lunes, 27 de agosto de 2012

El método...

Ya se ha dicho que "método" es "camino". No es nuevo ni novedoso, aunque para muchos la idea resulte algo extraña, pues se acostumbraron a que los métodos sean llaves seguras para ingresar en dominios anhelados (la fortuna, el éxito, la riqueza, la buenaventura, el conocimiento...). La tradición occidental inaugurada por Renato Descartes privilegia esta última concepción del método, si bien el filósofo de La Haye tuvo la precaución de publicar su obra como "discurso" y no como "tratado", previendo eventuales disgustos y problemas con la iglesia católica, que ya había probado su malestar con ideas que no se acogieran totalmente a sus concepciones al llevar a Galileo a los tribunales de la Inquisición.

Nuestro sistema educativo afianza esta idea. Los estudiantes que terminan el bachillerato llegan a las universidades (cuando pueden) con la certeza de que los docentes poseen las claves de los métodos en cada uno de los cursos que trabajan. La perversidad del sistema comienza desde muy temprano, cuando se le hace pensar a los pequeños escolares que el saber se transmite de un individuo a otro a través del lenguaje, y que básicamente consiste en registrar mecánica y acríticamente el discurso de los maestros o las "verdades" consignadas en libros de texto. Así que lo que finalmente se asume como método en la mayoría de los casos es el conjunto de estrategias que permiten demostrarle a los maestros que se han memorizado bien sus palabras o algunos párrafos importantes de los escritos que les han impuesto.

El sistema, entonces, niega la posibilidad de pensar, y por esta razón niega la posibilidad de intentar y desarrollar métodos de trabajo que superen los "saberes" establecidos.


Suelo preguntar a mis estudiantes si conocen algún niño que no sepa cantar, o dibujar... Yo no conozco ninguno, pero sé que el ingreso a las escuelas y los colegios lleva casi inevitablemente a que los pequeños comiencen a dudar de la calidad y la belleza de sus dibujos, enredados en la idea de que no se puede colorear bien una figura si se desbordan las líneas de contorno de una figura, o de que los árboles son verdes y el cielo azul y el sol amarillo, y a olvidar la creatividad que anima las canciones que antes improvisaban simplemente para jugar, sin preocuparse por la afinación, la rima de unos versos o la concordancia con una fantasía que otros establecieron, con límites precisos, en tonadas que les obligan a repetir en coro, con ritmos y medidas y notas que no se pueden alterar.


La verdad es que, como afirmó Bertold Brecht en la Oda a la Educación, no se puede "saber" lo que simplemente se repite como eco de un supuesto saber que viene de afuera:
[...]
¡No te dejes convencer!
¡Compruébalo tú mismo!
Lo que no sabes por ti,
no lo sabes.

Repasa la cuenta,
tú tienes que pagarla.
Apunta con tu dedo a cada cosa
y pregunta: "Y esto, ¿de qué?
[...]
Es decir, lo que se supone que "nos enseñan" no conduce al conocimiento sino, en el mejor de los casos, al registro de un saber que otros han producido, en el cual confiamos porque no hay cómo dudar de la "autoridad" de alguien que creemos que sabe.

La vida académica lleva a que se pierda la confianza en lo que el estudiante puede lograr, proponer, crear, inventar... Peor aún, lleva a que los estudiantes asuman que todo saber es prestado, ajeno, que el conocimiento ya está dado y registrado en los libros o en las lúcidas mentes de sus docentes. Y así es imposible pensar.

Algunos profesores, que aprendieron tan mal como pretenden "enseñar", logran sembrar en sus estudiantes infinidad de ideas erróneas sobre muchos temas. Los "métodos" que proponen se reducen a uno: cómo identificar las ideas que se han validado sobre un asunto, y cómo memorizar esas ideas para poder "demostrar", repitiéndolas como loros, que algo se sabe. Y, entonces, los estudiantes "aprenden" que deben procurarse los "secretos" de los "métodos" de los educadores (y, en general, el método de éstos consiste en mantener alejados a los estudiantes de la posibilidad de que encuentren sus propios caminos, y los llenan de títulos y de autores, y les recitan teorías que no comprenden pero que han memorizado para poder mantenerse en sus pedestales, y los amenazan con exámenes en los que preguntarán por los conceptos menos claros y las exposiciones más farragosas de otros descrestadores).

