lunes, 18 de junio de 2012

Yo tuve un hermano


Nota previa: tanto el título de este texto como los versos que aparecen como epígrafes son un “préstamo” de un poema de Julio Cortázar. Aquí (en mí) se encuentran él y Alfredo Zitarrosa, cuyas canciones hacen tanta falta.

Además: debo advertir que, contrario a lo que sucede con muchas publicaciones, ésta puede ser reproducida en parte o en todo, copiada, impresa, "fusilada", imitada, plagiada, siempre y cuando no se altere su sentido.


Yo tuve un hermano
no nos vimos nunca
pero no importaba.


Alfredo Zitarrosa me llegó “empacado” en un casete de audio que circuló en Cali, entre amigos, hace ya casi veinticuatro años. En mi pequeño apartamento del barrio Champagnat, en la muy conocida “Calle del bombón”, solía reunirme con algunos de ellos para consumir las noches de los fines de semana entre música y brandy, comentando noticias de ocasión e intercambiando ideas sobre los libros que cada quién leía. Zitarrosa nos “desacomodó” porque se acomodaba bien a nuestras experiencias, a nuestros gustos, a nuestras urgencias, a nuestros conceptos y vivencias sobre el amor, a nuestras sensibilidades de exiliados en una sociedad que aísla y expulsa de sus ritmos y sus hábitos a quienes buscan contrarrestar los modos como la mayoría de la gente se des-vive en ella.


Mi hija María del Mar lo conoció de inmediato, porque este tierno y recio oriental sabía cantar a las fantasías de los niños tanto como a los anhelos de los grandes. 





La entrada en materia del casete que recibí era digna del acontecimiento que celebraba un recital aplazado por otro exilio —político— de uno de los más grandes cantores uruguayos de todo el siglo XX: en el estadio Centenario, de Montevideo, una muchedumbre coreaba el nombre del país con la fuerza de quienes han debido postergar la alegría por varios años, atemorizados por una tiranía que suprimió derechos y asesinó a millares de uruguayos entre 1971 y 1985: primero, el presidente Pacheco Areco “encomendó” a las fuerzas militares la conducción de la lucha contra el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros; dos años más tarde, cuando el presidente Bordaberry quiso frenar el creciente poder de los militares sustituyendo al Ministro de Defensa Nacional por un general retirado, tuvo que pedir a los fusileros de la Armada que cerraran la entrada a la ciudad vieja de Montevideo, previendo la reacción (anunciada) de las Fuerzas Armadas. El Ejército llenó de tanques las calles principales de la ciudad y ocupó varias emisoras de radio, exhortando a los miembros de la Armada a unirse a “su causa”: alcanzar o impulsar la obtención de objetivos socio-económicos como incentivar las exportaciones, reorganizar el servicio exterior, eliminar la deuda externa opresiva, erradicar el desempleo, atacar los ilícitos económicos y la corrupción, reorganizar la administración pública y el sistema impositivo, redistribuir la tierra (cualquier parecido con otros “políticos militares” de cualquier otra parte del mundo es simple expresión de una condición).

Apenas unos días más tarde Bordaberry negoció con los militares a cambio de mantenerse en la presidencia, dando inicio al mal llamado gobierno cívico-militar que posteriormente disolvería el Congreso, restringiría todas las libertades ciudadanas y facultaría a las fuerzas armadas y policiales para “asegurar la prestación ininterrumplida de todos los servicios públicos”.

“No nos vimos nunca”, y no era necesario. Unos años antes, cuando apenas terminaba mi bachillerato, había escuchado las canciones de Daniel Viglietti reivindicando la lucha por la tierra (A desalambrar) y cuestionando los modos como en nuestra parte del mundo desloman y empobrecen a los trabajadores (Me matan si no trabajo). Creo que Zitarrosa era una voz que inconcientemente esperaba oir, un hermano necesario, el cómplice de los muchos ideales que alimentaron la generación de los 60s, mi generación.




Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.


