Lo más curioso y emocionante es que por esta vez
decidí comenzar por el título, opción que desaconsejo cotidiana y
semestralmente a mis estudiantes de la Universidad Central, entre otras razones
porque —como pude y supe decirles alguna vez— los títulos anticipados imponen
rutas que quizás no sean las que un buen texto decida, y nunca se sabe cómo
será el bebé que concebimos hasta no verlo con pies y manos y demás atributos y
extremidades reconocibles de la especie.
No es que rechace de entrada los hábitos, sólo que
con los años uno comienza a desconfiar de las rutinas (son tan aburridas
después de ene mil repeticiones…) y a querer asomarse al otro lado del espejo
para ver si quien vemos es quien somos o viceversa.
Apenas en una reciente clase se me ocurrió hablar
de lo importante y necesario que puede ser el atreverse a la tontería de
conversar con esa imagen que nos mira fijamente cuando entramos al baño con
intención de lavarnos las manos, o la cara, o los dientes. Si se quiere, mejor
todavía que nos decidamos a iniciar un interrogatorio inquisitorial, al final
del cual quizás lleguemos a enterarnos de las razones de nuestros innumerables
y frecuentes fracasos en el camino por hacer de las fantasías un poco de
realidad.
Me encantan los alrevesados, tanto porque envidio
a quienes logran torcerle el pescuezo a la normalidad como porque en los
dominios del lenguaje he encontrado verdaderas perlas, de aquellas que jamás
podrán cultivarse en fincas de acuicultura por más biólogos y sofisticaciones
tecnológicas que se inventen.
Mi palíndroma preferida siempre será RECONOCER,
palabra hermosa si las hay porque dice lo que dice al derecho y en reversa,
como la gente que de verdad se asume y se muestra ante los demás como de una
sola pieza, y no niega lo que es ni lo que quiere decir aunque la vean de
espaldas, o en contravía, o como quiera que la vean si es que la quieren ver.
La alrevesofía (que puede ser una variante de la
contralogía o de la mera indisciplina contumaz de quienes no quieren entender,
porque entender es casi siempre aceptar y no estamos para validar un mundo que
nos pesa por pesado y por triste) se nutre de palabrejas y frases que son
capaces de mostrar otros rostros de aquello que llamamos realidad. El maestro
Estanislao Zuleta (colombiano, que no por ello incapaz de auténticas
contravenciones a órdenes insulsos y hasta abominables) supo hallar vacíos en
formulaciones como aquella de que “La verdad os hará libres”, tallada en piedra
como si mereciera la inmortalidad y la recordación de una y todas las naciones
del orbe: simplemente afirmó que es la libertad la que posibilita que los
humanos seamos verdaderos, es decir ciertos y consecuentes. Es la libertad la
que nos hace verdaderos, porque en un ambiente realmente abierto y democrático
estamos obligados a dejar de fingir y no habrá normas ni obligaciones ni
etiqueta que te diga cómo o por qué pensar, decir o hacer lo que te venga en
gana.
Mi hallazgo en materia de sentencias memorables
que merecen la mirada en reversa tiene que ver con ideas como aquella de que
más vale pájaro en mano que cien volando, sospechosa forma de validar la razón
instrumental, o de traducir la maquiavélica afirmación de que el fin justifica
los medios. Como va el mundo, más valen cien pájaros volando sin la amenaza de
la extinción, como saben muy bien los amigos de la Asociación Calidris,
ganadora del premio Pablo Canevari.
Cualquier deconstrucción de máximas, refranes y
sentencias lleva a hallazgos interesantes, sobre todo si uno se sitúa del lado
del juego, que es también el lado de la reflexión y del riesgo, esa otra forma
de andar en contravía. Quizás lleguemos a saber que en nuestro medio el que
menos corre termina por perder opciones, que los últimos siguen siendo los desheredados
o los desplazados, que quien más abarca seguramente es porque aprieta a otros…
Se pueden proponer más, muchas más, y quizás con
el ejercicio que supone el atreverse a pensar al revés podamos hallar unas
cuántas certezas sorprendentes, y con un poco de suerte hallarnos un poco.
Bogotá, mayo 24 de 2012
Enhorabuena, Jaime, por levantar tu propia tarima. Eso es rico: uno escoge sus propias luces, su propio equipo de sonido, y presenta lo que quiera, cuando quiera y como quiera. Un paso vital hacia la expresión libre de lo que uno va creyendo, o descreyendo.
ResponderEliminarMe encanta el juego de cuestionar los adagios y en general los "pensamientos" de los famosos, por el sencillo motivo de que nunca encontré uno que no tenga dos lados. He pensado muchas veces en hacer una compilación extensa de refranes ambivalentes, con su respectiva contradicción al sentido popularmente aceptado, pero nunca le he dedicado tiempo a la idea, como me ocurre con tantas cosas. Quizá ahora, con la tecnología de la colaboración, y el contenido autogenerado, me resulte más fácil hacerlo con la ayuda de otros.
Tengo una duda y quisiera una aclaración. No es importante pero me gusta botarle corriente a estas cosas. Yo he creído que el vocablo "palíndromo" no se usa en género femenino, como sustantivo. Es decir, solo se usaría "palíndroma" como calificativo de sustantivos femeninos como palabra, o frase. Ej.: palabra palíndroma, frase palíndroma." Pienso, entonces, que cuando usas el término palíndroma, es como adjetivo y estás haciendo tácito el sustantivo palabra, pero me queda la duda, porque si el sustantivo tácito fuese, por ejemplo, vocablo, o término, entonces el adjetivo tendría que ser el masculino palíndromo.