martes, 5 de junio de 2012

Sí hay flores...


Cuando se trata de flores, uno se pregunta si vale la pena o no arrancar una hermosa corola de su soporte, para regalarla y obtener a cambio una sonrisa, un beso o una promesa de amor, o si vale la pena dejar que un montón de colores siga su curso y atraiga o deleite o emocione a los eventuales transeúntes de la vereda.

¿Cuál es el propósito de la flor? Quizás atraer algún insecto que asegure la reproducción de la especie; tal vez motivar al casual enamorado que se aventura por una callejuela de estas ciudades que abruman y entristecen con tanto ladrillo; en algún caso, simplemente estar exponiéndose a los rayos de luz que el sol ofrece... Y hay flores que son la promesa de un fruto que nadie consumirá, que apenas sí (APENAS SÍ) darán a luz plantas similares a las que les dieron vida.

El asunto aquí tiene que ver con intenciones, con usos, con propuestas, y aún con posibilidades que nos rebasan.

No soy jardinero. Lo fue quizás Tagore, en un libro que afirma que "el amor es sencillo como una canción". Él fue reconocido con un premio de literatura, aunque hoy en día pocos puedan acreditar que leyeron novelas como Gora, un relato de amor en un país del que casi nada sabemos (a mí me lleva a recordar el observatorio de Jaipur, donde quizás jamás estaré, o la estación central del ferrocarril de Nueva Delhi, en la que seguramente nunca daré un paso).

El mundo es como es, sin que podamos hacer mucho por lograr transformaciones: algunos quisimos y queremos lo otro, y trabajamos en espacios pequeños, con públicos bastante modestos, con la creencia (certeza) de que no todo está perdido para una humanidad que todavía no conoce una razón cierta que la justifique. Damos vueltas y vueltas imaginando que hay un propósito que niega todos los propósitos individuales, tan precarios, tan egoístas y tan vacíos.

Acabo de entregar las calificaciones de un curso que me acercó a un poco más de un centenar de jóvenes. Dieciséis semanas de trabajo para llegar a encontrar el talento de un músico que es capaz de tocar la música de los negros que rompieron la vigilancia y los cercos de unos bien olvidados hacendados del Sur de los Estados Unidos (la música de esos negros jamás se olvidará). Alguien más se hace preguntas acerca de la libertad, y cuestiona nuestros modelos formativos, la legislación, la sabiduría de sus padres, las verdades de la ciencia, la validez de unas normas... El mundo no se detiene, y afortunadamente quienes vamos pasando por él no tenemos más que unas pocas y muy limitadas respuestas a tanta inquietud que provoca.

Hace ya treinta años tuve en la ventana de mi cuarto, en las residencias de la Universidad del Valle (apenas unos meses antes del allanamiento con el que fueron clausuradas, por la época en que unos conjurados del Vaticano asesinaron a un Papa que reinó treinta y tres días), unas glocinias rojas, del rojo más profundo y verdadero. Las cuidé como se cuida todo lo que se quiere, y mis cuidados permitieron que cada flor que nacía sobreviviera más de veinte días.

Como las flores, los jóvenes de hoy se abren al mundo. No siempre tienen la fortaleza que uno espera cuando siente que las flores deben durar tanto como un deseo, pero sólo ellos tienen la posibilidad de hacer que haya opciones, escenarios diversos, nueva vida, No hay nada qué hacer: quienes vivimos previamente no podemos hacer otra cosa que asumir el papel de jardineros, o de vándalos que acaban con los jardines, o de espectadores que contemplan un paisaje y lo disfrutan pasivamente, pensando que está hecho simplemente para que nos asombremos y creamos en una belleza externa, superior, trascendente...


Hay flores. Y cada flor promete un fruto, así no sea exactamente el que se prevé (ya habló Darwin de la evolución, esa fuerza transformadora e inevitable que nos habita). Y hay flores que se secan, y hay flores que se dejan fecundar, y hay flores que se dejan cortar para que alguien las contemple o las regale.

En lo que a mí respecta, las flores son las voluntades y las ganas de quienes se asoman al mundo con rabia, con la idea de que les han legado una realidad que no tiene por qué ser la que escojan.

No hay flores de mil días (aunque hay una variedad que lo pretende). Hay simplemente flores, que desafían con sus colores la precariedad de un día, y sólo porque existen nos reconcilian con el Universo (y sabemos que hay tantos otros, que no somos siquiera realidades).

Quizás los jóvenes de ahora sean poco informados (lo son), y quizás su idea de comprender el mundo sea limitada (lo es). Hay quien dice que la "magia" de la tecnología los ha perdido: esa persona piensa que para ellos todo consiste en apretar botones y hallar respuestas. Seguramente tendrán mayores dificultades que yo lo docentes de mañana que se interesan por provocar una idea más amplia (compleja) del mundo. Ahora todo es tan simple y tan directo...

Cuando se trata de estar frente a un grupo uno se pregunta qué vale la pena decir y qué es importante proponer. Al final se entera de que no hay caso, lo que no significa que no hay esperanzas: hay algo más que los saberes que uno cree ciertos, y las encrucijadas de nuestros devenires obligarán a quienes vienen a pensar de otros modos.

Lo cierto es que no es aconsejable que nos creamos responsables o determinadores del futuro: la esperanza cierta (que no es "cierta esperanza") es que nuestros muchachos encuentren caminos diferentes de los que trazaron hace cincuenta o más años otros jóvenes, alucinados con la idea del progreso y la felicidad comprada en centros comerciales. Seguramente hay algo que podemos hacer quienes estamos cerca del olvido: animarlos, decirles que son todo y que todo lo pueden, convencerlos de que pueden hallarse si se buscan de veras. Y nada más.

Si hay flores....

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