miércoles, 27 de junio de 2012

Reformas a la colombiana

El país se quiere revuelto, indignado, sorprendido. Y éso no es preocupante, más bien puede considerarse positivo y hasta provechoso.

Lo grave es que el gobierno nacional, el poder legislativo y el poder judicial se quieren revueltos, indignados y sorprendidos. Y ésto es no sólo preocupante sino sospechoso.

La llamada "reforma a la justicia" que hace apenas unos días aprobaron la Cámara de Representantes y el Senado de Colombia resultó ser más lesiva a los intereses de los colombianos que el proyecto que el Gobierno (léase Presidencia de la República y Ministerios del Interior y de Justicia) sometieron a su consideración.

El debate jurídico no interesa: el derecho es esencialmente un modo de validar un orden en una sociedad (sabemos que no existe el derecho "natural", y -como cantó Eugenio Potier- ya nuestas sociedades no aceptan salvadores supremos, "Ni César, ni burgués, ni Dios"). Marx y Nietzsche aportaron lo suyo para afirmar la idea de que tenemos que resolver nuestros asuntos de otros modos.

Ahora se escuchan voces de todos los sectores, los medios de comunicación andan a la caza de "culpables" (son tan ingenuos y tan absolutamente útiles idiotas), los políticos de todos los pelambres piensan cómo le sacarán partido a la situación.

Si se hace un recuento de "hechos", todos y cada uno de los que podemos asociar con la reforma, desde su incubación hasta su previsible aborto, muestran que nuestros "dirigentes", nuestros "legisladores" y nuestros "juristas" son personas consecuentes con la historia del país. Qué bueno sería que este "escándalo" sirviera para hacer caer en cuenta a muchos indignados de que sus firmas de hoy son una respuesta tardía e inocua frente al modo como se hace política y se gobierna y se imparte justicia en este país.

En India hay un sistema de castas que cuenta con una triste tradición de varios siglos. Allí los "Intocables" son el grupo indeseable de la población, los "contaminados", los "impuros", quienes deben dedicarse a los oficios más degradantes: limpian los oídos de personas de otras castas, lavan las alcantarillas, despiojan a los piojosos de castas "superiores". En Colombia los "legisladores" han soñado desde que existen con constituir la casta de los "intocables", pero no porque sirvan a otras personas sino porque esquilman, engañan y abusan de otros, porque suman cada vez más privilegios, inclusive el de no ser tocados por la "justicia" que quieren aplicar a los demás.



En la confusión creada por las "indignaciones" de todos (el Presidente, los mismos congresistas que redactaron los adefesios de la reforma, los otros que la votaron aún sin leer la propuesta de "conciliación" que delegaron en sus colegas, el Ministro que se hizo el loco o el inocente pero la avaló, los periodistas que quieren aparecer como voceros de los incontaminados, las Cortes que hace unas semanas buscaban cómo negociar prebendas para sus magistrados) nadie gana y todos ganan. Por éso las acusaciones de un lado a otro, por éso las mutuas recriminaciones, por éso las descalificaciones. Al final, no ganarán ni perderán el Presidente, los congresistas, los magistrados ni los periodistas (dicen que son el "cuarto" poder), pero seguramente sí habrá un balance negativo para el 90% de los colombianos (algo más de cuarenta millones).

Ninguna de las propuestas que se dan frente a la indignación colectiva es seria, ética o conveniente: ni siquiera vale la pena recordarle a quienes votan en cada elección que deben vigilar el comportamiento de sus "representantes". Lo grave es que uno se deje "representar" por alguien que en nada se le parece. El asunto no tiene que ver con que la reforma "se hunda", objetivo que ahora todos reclaman como propuesta propia y  cuyo logro reclamarán como prueba de su honestidad, su confiabilidad y su rectitud.



Si este fuera el país que imagino, optaría por trabajar por la pérdida de la investidura de todos los congresistas de este país (quizás con excepciones, pero pocas, porque ahora -como en los reinados de belleza- todos posan).

El viejo Borges advirtió que "la democracia es un error de la estadística". La idea de que a uno lo "representen" es la peor enseñanza de la política.

Indígnese, pero actúe.

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