Pensar la Educación (I)
NOTA PREVIA: Me propongo exponer unas ideas, varias, aparentemente
inconexas y dispersas, sobre la educación en Colombia. La única razón es que
soy un buen educador (sin modestias, que serían la expresión de una impostura).
Como algunas de esas ideas pueden resultar polémicas, agradeceré todo
comentario de quienes lean mis textos, y lo asumiré como una exigencia para
que los escritos futuros sean más claros, mejor sustentados y siempre
propositivos y respetuosos con las opiniones de mis interlocutores. Los textos
serán relativamente cortos, no sólo porque me interesa que se lean completos
sino porque pienso que cada aspecto que trataré merece una exposición clara y
concisa, y de este modo es probable que haya más diálogos (y más ricos) con los
amigos que quieran conversar sobre ellos.
* * * * *
En el discurso de posesión para su
segundo mandato presidencial, Juan Manuel Santos señaló que su propósito
estratégico es convertir a Colombia en un país con equidad, en paz y educado.
Dijo Santos: “Una paz total no es posible si no hay equidad. Y la única forma de
lograr equidad a largo plazo es tener una población bien educada. Además, un
país educado es menos propenso a la violencia”.
Visto desde una perspectiva
social, los tres aspectos son uno mismo, si bien en el esfuerzo por alcanzar
metas específicas para cada uno de ellos habrán de cumplirse tareas que
nuestros políticos han desestimado durante toda nuestra historia republicana, o
frente a las cuales han hecho propuestas parciales y diseñado programas “funcionales”
que han asegurado el más triste de los resultados: un país desigual, en
permanente conflicto y con poca, casi ninguna, educación.
Quienes trabajamos en la
perspectiva de educar, más por vocación que por “profesión” (léase empleo), sabemos que la
educación que necesita este país no es aquella que se piensa cuando se trabaja
para cumplir metas con respecto a indicadores internacionales: importan la
cobertura, la profesionalización de los jóvenes, la diversidad en la oferta de
programas de formación, la intensidad de las jornadas académicas, la educación
de los educadores, la retención de los educandos en los centros educativos…
Todo esto importa, pero importa más contar con una educación que forme
ciudadanos pensantes, deliberantes, activos en sus comunidades, autónomos,
creativos, responsables, comprometidos con ellos mismos y con sus comunidades,
sean estas las que sean.
Hace algo más de tres meses
abandoné mis escritos regulares en este blog. Y no porque no se me ocurriera
qué decir sino porque sentí que había demasiadas inquietudes y que valía la
pena pensar con calma para exponer ideas que, aunque circulan hace buen tiempo
en los debates sobre la educación, no parecen haberse abierto paso
efectivamente. Se trata de ideas relativamente sencillas, que podrían servir
como referentes para una real transformación de un sistema educativo que anda a
paso lento y en ocasiones tortuoso y en muchas más oportunidades equívoco y en
otras más sin rumbo claro (o con un claro rumbo desastroso).
El primer obstáculo para una
educación como la que necesitamos es la idea de que la educación debe estar
orientada por especialistas en educación, y promovida por “educadores”. La
función se superpone a los propósitos, razón por la cual el sistema ha
concebido un aparato formador de esos educadores en términos de la función
misma: y la función habla de ciclos y de niveles, y habla de contenidos que se
ofrecen como una secuencia de paquetes de información supuestamente progresiva,
y propone áreas de formación que se plantean como territorios separados por
fronteras infranqueables, y entonces el “Mundo de la Vida” del que nos habla
Jürgen Habermas se fractura por completo en el proceso educativo, y la
educación se conforma con la provisión de datos para la memoria inmediata, y la
complejidad del mundo y de la vida se diluyen, y la existencia de las personas
tiene que ver muy poco o nada con toda suerte de “materias” que se supone deben
conocer los educandos, y la equidad no aparece siquiera en el horizonte más
lejano, y la paz es una quimera.