En el corregimiento de Tablones, de Palmira, el río Nima termina su turbulento tránsito por las estribaciones occidentales de la Cordillera Central, después de atravesar La Nevera, La Quisquina, Potrerillo y La Zapata. En “Puente Rojo”, cuentan las historias que no recogen los libros, cayó Francisco Garnica, un joven que “inventó” una guerrilla opuesta a las guerrillas que negociaban apoyos de los países al este de la “Cortina de Hierro”. Otro idealista, seguramente equipado más con sueños que con armas y pertrechos de muerte, uno más de los miles de futuros truncados por la guerra que nos han impuesto a los colombianos los poderes de todo tipo.

En toda América Latina el “foquismo” se regó como pólvora después del triunfo de la revolución cubana. Los Tupamaros uruguayos tuvieron que imaginar nuevos modos de buscar el camino para las transformaciones sociales y políticas que estaban a la orden del día. Uruguay es un país pequeño, con una población reducida. Zitarrosa encontró que sus aportes para la construcción del “hombre nuevo” podían estar en sus canciones y sus poemas.

Una canción nos puede transformar, si hallamos sintonía con sus palabras y su música. Zitarrosa, de quien su padre se desentendió toda la vida, adoptó primero el apellido de su primer padrastro y luego el del segundo, un argentino con quien finalmente se casó su madre. Habiendo padecido desde siempre el desarraigo de los afectos, quiso hermanarse con toda suerte de hermanos en las tragedias de la vida. Se hizo locutor para sobrevivir empleando su tierno vozarrón, escribió para un periódico, llegó a ganar un premio de poseía que le otorgó un jurado en el que participó uno de los más notables escritores latinoamericanos, Juan Carlos Onetti.

Anduvo por los campos de su país, por las estancias de los ganaderos, y conoció las miserias y los afanes de los jornaleros, a quienes cantó repetida y amorosamente.





En la ciudad padeció las insulsas rutinas de los trabajos que demandan nuestras sociedades y decidió viajar por el mundo, por su mundo latinoamericano principalmente. Solamente llegó hasta Bolivia y Perú, y en este último país la causalidad vestida de amistad lo llevó a presentarse como cantante en un canal de televisión. Y allí comenzó su carrera como compositor e intérprete de sus recuerdos, de sus inquietudes, del amor y de las ganas de contribuir para que los americanos del sur del río Grande hallemos un rumbo propio.

No se puede pensar América Latina sin que sus habitantes nos sintamos hermanos. Si esta verdad no fuera subversiva hace mucho nuestros políticos habrían seguido los sueños de integración de Bolívar, de Artigas, de Martí, en vez de convertirse en los saboteadores de sus ideales.

Zitarrosa se hizo hermano de los hermanos que no tuvo.


Lo quise a mi modo
le tomé su voz
libre como el agua.


Un hermano no es necesariamente el hijo de uno de los padres biológicos que una persona tiene. Es quien hace eco de lo que somos, quien se hace cómplice de lo que se anhela. Por eso es posible que uno llegue a ser hermano de amigos, de vecinos, de alumnos, de compañeros de trabajo, de ocasionales actores de las escenas en las que intervenimos. Zitarrosa vivió seguramente como cualquier parroquiano, consumiendo cerveza o vino barato, informándose en los periódicos sobre los diarios episodios de ciudades que “humanizan” lo peor para cada uno de sus habitantes: prisas y deudas, limitaciones y desencuentros, crímenes y negaciones. Y cantó con la voz y con el alma del guitarrero que fue, reivindicando las coplas y las tonadas que antes el viejo Atahualpa sembrara entre las gentes y los demás cantores de nuestras tierras.

Le cantó a los paisajes y a las gentes que conoció. En América Latina todos somos los mismos, aunque nos empecinemos en ignorarlo. Esta verdad la han expresado en la literatura los mejores intérpretes de nuestra historia, desde García Márquez hasta Carlos Fuentes, desde José Donoso hasta Jorge Amado, desde  Miguel Otero Silva hasta José María Arguedas…

Una voz cierta y clara es la voz de las mayorías. Zitarrosa supo observar, vivir y hacer canciones con las diarias ocurrencias de las vidas simples de nuestras gentes: cómo no reconocerse en poemas cantados que hablan de las elementales circunstancias de un campesino, de un oficinista, de una vendedora de frutas, hasta de una mariposa triste entre las torres de cemento de una urbe…

A Zitarrosa no hay que intentar entenderlo, pues basta con sentirlo. Creó un poema “por milonga” difícilmente superable en su intensidad y su hermosura. Agua para beber. Guitarra Negra es quizás una de las creaciones más intensas y hermosas del cancionero latinoamericano. La audición, que he compartido en varias oportunidades con distintos amigos, agota por su fuerza y su belleza, por su verdad de a puño y por la esperanza que siembra.

