martes, 15 de mayo de 2012

Día del Maestro (en Colombia)

Tuvimos un día más que movido. En el salón 503 de la Universidad Central (Sede Norte) mis chicos redactaban su ensayo final del curso "Construcción de Textos" cuando explotó la bomba. La ventana de atrás del salón me permitió ver un humo gris, y volví luego al grupo extrañado, estupefacto y aterrado. Pedí calma y fui a la ventana, y después decidí que había que correr a los salones que dan hacia el costado sur del edificio para poder saber qué había ocurrido: vi la buseta destruída (pensé que era el blanco de los terroristas) y un par de carros afectados en sus costados, teñidos de añil y despedazados sus costados. Después llegaron decenas de transeúntes curiosos y algo más tarde una ambulancia, un camión de bomberos y muchos agentes de la policía.

Por otro lado, y algunos minutos más tarde, dos o tres alumnos de semestres pasados me ofrecieron sus abrazos en el día del profesor.

A mis seis años de edad la señorita Elvira Camargo visitaba mi casa cada día, en el barrio El Recuerdo, para darme las primeras herramientas "académicas" en la vida: con ella aprendí a leer, sentado a la mesa del comedor de una casa que todavía añoro (la casa de mi sarampión y mi tosferina, enfermedades que me permitieron disfrutar de muchos cómics, un tipo de lectura que seguramente alimentó mis sueños).

Estuve en el colegio del Virrey Solís, dirigido por el implacable y enorme Fray Bernardo Angel (falleció hace un poco más de un año), un franciscano con voz de trueno a quien alguna vez engañé con el invento de que fingía fumar con tizas en los paraderos de la Calle 54 con carrera 7, donde esperé el transporte escolar durante dos años, antes de ser exiliado por "mal estudiante" a un internado en Facatativá y luego al Seminario Conciliar San Pedro Apóstol, de Cali, donde aprendí el gusto por el latín y las etimologías (que no el latín ni el saber de los etimólogos) y conocí al maestro Jaramillo, quien para sus estudiantes era apenas "Don Quijote", un estricto ortógrafo a quien seguramente debo la impecabilidad de algunos textos.

En el Virrey me encontré con Marín, Enciso y Betancourth (este último un huilense amante de la historia y la geografía). Con ellos aprendí bastante de gramática, caligrafía y algo de lo que ha hecho de este país lo que aún sigue siendo.

El seminario era un sitio bastante particular. Había muchas restricciones, pero también licencias para explorar territorios como la biblioteca, donde a mis doce años descubrí las Novelas Ejemplares de Cervantes, cuya lectura animó al cura Gómez a sugerirme que escribiera una parodia de el "Coloquio de los perros", tal vez mi primera producción literaria.

Diré que fueron maestros mi hermana y mi cuñado "de ocasión" (ella y él se separaron muy pronto), porque entre los libros que expropiaban a las librerías caleñas me encontré con muchas de mis mejores lecturas de juventud.

Por cuenta de mi escaso "espíritu seminarístico" terminé matriculado en el Colegio de Cárdenas (Palmira), donde finalmente pude hacerme bachiller. De allí recuerdo al profesor Insignares, un médico frustrado que terminó enseñando anatomía, a Edgar Londoño (profesor de química orgánica, un tipo paciente, metódico y amable), a Arcesio Betancur (con clases de trigonometría, materia que hacía fácil y amena).

Mi universidad me regaló a Jesús Martín, a Hernán Lozano (mi maestro de maestros), a Estanislao Zuleta (a quien conocí mejor cuando alguien tuvo la feliz idea de entregarme setenta casetes de audio y más de mil hojas mimeografiadas para que transcribiera sus clases y sus conferencias registradas por entusiastas escuchas de sus charlas y sus clases), a Guillermo Restrepo (un matemático genial, creador de una maestría en matemáticas puras), a Germán Colmenares (uno de los impulsores del movimiento de la Nueva Historia), a Jorge Enrique Villegas (filósofo por vocación, maestro grato y amigo).

Hernán Lozano me hizo sentir ganas por enseñar, pues me tomó como su monitor apenas cuando cursaba el tercer semestre de mi pregrado. De monitor pasé a docente en una academia de carreras intermedias y desde entonces no he podido dejar de emocionarme cuando converso con la gente que anda en búsqueda de caminos.

He trabajado en muchos campos (aún en campos de algodón, en Andalucía, Valle del Cauca, o en el campo de la venta a domicilio de moras, en Palmira, y en las calles de la zona industrial de Bogotá vendiendo abrasivos), pero pocas veces he sentido la satisfacción que provoca el reconocimiento de un estudiante que agradece el encuentro, porque la docencia no se funda en el saber de un personaje que impresiona a alguien sino en la capacidad de seducción con respecto a determinados asuntos, con el éxito en la provocación a personas que aceptan interrogarse a sí mismas, con la confusión debidamente sembrada en unas mentes que el fin encuentran razones diferentes a las que validan las verdades de las ciencias para pensar el mundo.

Feliz día, alumnos!!!

4 comentarios:

  1. Puedo hablar sobre los textos, pero no los tengo en mi poder (cumplí un contrato, no soy el propietario de ese material). Quizás se pueda conversar en algún curso futuro...

    ResponderEliminar
  2. Tuviste los mejores y te hiciste el mejor. Porque si ellos fueron grandes Maestros, tú lo eres en el mejor sentido de la palabra. Feliz día, aunque pienso que el mejor reconocimiento que puede recibir un educador, no es que se le recuerde en una fecha especial, sino que haya una respuesta comprometida de sus alumnos, todos los días.

    ResponderEliminar
  3. Estimado Jaime, muy interesante el texto y más interesante aun que hayas montado ranchito aparte para dedicarte a diseminar tus palabras por otros aires.
    Un abrazo, Lalo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por los comentarios, así la salita va llenándose de amigos y pasamos al café mientras se nos ocurren otras conversaciones. Un abrazo.

      Eliminar