En un Seminario sobre Educación, realizado hace ya casi treinta años en la Universidad del Valle, me atreví a
decir que si la educación es tan importante para la sociedad no puede dejarse
en manos sólo de los educadores. Quise decir que los asuntos importantes de la
sociedad deben tratarse socialmente y considerar la complejidad de la sociedad.
Lo mismo debe pensarse cuando se habla de salud o de medio ambiente: dejar los
asuntos cruciales en estos dominios exclusivamente en manos de expertos o
especialistas no resuelve problemas, porque los problemas los debe resolver una
sociedad que los comprende y es capaz de pensar soluciones y de actuar para
transformar sus condiciones y sus realidades. Los expertos son muy importantes,
piensan mucho, y estudian y hacen propuestas, pero sus posibilidades de
intervenir directamente en la transformación del mundo social son menos que
reducidas. Además, el saber experto suele ser convertido por el sistema
educativo en un nuevo paquete de información que, si sólo se expone para que se
memorice y se recite, está condenado al olvido y poco impacto tiene en términos
de acciones transformadoras de la sociedad.
En otra oportunidad, tras
terminar un Diplomado en Estrategias de Comunicación para Educadores Ambientales, que diseñé y desarrollé en complicidad con WWF-Colombia, hablamos de distinguir entre informar, capacitar y formar. Y la mayoría de los
asistentes descubrió que invertía mucho (tiempo, dinero, energía) en informar y
capacitar, pero que poco formaba. Y reconoció, además, que las buenas
intenciones no bastan como principio o como fundamento en una acción social
educativa.
Los fracasos de nuestro sistema
educativo tienen que ver con algunos de los aspectos que acabo de mencionar.
Para colmo de males, las estrategias más recientes de nuestros gobiernos han
hecho énfasis en la ampliación de la cobertura del sistema, en la gratuidad de
la educación, en la ampliación de las jornadas educativas (doble jornada y
otras tonterías), sin transformar conceptos y criterios y orientaciones, sin
cambiar la educación. Más de lo mismo es, en suma, menos de lo necesario.
Por otra parte, el sistema se
acomoda a cada nueva “necesidad” de quienes piensan dirigir el país. Con cada
nueva detección de fracturas y de vacíos en la comprensión y sobre la acción de los
ciudadanos se piensa en una “solución” educativa: si hay problemas de salud, se
legisla en el Congreso para que haya una cátedra de salud; si hay problemas de
embarazos adolescentes y de violaciones o de ingreso temprano y poco consciente
a la vida sexual, se legisla para que haya una cátedra de educación sexual;
ahora se propone una cátedra de la paz, porque se vislumbra un posible acuerdo
en La Habana entre los negociadores de las FARC y los del gobierno nacional. Y
cada cátedra es, otra vez, un territorio aislado de los demás, y se convierte
en un inventario de fórmulas discursivas que se asumen como verdades que si se
exponen de cierto modo, y se memorizan provisionalmente, van a cambiar el mundo
de la vida. Y las cátedras son un nuevo fracaso, porque se van haciendo cada
vez más rígidas y estériles y aburridas.
Y cuando no se legisla para hacer
que el sistema educativo asuma la responsabilidad por los fracasos o las
limitaciones que la sociedad encuentra para alcanzar sus ideales, entonces se
legisla para limitar más a los ciudadanos, y se cambian los códigos para
incluir nuevos delitos o para incrementar las penas de los existentes. Y no
cesan la violencia intrafamiliar, ni los embarazos de las adolescentes, ni las
violaciones, ni el maltrato, ni el abandono…
Pienso en una educación que tome en consideración la sociedad sin fragmentarla, y que comprenda que toda expresión
de aquello que asumimos como “realidad” es compleja y debe abordarse en su complejidad.
Es todo (por ahora, porque apenas comenzamos a pensar lo que tenemos al frente).
En Bogotá, septiembre 23 de 2014