes amamos y nos aman, y generalmente por sus influencias, porque suele aparecer bajo la máscara de la protección, o la verdad, o los ideales, o la moral, o la libertad. Los miedos los suelen sembrar los padres, los maestros, los hermanos mayores, los mejores amigos, los curas, los líderes políticos, casi todos ellos seres miedosos.

Y hay mil expresiones del miedo. Las conocemos cada vez que estamos cerca de un logro, cuando estamos en presencia de personas, situaciones u objetos desconocidos (sobre todo cuando no podemos asociar lo desconocido con lo familiar o lo ya experimentado), y muchas veces cuando enfrentamos aquello que nos cuesta trabajo comprender. Y hay esos otros miedos que se alojan en el inconsciente y sólo emergen cuando secretamente reconocemos señales de peligro (casi siempre distorsiones de imágenes que negamos, que no podemos aceptar, que no se dejan ver con claridad porque nuestra coraza defensiva las reprime).

En Colombia nos quieren asustar con la violencia de los violentos. Y quienes lo intentan son tanto o más violentos que aquellos a quienes acusan. Son miedosos que intuyen que compartiendo sus temores se sentirán seguros, que hallando eco en sus negaciones podrán tranquilizarse. Quizás son quienes más hablan con enorme afectación y sentimiento de entelequias como la patria, la nación, la democracia, la moral y las buenas costumbres, y tal vez mañana -si nadie ataja su desbordada y paranoica publicidad fundada en sus miedos- promoverán el miedo a la belleza, a la creatividad, al amor sin cortapisas, a la solidaridad...

Un miedo gigantesco alimentó la política exterior de los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. Tan grande que acogieron a decenas de oficiales de las SS alemanas como "expertos" en la lucha contra el comunismo y todo lo que se le pareciera: el sindicalismo, las balbucientes expresiones del movimiento ambientalista, los gérmenes de movimientos juveniles que explotarían en Mayo de 1968 en París.

La historia real (la que se sabe a pedazos cada vez que se liberan archivos secretos de los poderosos) dice que personajes como Klaus Barbie trabajaron como asesores de gobiernos impuestos mediante golpes militares en varios países latinoamericanos. En su caso, el gobierno de René Barrientos, en Bolivia, lo adoptó como asesor para el diseño de políticas de exterminio contra los mineros, los indígenas, los sindicalistas, los académicos y los estudiantes universitarios, todos aquellos que soñaban con un país distinto, democrático y respetuoso del derecho de la mayoría de su población. El asunto empeoró cuando Ché Guevara decidió que las tierras altas de los Andes podrían ser nuevo escenario de su delirio generoso de liberar la América del Sur de tantos males previstos siglo y medio antes por visionarios como Simón Bolívar ("Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para sembrar la América de miseria en nombre de la libertad", había dicho el Libertador de cinco naciones).

Paco Ibañez hizo música para un poema de Nicolás Guillén en el que canti-cuenta parte de esta historia...




El rifle del soldadito de Bolivia era un regalo de Mr. Johnson al gorila Barrientos para acallar las voces disidentes. El miedo abundaba, sobre todo desde que Cuba había anunciado que seguiría un camino propio. No hablaré de lo que sucedió después, porque aquí interesa destacar como los miedos ciegan y a veces provocan aquello que se teme. 

Los archivos desclasificados permiten explicar la cacería de brujas en el mismo territorio de los Estados Unidos, impulsada por Joseph McCarthy, para quien toda voz contraria a su estrecha visión del mundo (artística, literaria, política, democrática...) debía suprimirse, y promovió la delación entre amigos, la fabricación de listas negras en todas las empresas, entidades e instituciones... Entre sus más ciertos seguidores estaría el futuro presidente Nixon, cuya historia conocemos a medias pero es suficiente para incluirlo en la lista de miedosos altamente nocivos.

Nuestra Colombia ha producido miedosos desde el momento mismo en que se promulgó la independencia de España: muchos "criollos" se hicieron al control de los partidos que hoy llamamos "tradicionales" para conjurar sus miedos lanzando a cientos de personas del pueblo a decenas de guerras "civiles", una tras otra, las mismas que no han terminado y que hoy no quieren que terminen los hijos de los hijos de aquellos.