Hace ya seis años un sobrino decidió buscar fortuna en el Reino Unido. Para su viaje, le regalé una moneda de una libra y una canción de Zitarrosa. A mis estudiantes de Comunicación les presenté la versión irrepetible de Milonga para una niña, sabiendo que quizás conocían la versión de Andy Montañez.





Caminé de a ratos
cerca de su sombra
no nos vimos nunca
pero no importaba.


Pablo Milanés cantó sobre Los caminos, advirtiendo que éstos “no se hicieron solos”. Muchos años antes Serrat había sentenciado que “…no hay caminos, sino estelas en la mar”. Zitarrosa tenía que saber que uno no anda seguro, que la confianza es una construcción difícil y que a veces los mejores aliados de nuestros propósitos se encuentran sólo cuando corremos riesgos. A veces esos apoyos tienen el rostro cuasi-indescifrable de la locura, corresponden a quienes no se declaran seguidores de nuestras causas.

Dicho de otra forma, seguramente el guitarrero oriental supo temprano que no siempre quienes se declaran incondicionales con nosotros interpretan la vida y el mundo de manera similar a como alcanzamos a hacerlo. El asunto no tiene que ver con desconfianzas sino con certezas: ya dijo otro cantor (Facundo Cabral) que hay que saber la casa para saberlo todo.




A mí me dio por averiguar cómo fue su vida. Y encontré discos y biografías, y grabé canciones e historias, y le seguí el rastro a esta sombra de nuestras sombras. Y he andado con él contando su historia.


Mi hermano despierto
mientras yo dormía.
Mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.

Hago nostalgia de las ocasiones en que me ha cantado. No en vano se siente que se ha tenido un hermano.

2 comentarios:

  1. Excelente. Muchas gracias por decir lo que muchos pensamos. Soy uruguayo viviendo en Argentina hace algunos años. Me tocó tener un padre preso por la dictadura y vivir en el exilio. Me tocó vivir de cerca el desarraigo. Siempre se dijo que Alfredo sufrió mucho su exilio, y creeme que lo entiendo. Si bien yo era un niño, lo veía en los ojos de mi madre, de mi padre (que lo "largaron" en el 75 y salió corriendo del país).. veía la tristeza de no poder volver a su país. Y un viejo tocadiscos, y Guitarra Negra que nos había llegado de regalo de unos compañeros en España, o Milonga de ojos dorados, o Recordándote, nos llevaba, los llevaba de nuevo a ese Montevideo.. Creeme hermano, que el desarraigo es terrible, hay quienes se acostumbran, o se enamoran y se distraen, pero no hay día que no te entren las ganas desesperadas de ir a caminar por la orilla del mar montevideano, de conversar con un amigo de la infancia, de sentarte en el murito de tu casa, de aquel barrio humilde y laburador que nos vio nacer y correr detrás de una pelota, descalzo, transpirado y feliz... Por eso el flaco se nos metió en los huesos, por eso todavía, en esta nueva incursión mía por el extranjero, no puedo pasar un día sin escucharlo, no sólo porque me trae de nuevo a mi país, a mi gente.. también me trae a mi vieja, que hace años se me fue, y a mi viejo que se arraigó de vuelta en el paisito, prendido como yuyo, y allí va a quedarse... Le mando un abrazo, muchas gracias por decir lo que dijo, estoy a las órdenes para lo que usted conseidere.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por leer, y ojalá encuentres otros que lean y que se entusiasmen por la música de Zitarrosa, que es historia y reflexión, que es denuncia e invitación, que es abrazo. Cuando te asomes por Colombia (en Bogotá) te dejas ver (tel. 249 77 26). La casa de mi madre se ha convertido en lugar de paso para gente de donde sea que camina y busca, y se comparten lecturas y músicas.

      Eliminar