jueves, 2 de marzo de 2017

Cuando un amigo se va…

Decía el maestro Estanislao Zuleta que los griegos inventaron la perspectiva con respecto al pensamiento; no aquella que la geometría, la pintura o la arquitectura vieron nacer con Filippo Brunelleschi a comienzos del siglo XV, sino la perspectiva que nos regala la opción de relativizar nuestra propia mirada sobre el mundo, esa potente perspectiva que abre la posibilidad de erradicar del lenguaje palabras como “contrario”, “enemigo”, “amenaza”, “desesperanza”, “desamor”, “lejanía”…

Hablo del amigo que se va en la perspectiva de aquellos amigos que se quedan mientras viajo a Cali para reinventarme en el pedazo de vida que me queda, para re-encontrar en los abrazos muchos otros que han estado cerca durante quince largos años. Hablo con afecto y gratitud, principalmente de un contingente enorme de alumnos que tuve la fortuna de encontrar en ocho años de trabajo en la Universidad Central y uno en el Politécnico Grancolombiano, sin olvidar a ninguno aunque ahora ya no pueda recordar unos cuantos nombres… Ellos le dieron una razón a mi empeño por transformar un poco la pequeña parcela en la que he vivido, me animaron a pensar, a formular preguntas, a escribir algunas páginas, a compartir mis músicas y mis autores predilectos, a imaginar el país solidario con el que me desvelo desde que tuve conciencia sobre la inequidad, la perversión del poder, la inutilidad de la acumulación, la belleza de nuestro planeta, los horrores de la historia de la humanidad, las esperanzas que pueden salvarnos…


Encuentro que mi casa siempre abierta se convierte ahora en decenas de casas con puertas abiertas para mí. Maravilloso y tremendamente grato. Apenas sí camine unas cuantas calles de Cali y en menos de diez días me encontré con una treintena de amigos. Los que quedan en Bogotá me acompañarán, porque todos y cada uno saben que los llevo conmigo, con la gratitud de quien sabe que la vida cierta se nutre del reconocimiento que hace posible cada encuentro…  Cada regreso a esta ciudad será una fiesta, y me veré recorriendo de nuevo las calles y los sitios que me recuerden (que me devuelvan el corazón que aquí palpitó).

Celebro poder escribir esta nota, confirmación de la existencia de las fuerzas que me han movido a caminar y a emprender muchas búsquedas… ya sabemos que no hay camino, pero es bueno confirmar que detrás nuestro hay una que otra huella.

Con lo mejor de mi afecto,



Luis Jaime,
En Bogotá, marzo 2 de 2017

P.S.: Agrego la letra de la canción:


Cuando un amigo se va
queda un espacio vacío
que no lo puede llenar
la llegada de otro amigo.
Cuando un amigo se va
queda un tizón encendido
que no se puede apagar
ni con las aguas de un río.
Cuando un amigo se va
una estrella se ha perdido,
la que ilumina el lugar
donde hay un niño dormido.
Cuando un amigo se va
se detienen los caminos
y se empieza a revelar
el duende manso del vino.
Cuando un amigo se va
queda un terreno baldío
que quiere el tiempo llenar
con las piedras del hastío.
Cuando un amigo se va
se queda un árbol caído
que ya no vuelve a brotar
porque el viento lo ha vencido.
Cuando un amigo se va
queda un espacio vacío
que no lo puede llenar
la llegada de otro amigo.
ALBERTO CORTEZ