Los miedos de la vida en sociedad.


*               *               *               *               *

Hay miedos personales, inmovilizadores, heredados o fabricados por la dudosa certeza de que tenemos que seguir caminos ajenos. Nacen en el seno de las familias o en la escuela, porque un padre se cree orientador infalible o porque un profesor se asume como depositario de verdades. Hacen daño, a veces irreparable.

Pienso en los niños que dejan de cantar, de bailar, de dibujar y de jugar. Alguien les dice que cada una de estas actividades tiene unos modos "apropiados" para realizarse, que no son los que dictan la intuición y la más elemental expresión de la vida. Hay que "aprender" de otros para poder hacer en estos dominios. Y los niños creen , porque quieren a quienes les hablan, porque les dicen que deben respetarlos y aceptar sus indicaciones. Y entonces tenemos niños y adolescentes y jóvenes que se hacen ovejas del rebaño, que renuncian a sus ganas y a sus inclinaciones naturales para hacerse adultos civilizados y decentes.

La tragedia de las "buenas costumbres" es que la costumbre no es más que un resultado de la estadística, como hubiera dicho el buen Borges (aunque bien conservador fue el maestro). Mi querido Julio Cortázar habría usado "fofos" y "fasos" para incendiar cartillas y manuales, esos objetos aborrecibles de la cultura moderna que han modelado el carácter de tanta gente.

Para que no se piense que hablo prejuiciosamente, un botón del Norte:



Los jóvenes tienen miedo de ser productivos, creativos, innovadores. Parece que la enseña de la educación es promover la repetición de tanto equívoco que la ha hecho posible.

Los miedos de uno mismo.


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Hay miedos en la amistad y en el amor. Si no transforma, la amistad es una especie de baba pegajosa y tibia que se disfruta por su facilidad y su confort. Si no conmueve, el amor es apenas una formalidad social que se agota en periódicos encuentros, fortuitos o programados, con alguien que agrada y complace. Una amistad y un amor que estremezcan no son populares pero qué bien caerían.

En Colombia hay los miedosos de la libertad ajena: la de expresión, la sexual, la ideológica, la cultural...

Gritan y alertan, claman por la restitución de fórmulas y formas caducas; se escandalizan por las novedades (se puede ser crítico de cada nueva expresión, pero qué bueno ser capaces de mirar qué hay detrás de todo intento por re-novar o re-crear o in-novar o crear).

He llegado a creer que muchos tienen miedo por llegar a ser aquello que odian. Y pienso que los homofóbicos son homosexuales en potencia, y que los curas que declaran que es pecado casar parejas del mismo sexo tienen el más tremendo miedo de encontrarse con una persona a la que podrían amar (no hablo de sexo, sólo de capacidad de encontrarse y de ser con otro humano). Y, sin embargo, hay un gran número de curas pederastas, y de monjas como las del Castillo de Loudon (recomendado, búsquenlo), que escandalizarían hasta al más inocente seguidor de los Mandamientos de toda Iglesia.

Miedo a la comprensión, al afecto, a la felicidad....

*               *               *               *               *

La verdad, mis amigos, es que quería volver (un poco para conjurar mis propios miedos, aquellos que hablan de los alejamientos y la incertidumbre en los abrazos). Yo ando dando bandazos y preguntándome por qué diablos me tengo que hacer tantas preguntas. Sé que tiene que ver con quienes leen mis notas. Y los abrazo porque me justifican (al menos hoy, y si son indulgentes).

viernes, 15 de marzo de 2013

Para mis estudiantes...

Creo que le dí la dirección de este blog a algunos de mis estudiantes de la Universidad Central para invitarles a acercarse a un texto que publiqué ayer. El asunto es que el texto anda por otro lado, y debo disculparme al tiempo que les dejo la dirección correcta: http://escrilogoslecturnales.blogspot.com/

De todos modos, les agradezco que se hayan pasado por este vecindario, donde quizás hallen algunos escritos que repiten muchos de los temas habituales en nuestras clases, o hacen eco de ellos y añaden otras reflexiones no siempre asociadas con la formación de Comunicadores Sociales (aunque sí, pues ya hemos dicho en que este mundo complejo todo tiene que ver con todo).

Los espero en la otra cuadra.