martes, 23 de septiembre de 2014

Pensar la Educación (I)


NOTA PREVIA: Me propongo exponer unas ideas, varias, aparentemente inconexas y dispersas, sobre la educación en Colombia. La única razón es que soy un buen educador (sin modestias, que serían la expresión de una impostura). Como algunas de esas ideas pueden resultar polémicas, agradeceré todo comentario de quienes lean mis textos, y lo asumiré como una exigencia para que los escritos futuros sean más claros, mejor sustentados y siempre propositivos y respetuosos con las opiniones de mis interlocutores. Los textos serán relativamente cortos, no sólo porque me interesa que se lean completos sino porque pienso que cada aspecto que trataré merece una exposición clara y concisa, y de este modo es probable que haya más diálogos (y más ricos) con los amigos que quieran conversar sobre ellos.

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En el discurso de posesión para su segundo mandato presidencial, Juan Manuel Santos señaló que su propósito estratégico es convertir a Colombia en un país con equidad, en paz y educado. Dijo Santos: “Una paz total no es posible si no hay equidad. Y la única forma de lograr equidad a largo plazo es tener una población bien educada. Además, un país educado es menos propenso a la violencia”.

Visto desde una perspectiva social, los tres aspectos son uno mismo, si bien en el esfuerzo por alcanzar metas específicas para cada uno de ellos habrán de cumplirse tareas que nuestros políticos han desestimado durante toda nuestra historia republicana, o frente a las cuales han hecho propuestas parciales y diseñado programas “funcionales” que han asegurado el más triste de los resultados: un país desigual, en permanente conflicto y con poca, casi ninguna, educación.



Quienes trabajamos en la perspectiva de educar, más por vocación que por “profesión” (léase empleo), sabemos que la educación que necesita este país no es aquella que se piensa cuando se trabaja para cumplir metas con respecto a indicadores internacionales: importan la cobertura, la profesionalización de los jóvenes, la diversidad en la oferta de programas de formación, la intensidad de las jornadas académicas, la educación de los educadores, la retención de los educandos en los centros educativos… Todo esto importa, pero importa más contar con una educación que forme ciudadanos pensantes, deliberantes, activos en sus comunidades, autónomos, creativos, responsables, comprometidos con ellos mismos y con sus comunidades, sean estas las que sean.

Hace algo más de tres meses abandoné mis escritos regulares en este blog. Y no porque no se me ocurriera qué decir sino porque sentí que había demasiadas inquietudes y que valía la pena pensar con calma para exponer ideas que, aunque circulan hace buen tiempo en los debates sobre la educación, no parecen haberse abierto paso efectivamente. Se trata de ideas relativamente sencillas, que podrían servir como referentes para una real transformación de un sistema educativo que anda a paso lento y en ocasiones tortuoso y en muchas más oportunidades equívoco y en otras más sin rumbo claro (o con un claro rumbo desastroso).

El primer obstáculo para una educación como la que necesitamos es la idea de que la educación debe estar orientada por especialistas en educación, y promovida por “educadores”. La función se superpone a los propósitos, razón por la cual el sistema ha concebido un aparato formador de esos educadores en términos de la función misma: y la función habla de ciclos y de niveles, y habla de contenidos que se ofrecen como una secuencia de paquetes de información supuestamente progresiva, y propone áreas de formación que se plantean como territorios separados por fronteras infranqueables, y entonces el “Mundo de la Vida” del que nos habla Jürgen Habermas se fractura por completo en el proceso educativo, y la educación se conforma con la provisión de datos para la memoria inmediata, y la complejidad del mundo y de la vida se diluyen, y la existencia de las personas tiene que ver muy poco o nada con toda suerte de “materias” que se supone deben conocer los educandos, y la equidad no aparece siquiera en el horizonte más lejano, y la paz es una quimera.

