Cuando un amigo se va…
Decía el maestro Estanislao
Zuleta que los griegos inventaron la perspectiva con respecto al pensamiento;
no aquella que la geometría, la pintura o la arquitectura vieron nacer con Filippo Brunelleschi a comienzos del
siglo XV, sino la perspectiva que nos regala la opción de relativizar nuestra
propia mirada sobre el mundo, esa potente perspectiva que abre la posibilidad
de erradicar del lenguaje palabras como “contrario”, “enemigo”, “amenaza”, “desesperanza”,
“desamor”, “lejanía”…
Hablo del amigo que se va en la perspectiva de aquellos
amigos que se quedan mientras viajo a Cali para reinventarme en el pedazo de
vida que me queda, para re-encontrar en los abrazos muchos otros que han estado
cerca durante quince largos años. Hablo con afecto y gratitud, principalmente
de un contingente enorme de alumnos que tuve la fortuna de encontrar en ocho
años de trabajo en la Universidad Central y uno en el Politécnico
Grancolombiano, sin olvidar a ninguno aunque ahora ya no pueda recordar unos
cuantos nombres… Ellos le dieron una razón a mi empeño por transformar un poco
la pequeña parcela en la que he vivido, me animaron a pensar, a formular
preguntas, a escribir algunas páginas, a compartir mis músicas y mis autores
predilectos, a imaginar el país solidario con el que me desvelo desde que tuve
conciencia sobre la inequidad, la perversión del poder, la inutilidad de la
acumulación, la belleza de nuestro planeta, los horrores de la historia de la
humanidad, las esperanzas que pueden salvarnos…
Encuentro que mi casa siempre abierta se convierte ahora en
decenas de casas con puertas abiertas para mí. Maravilloso y tremendamente
grato. Apenas sí camine unas cuantas calles de Cali y en menos de diez días me
encontré con una treintena de amigos. Los que quedan en Bogotá me acompañarán,
porque todos y cada uno saben que los llevo conmigo, con la gratitud de quien
sabe que la vida cierta se nutre del reconocimiento que hace posible cada
encuentro… Cada regreso a esta ciudad
será una fiesta, y me veré recorriendo de nuevo las calles y los sitios que me
recuerden (que me devuelvan el corazón que aquí palpitó).
Celebro poder escribir esta nota, confirmación de la existencia de las fuerzas
que me han movido a caminar y a emprender muchas búsquedas… ya sabemos que no
hay camino, pero es bueno confirmar que detrás nuestro hay una que otra huella.
Con lo mejor de mi afecto,
Luis Jaime,
En Bogotá, marzo 2 de 2017
P.S.: Agrego la letra de la canción:
En Bogotá, marzo 2 de 2017
P.S.: Agrego la letra de la canción:
Cuando un amigo se va
queda un espacio vacío
que no lo puede llenar
la llegada de otro amigo.
Cuando un amigo se va
queda un tizón encendido
que no se puede apagar
ni con las aguas de un río.
Cuando un amigo se va
una estrella se ha perdido,
la que ilumina el lugar
donde hay un niño dormido.
Cuando un amigo se va
se detienen los caminos
y se empieza a revelar
el duende manso del vino.
Cuando un amigo se va
queda un terreno baldío
que quiere el tiempo llenar
con las piedras del hastío.
Cuando un amigo se va
se queda un árbol caído
que ya no vuelve a brotar
porque el viento lo ha vencido.
Cuando un amigo se va
queda un espacio vacío
que no lo puede llenar
la llegada de otro amigo.
queda un espacio vacío
que no lo puede llenar
la llegada de otro amigo.
Cuando un amigo se va
queda un tizón encendido
que no se puede apagar
ni con las aguas de un río.
Cuando un amigo se va
una estrella se ha perdido,
la que ilumina el lugar
donde hay un niño dormido.
Cuando un amigo se va
se detienen los caminos
y se empieza a revelar
el duende manso del vino.
Cuando un amigo se va
queda un terreno baldío
que quiere el tiempo llenar
con las piedras del hastío.
Cuando un amigo se va
se queda un árbol caído
que ya no vuelve a brotar
porque el viento lo ha vencido.
Cuando un amigo se va
queda un espacio vacío
que no lo puede llenar
la llegada de otro amigo.
ALBERTO CORTEZ