martes, 25 de septiembre de 2012

«Alle menschen werden brüder»

La consabida nota previa: declaro, como ya lo hice con respecto a otros escritos, que las ideas que se expresan aquí NO SON exlusivamente mías, razón por la cual mis textos pueden ser reproducidos en parte o en todo, por cualquier medio, en cualquier lugar, por parte de cualquier persona, y utilizados como mejor le parezca a quien lo desee (sólo pido que se hagan citas literales, y que no se saquen de contexto las que se estimen convenientes o necesarias). Esta es la casa de quien quiera entrar, y cualquiera puede invitar a otros a que sigan, se sienten y conversen con los que me visitan (y conmigo).


De nuevo el tema es la solidaridad. Viene (no se había ido) porque en la columna de EL ESPECTADOR del pasado domingo (23 de septiembre) William Ospina publica la segunda entrega de una serie de textos sobre El trabajo. Esta vez titula El trabajo y el futuro (página 54 del periódico).

A mí se me antoja que reanudo una conversación que comenzó hace un poco más de diez años, en la segunda semana de junio de 2002, en la sede del Centro de Investigación de la Arquidiócesis de Cali, cuando celebrábamos la quinta jornada del Diplomado Estrategias de Comunicación para la Educación Ambiental, un cuento maravilloso que inventamos y se realizó mediante un convenio entre la Fundación HablaScribe y WWF-Colombia.


Aparte de que el diplomado convocó un grupo de personas de diversas regiones de Colombia, todas comprometidas con proyectos y experiencias transformadoras, en un trabajo formativo que vinculó docentes de varias universidades, amigos e investigadores, que se concretó en doscientas cuarenta horas de actividad presencial y en el diseño de proyectos de Comunicación para cada una de las organizaciones que envió algún representante a participar, en las diferentes jornadas que realizamos tuvimos invitados especiales, conferencistas que brindaron sus aportes generosos para las reflexiones y las propuestas de acción social que allí se gestaron. Ya habrá lugar para recordar a tantos cómplices.

William llegó al lugar en que nos reunimos, quizás el segundo o tercer día del evento, en horas de la tarde, advirtiendo que su agenda no le permitiría quedarse más allá del día siguiente, cuando haría su charla para los "diplomantes". Pero también supimos que tendríamos la noche para conversar.

No recuerdo los detalles de la conversación. Sí un salón, una mesa, una botella de "viche" que aportó Elizabeth Buttkus (Ospina no conocía ese destilado que hacen las gentes del litoral del Pacífico), y los temas generales sobre los cuales hablamos durante algo más de cuatro horas: por supuesto, las preocupaciones por los temas ambientales, las dimensiones social y política de la acción ambiental, tal vez algo sobre las circunstancias del momento en el país (estábamos ad portas del inicio del primer gobierno de Alvaro Uribe), la literatura, la necesidad de ser solidarios....

Una forma de conversar con escritores, ensayistas y poetas es seguir su obra. William, quien ha mostrado ser diestro en casi todos los dominios de la escritura, facilita la conversación al tiempo que permite que otros se hagan partícipes de ella. En mis más recientes ejercicios como docente he podido llevar a mis estudiantes a discusiones y a realizar ejercicios de redacción que se inspiran en algunos de los textos de Ospina. En particular, recuerdo ahora los ensayos de Los nuevos centros de la esfera (2001) y de América mestiza (2004). Pero también suelo apoyarme en la lectura de textos de Fernando Savater, de Estanislao Zuleta, de Octavio Paz, de Edgar Morin, de Alfredo Molano, de Ernesto Sábato... En general, busco textos que inviten a pensar nuestras realidades, porque me convencí hace ya mucho tiempo de que para poder escribir hay que tener ideas propias, posibilidad que sólo excepcionalmente ofrecen los textos académicos.

Nuestra conversación, que cada día enriquecen las circunstancias que nos hacen vivir las sociedades contemporáneas, se concentra cada vez más en aquello que pueda darle al mundo la oportunidad de albergar las generaciones que han de ejercer un nuevo humanismo: no el de los "derechos" impuestos por unos pocos, que consagran cientos de desigualdades, sino el que integra en la idea de la solidaridad el ejercicio de una política fundada en principios éticos. Es el humanismo de la solidaridad, que sólo puede darse en quien se reconoce en los demás.


Reconocerse en otros implica mucho más que hacer declaraciones que niegan la pertenencia exclusiva a determinadas formas de agrupamientos: los que reclaman una nacionalidad o una etnia distintiva (que importan, pero no justifican segregaciones, persecuciones, guerras y otras formas de asesinar); los que reivindican la supremacía de una creencia (que fomentan odios, que disfrazan culpas, que promueven otros tipos de guerras y otros modos de asesinar); los que legitiman poderes (de personas, de grupos, de partidos, de jefes, de directores, de capataces, de gentes que fomentan la división entre otras gentes para que las guerras y las demás formas de asesinar -física o moral o social o cultural o económicamente- las perpetúen en el ejercicio del poder ser a costa del ser de los demás); a una raza (para qué re-contar historias, si las más recientes las estamos padeciendo y todas hablan de dolor, de despojos, de exclusiones, y alimentan mil guerras y mil maneras de asesinar).

William Ospina dice lo mismo, con otras palabras. En Los nuevos centros de la esfera hay ensayos que tocan estos asuntos y hacen invitaciones similares (La revolución de la alegría, Porvenir y cultura), al igual que en América Mestiza, donde la secuencia de los textos re-piensa la historia del continente y termina con el sueño de El país del futuro.

A nuestra conversación he invitado a muchos pensadores de hoy y del pasado. Creo que toda gran literatura habla, en el fondo, de la necesidad del humanismo que particularmente Occidente ha evitado desde que quiso ser "moderno"; creo que toda filosofía aboga por ese humanismo que puede poner en su lugar los conocimientos y las tecnologías que en el planeta se aprovechan hoy para no reconocernos unos en otros y con otros.

El "muñequito" de arriba (Indalo, re-diseño de mi sobrino Alejandro a partir del dibujo de un hombre pre-histórico que se soñó PARTE DEL TODO y UNO CON TODOS), se propone como indicativo de una intención: la de esforzarnos por ser solidarios.

El logo-símbolo de la solidaridad se incluye aquí para que quien desee lo copie, lo replique, lo comparta, lo use, lo inserte en sus perfiles de redes sociales, en sus blogs, en sus correos electrónicos, en volantes, en camisetas, en ventanas, en tatuajes...  Se pueden añadir los dominios de cada intención y cada acción solidaria: solidarios con la educación, solidarios con las trabajadoras sexuales, solidarios con los ambientalistas, solidarios con los campesinos desplazados, solidarios con los marginados de los programas de salud, solidarios con los jóvenes, solidarios con la causa palestina, solidarios con las víctimas de cada conflicto, solidarios con los enfermos adictos de todo tipo, solidarios con la humanidad....

El logo (en formato jpg) puede editarse para añadir textos, ampliarse, reducirse, enviarse a amigos con las aclaraciones del caso, variar colores, compartirse del modo que se quiera. Con programas de edición de imágenes se puede trabajar.

La Revolución Francesa equivocó su lema: la igualdad debió ser el primer término del llamado, pues es la condición para que haya solidaridad y, luego, libertad.

La idea de una solidaridad cierta inspiró a Beethoven para componer su Novena Sinfonía: «Todos los hombres llegarán a ser hermanos...»




Va mi abrazo solidario para quienes "se hermanan" conmigo a través de mis escritos.

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