En un Seminario sobre Educación, realizado hace ya casi treinta años en la Universidad del Valle, me atreví a decir que si la educación es tan importante para la sociedad no puede dejarse en manos sólo de los educadores. Quise decir que los asuntos importantes de la sociedad deben tratarse socialmente y considerar la complejidad de la sociedad. Lo mismo debe pensarse cuando se habla de salud o de medio ambiente: dejar los asuntos cruciales en estos dominios exclusivamente en manos de expertos o especialistas no resuelve problemas, porque los problemas los debe resolver una sociedad que los comprende y es capaz de pensar soluciones y de actuar para transformar sus condiciones y sus realidades. Los expertos son muy importantes, piensan mucho, y estudian y hacen propuestas, pero sus posibilidades de intervenir directamente en la transformación del mundo social son menos que reducidas. Además, el saber experto suele ser convertido por el sistema educativo en un nuevo paquete de información que, si sólo se expone para que se memorice y se recite, está condenado al olvido y poco impacto tiene en términos de acciones transformadoras de la sociedad.

En otra oportunidad, tras terminar un Diplomado en Estrategias de Comunicación para Educadores Ambientales, que diseñé y desarrollé en complicidad con WWF-Colombia, hablamos de distinguir entre informar, capacitar y formar. Y la mayoría de los asistentes descubrió que invertía mucho (tiempo, dinero, energía) en informar y capacitar, pero que poco formaba. Y reconoció, además, que las buenas intenciones no bastan como principio o como fundamento en una acción social educativa.

Los fracasos de nuestro sistema educativo tienen que ver con algunos de los aspectos que acabo de mencionar. Para colmo de males, las estrategias más recientes de nuestros gobiernos han hecho énfasis en la ampliación de la cobertura del sistema, en la gratuidad de la educación, en la ampliación de las jornadas educativas (doble jornada y otras tonterías), sin transformar conceptos y criterios y orientaciones, sin cambiar la educación. Más de lo mismo es, en suma, menos de lo necesario.

Por otra parte, el sistema se acomoda a cada nueva “necesidad” de quienes piensan dirigir el país. Con cada nueva detección de fracturas y de vacíos en la comprensión y sobre la acción de los ciudadanos se piensa en una “solución” educativa: si hay problemas de salud, se legisla en el Congreso para que haya una cátedra de salud; si hay problemas de embarazos adolescentes y de violaciones o de ingreso temprano y poco consciente a la vida sexual, se legisla para que haya una cátedra de educación sexual; ahora se propone una cátedra de la paz, porque se vislumbra un posible acuerdo en La Habana entre los negociadores de las FARC y los del gobierno nacional. Y cada cátedra es, otra vez, un territorio aislado de los demás, y se convierte en un inventario de fórmulas discursivas que se asumen como verdades que si se exponen de cierto modo, y se memorizan provisionalmente, van a cambiar el mundo de la vida. Y las cátedras son un nuevo fracaso, porque se van haciendo cada vez más rígidas y estériles y aburridas.

Y cuando no se legisla para hacer que el sistema educativo asuma la responsabilidad por los fracasos o las limitaciones que la sociedad encuentra para alcanzar sus ideales, entonces se legisla para limitar más a los ciudadanos, y se cambian los códigos para incluir nuevos delitos o para incrementar las penas de los existentes. Y no cesan la violencia intrafamiliar, ni los embarazos de las adolescentes, ni las violaciones, ni el maltrato, ni el abandono…

Pienso en una educación que tome en consideración la sociedad sin fragmentarla, y que comprenda que toda expresión de aquello que asumimos como “realidad” es compleja y debe abordarse en su complejidad.

Es todo (por ahora, porque apenas comenzamos a pensar lo que tenemos al frente).

En Bogotá, septiembre 23 de 2014

1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo con la reflexión sobre la educación. Creo que mientras se sigan encaminando los esfuerzos a resolver problemas de cobertura y metodologías, se continúa dejando por fuera la pregunta principal sobre la educación, que es sobre lo misional: para qué educar?
    Uno de los problemas más importantes de la educación no solo en Colombia, sino a nivel mundial está relacionado con que se está proyectando como fin principal de la misma, incrementar la capacidad productiva de las personas para hacer más competentes a los países en el mercado global. Es por ello que los esfuerzos y las evaluaciones de las políticas educativas, se están orientando desde lo funcional. La creatividad, el sentido de la vida, la capacidad de relacionarse mejor con los demás y con la naturaleza, quedan entonces, totalmente por fuera o en un plano muy marginal, porque no hacen parte del fin.
    Creo que son los maestros quienes tienen que orientar la pregunta sobre la educación que queremos, desde una perspectiva humanizante, que tome distancia de la productividad que nos ha impuesto un mundo centrado en lo económico.

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