jueves, 5 de diciembre de 2013

MADIBA


"Amo de mi destino, capitán de mi alma"

En mayo de 2000 decidí perderme por las calles de Londres, en compañía de William y Anelio, dos indígenas Kunas que conocí cuando fui invitado por el Institute of Development Studies, de la Universidad de Brighton, a un Encuentro-Taller sobre "Comunicación para la Transformación Democrática de la Sociedad".

Perderse es esa forma de viajar que escogimos quienes no recalamos en hoteles y ansiamos tener real contacto con los sitios que visitamos, es decir con la gente que los habita. Y mis extravíos fueron seguidos por mis acompañantes, quienes no estaban interesados en los grandes monumentos para hacer fotografías en ellos sino en descubrir otro modo de vida, el de los londinenses atareados, el de millares de turistas del mundo entero queriendo untarse un poco de historia y disfrutando del verano que llegaba con soles esplendorosos y cielos azules, con días enormemente largos y sonrisas espontáneas en las calles.

Lo curioso de nuestra caminata dominical es que, andando sin rumbo, nos topamos con un busto de Nelson Mandela después de salir de una avenida y subir una escalera en medio de varios edificios, a pocas cuadras del Big Ben y el edificio del Parlamento, y un poco antes de llegar al "London eye", en una orilla del Támesis.

Dije curioso, pero creo que en el no calculado trayecto que recorrimos ese día terminamos por encontrar escenarios que corrientemente no se muestran en las guías turísticas, en los que afirmábamos la idea de que el mundo es cualquier parte y todas las partes, sobre todo en una urbe cosmopolita en la que una buena parte de los ciudadanos sabe valorar y respeta las diferencias con los demás habitantes del planeta.


Como sé que en estos días se contarán y se descubrirán cientos de historias sobre la vida de Nelson Mandela, y yo sé realmente poco sobre su vida, quiero compartir una idea que, creo, poco se resalta con respecto a la labor que este hombre generoso hizo por todos los sudafricanos.

Los noticieros y los periódicos del mundo entero hablarán sobre sus luchas. Yo siento que uno de los rasgos de grandeza de Mandela fue justamente percibir que la Vida no lucha, sólo persiste, se multiplica, se desarrolla, supera las amenazas y las contingencias que la acechan. La perspectiva de la lucha hace énfasis en la idea de una confrontación, de un enemigo, y en esa perspectiva es probable (suele ocurrir) que quienes aman la Vida terminen perdiendo batallas.

Mandela pensó de manera diferente, pues de otro modo habría transitado el camino de la mayoría de sus compatriotas víctimas del aparheid, una política de Estado construida sobre la idea de la superioridad de un grupo sobre otros, expresada mediante una segregación brutal y sangrienta. Había que pensar en un país posible para la minoría blanca y la mayoría negra, había que mostrarle al mundo que el absurdo sistema impuesto en 1948 subsistía porque otros países lo hacían posible al negarse a ver las inequidades y las injusticias del régimen, había que decir a grito herido que es posible un humanismo fundado en la solidaridad y la apertura de espacios para todos, porque ningún Derecho puede validarse con fundamento en la idea de que hay humanos que merecen más que otros.

Hay un cuestionamiento muy fuerte tras los gestos y las acciones de Mandela. Alguna vez Wilhelm Reich habló sobre la invitación que Jesús hacía para que cuando recibamos un golpe en una mejilla pongamos la otra ante el agresor. Y señalaba que el gesto no tiene la intención de darle aliento al agresor para que siga cometiendo tropelías sino para que descubra su cobardía frente a alguien que, inerme, lo enfrenta con argumentos y con razones.

Esta es mi nota de hoy. No se puede simplemente llorar y estar de luto.

Mi abrazo para los amigos que conversan conmigo cada vez que me leen.

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