El tema de la escritura, que es el dominio en el que intento trabajar, tiene en su base el problema de los métodos: ¿cómo puede escribir alguien que nunca pensó por sí mismo, que no apropió ideas porque siempre memorizó las ajenas, que nunca se atrevió a plantear sus opiniones porque de entrada estaban invalidadas por los saberes impuestos? Estanislao Zuleta, quien descubrió que el sistema educativo le impedía acceder a muchos conocimientos, renunció a terminar el bachillerato. Quería saber, no registrar información que luego se esperaba que repitiera, quizás toda la vida. Y se hizo autodidacta, y leyó todo lo que quiso, y llegó a dictar clases de Lingüística, de Psicoanálisis, de Teorías Políticas Contemporáneas, de Lógica y de muchas otras materias en la Universidad del Valle.

Los estudiantes nuestros no escriben porque algún profesor les "enseñó" que para escribir había que aprenderse los contenidos de los libros de español y literatura. Y quizás recuerden qué es un adverbio, o un gerundio, pero no son capaces de escribir. Otro profesor les dijo, y en la universidad lo repiten, que escribir bien es equivalente a dominar la ortografía. Pero no escriben porque no tienen ideas propias, no se les ocurre qué pueden decir que no haya sido dicho ya. No aprendieron a pensar y las universidades no aportan mucho para que eso ocurra, pues siguen reforzando la idea de que saber es poder repetir lo que otros dijeron y muchos más consagraron como una verdad.

 

El problema de los métodos bien puede ser el de la imposición de métodos. Imponer equivale aquí a negar cualquier posibilidad de actuar que se aparte del camino que recorrió quien pretende que enseña. La verdades "hechas" impiden que se piense el modo como se llega a ellas, y por éso difícilmente sabremos por qué los ángulos internos de un triángulo suman ciento ochenta grados (se impone, como un axioma, y no se discute), o qué significa que dos más dos suman cuatro. No recorremos el camino de la construcción del saber porque se nos obliga a "saber" (a registrar información para un inevitable olvido: de hecho, recordamos menos del 20% de lo que "aprendimos" en seis años de bachillerato, si acaso recordamos "temas" pero no el desarrollo de los mismos ni los modos de sustentar lo poco que se supone que sabemos sobre ellos).

Más allá de los asuntos del conocimiento académico, la idea de que para todo hay un método nos hace inútiles para muchos dominios de la vida práctica. Como se ha "encarnado" la idea de que los métodos son universales o únicos, andamos buscando "secretos" para hacernos un lugar en los espacios que creemos importantes: el método para destacarse en las empresas entonces será el de hablar mal de quienes vemos como competencia, el método para ascender en el trabajo será el de la adulación a los jefes, el método para sobresalir en la academia será el de hacer especialización y maestría y doctorado aunque no sepamos mucho, el método para alcanzar logros será desconfiar de los demás. Y por éso la fe ciega en los "métodos" nos hace insensibles, insolidarios, solitarios pescadores de las oportunidades que el sistema ofrece a quien es obediente, sumiso, esclavo de los métodos que ha consagrado la razón instrumental.


Pero seguiremos escuchando la voz de Antonio Machado, cantado por Joan Manuel Serrat o por Paco Ibáñez ("Caminante, son tus huellas / el camino, y nada más; / caminante, no hay camino, / se hace camino al andar. / Al andar se hace camino, / y al volver la vista atrás, / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar. / Caminante, no hay camino / sino estelas en la mar.").

Y quizás hagamos de éste un mundo mejor, cuando nos atrevamos a andar nuestros propios caminos sabiendo que no podemos ser sin los demás.

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