SOBRE LA MANIPULACIÓN
En La tarea del héroe (Premio Nacional de Ensayo de España, 1982),
Fernando Savater propone una ética “cuyo fundamento es comprender al hombre
como ser activo” (reseña de la contraportada del libro). La ética debe ser el
objetivo de la política, pues de otro modo la democracia seguirá siendo apenas
un ideal, pero no una forma política efectivamente existente aquí y ahora.
Desde hace un poco más de diez
años, cuando leí por primera vez esta obra, La
tarea del héroe se convirtió en un referente permanente para muchas de mis
actividades como docente, y alimenta muchas de las reflexiones que me ocupan,
las mismas que comparto periódicamente con los amigos que me visitan o que
generosamente se asoman a mis textos.
La única complicidad que intento
establecer al escribir es la que se sustenta en la afirmación del derecho que a
todos nos asiste para encontrar razones comprensibles y válidas con respecto a
las decisiones que tomamos en cada escenario en el que actuamos. Es un derecho
de todos y ejercerlo nos permite con-versar con nosotros mismos y con personas
cercanas (no física sino existencialmente).
Dice Savater que “Cuando se
manipula a los hombres, aunque se empleen para ello palabras o signos de otro
tipo, siempre es el peso de la necesidad lo que les abruma, la mano asfixiante
de lo irremediable, de lo que carece de alternativa y elección”.
Se manipula, pues, porque hay
desesperación, porque no se ven salidas, porque no se comprende qué amenaza
pende como espada ominosa sobre quien acepta la “guía” de un “líder”, de
alguien que ofrece respuestas para preguntas que pocos hacen, como sucede con
los estudiantes de todos los países en todas las latitudes cuando aceptan que
un “profesor” (pocas veces un maestro) responda a sus inquietudes. Los
maestros, por supuesto, no dan respuestas: contra-preguntan.
A la desesperación no se puede
responder con fórmulas. Primero, porque a los desesperados (quienes no han
encontrado razones para la esperanza) no los mueven las mismas motivaciones (es
tan variada la forma como nos agreden, y son tantos los modos como nos
desencantamos). Si nos muestran que lo irremediable es perdernos, y perder la
razón de soñar, de creer, de inventar, de crear; y si aceptamos que lo
irremediable es real, probablemente aceptaremos que necesitamos un guía, algún
mesías que se ofrezca como generoso orientador de grupos, comunidades o países,
como líder o gobernante, para que señale el camino que debemos transitar.
Segundo, porque padecemos
circunstancias diversas: experimentamos situaciones que nos confrontan con
personas cercanas, con normas, con poderes, con afectos, con recelos, con
deseos.
Tercero, porque las llamadas “fórmulas”,
cuando se piensa en aplicarlas a la vida, muestran su improbable capacidad de
acertar. La vida es dinámica y sabemos que dos situaciones problemáticas que
parecen similares no producen los mismos resultados cuando se emplea para
resolverlas una única vía. La dimensión causal de cada evento se compone de
innumerables elementos, la mayoría de los cuales no alcanzamos a percibir.
Y Savater sigue: “…el énfasis en
la mano que el término manipulación
comporta, y que podría aparecer a primera vista como una limitación o una inexactitud
(cuando se refiere a humanos) aporta connotaciones que no dejan de ser
fundamentalmente relevantes para intensificar la noción intuitiva de que
estamos tratando: se refuerza la idea de posesión en su sentido más inmediato y
físico, destacando el carácter material y, por tanto, necesario —o que juega
con necesidades— del proceso, y también se facilitan imágenes de moldeamiento,
experimentación y empleo minucioso o esmerado de instrumentos con vistas a un
fin. Todas esas connotaciones cobran su pleno sentido a la luz del resto del
significado de manipulación, esto es,
el de que se refiere exclusivamente al manejo de cosas.”
Así, pues, quien manipula cosifica a los sujetos. Por ello el
término resulta más que adecuado para referirse a la intención del manipulador
de transformar a los manipulados en cosas, en objetos inertes y “sin posibilidad
alguna de subjetividad racional y de iniciativa creadora”.
El manipulador crea los
escenarios propicios para lograr su cometido. Se rodea de aquellos a quienes ha
manipulado previamente, mediante el ejercicio de otorgarles pequeñas dosis del
poder que detenta, a través de discursos irrefutables (“sustentados” en
creencias, en entelequias, en “verdades” que se imponen por la fuerza o por la
apropiación excluyente de recursos, entre ellos de la información o el
conocimiento que permitirían desnudar sus intenciones).
El manipulador agrede del modo
más infame a quienes manipula porque los convierte en cosas suyas. Los separa de lo que podrían alcanzar por su
iniciativa y su fuerza propia, les niega la posibilidad de saber, de pensar, de
elegir. Lo logra ocultando lo que contraviene sus ideas, o falseándolo, o
inventando lo que conviene para alcanzar su propósito.
En Colombia (en el mundo entero,
mejor) se miente y se manipula en todas las esferas del poder, tanto en las del
Estado como en las de las colectividades que lo mantienen, en los rígidos
círculos de quienes se proponen como guías incuestionables de otros, en las instituciones
“educativas” (en la medida en que todas ellas suscriben un discurso incontrovertible
que se traduce en unos programas con determinadas orientaciones y en unos
estatutos que generalmente abarcan dimensiones que van más allá de la expresa “intención”
de formar en una disciplina a los estudiantes que se matriculan). Cada quién
sabe en qué otros escenarios, comenzando por aquellos reducidos ámbitos en los
que crecemos.
Hago estas anotaciones porque en nuestra
historia reciente es cada vez más evidente que hay manipuladores en casi todas
las esferas de nuestra vida. En la política abundan.
La reflexión puede extenderse,
pero para comenzar valdría la pena que nos pensemos y que des-cubramos cómo y
por qué actuamos.
Con el guiño, un abrazo.