jueves, 18 de octubre de 2012

Amanda y millones más...


En alguna ocasión escribí que el suicidio es un crimen que la sociedad, por la mano interpuesta de la víctima, comete contra sus miembros.


El reciente caso de suicidio de una adolescente canadiense víctima de intimidación a través de Internet invita a pensar en que más allá de las denuncias sobre este tipo de trágicos acontecimientos, y de las razones  cercanas que los provocan, hay preocupantes síntomas de una sociedad que todo lo tolera, que todo lo convierte en espectáculo (por tanto, en hechos ocasionales y olvidables), entre otras razones por efecto de la masiva e incontenible difusión de información que hace posible un medio como la red de redes.

Los proveedores de servicios en la red acumulan ganancias a costa de públicos con toda suerte de conceptos e intereses, aprovechando la confusión que genera la circulación de mensajes de muy variados niveles y la idea de que en el ciberespacio todo vale si se trata de que una persona sea vista, leída, comentada, celebrada, atacada, expuesta...

Al final, no importan los nombres ni los lugares ni los hechos mismos. Todo pasa, nada queda. La ilusión de estar al día (que se satisface cuando se puede hablar en un corrillo sobre lo que todos los demás creen saber) gana adeptos en progresión geométrica. Miles de millones de jóvenes hoy en día simplemente registran datos para tener un tema de conversación con otros, así no tengan un particular interés por saber y no lleguen a establecer relación entre los asuntos que comentan y sus propios entornos o experiencias; o para impresionar en sus círculos de amigos con un "descubrimiento"; o para hacer constar que pertenecen a determinado círculo, definido por gustos o por creencias o por fobias... Y entonces no importa que se exponga a otros de formas que lesionen su dignidad, que invadan su privacidad, que ridiculicen sus ideas, que pongan en peligro su integridad.

En particular, como sucede en el mundo no virtual, particularmente en nuestro autocelebrado hemisferio occidental, suelen ser las mujeres las víctimas propiciatorias del desenfrenado afán de muchos por ganar un momento de fama a costa de una tragedia ajena, hasta el punto de que no sólo se busca tener información y "pruebas" (es decir, fotografías y videos) sobre los males que otros padecen sino que, cuando ésto no es posible, se llegan a provocar.

No afirmo que la red sea el origen de la intimidación. Afirmo que la banalidad que en ella cunde, y que en buena medida la sustentan las muy mal llamadas "redes sociales", es uno de los mejores abonos y un nuevo escenario para que estas prácticas proliferen, se enseñen y se aprendan.

La inmediatez gana terreno. Los árboles no dejan ver el bosque. La idea de un humanismo que nos de la posibilidad de comprender la complejidad del mundo en que estamos viviendo, y que lo haga más vivible para todos, apenas sí aparece en algún rincón. Los medios masivos no captan esta perspectiva, porque también en ellos la coyuntura, el acontecimiento, el espectáculo, son fin y medio de su existencia: mientras haya públicos atrapados siguiendo las sonseras de unas "celebridades", que ellas mismas fabrican para un momento, mientras haya terribles reacciones de la naturaleza frente a la intervención hambrienta de miles de empresarios insatisfechos con sus cuentas bancarias y sus posesiones, mientras haya millones de humanos en muchos países que padezcan por y para beneficio de unos pocos, todo estará bien.

Hace apenas cuatro días pude ver en un canal de cine de la televisión internacional, la película Verdades que matan, en la que se aventura una hipótesis (o se denuncia una verdad) sobre los centenares de asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez (Estado de Chihuahua, México). La trama revela que la búsqueda de los asesinos por parte de una periodista de The Chicago Sentinel se ve sistemáticamente obstaculizada por las autoridades de esta población del norte de México, a orillas del río Bravo, por políticos estadounidenses beneficiados con el Tratado de Libre Comercio celebrado entre Estados Unidos y México, por policías y miembros del ejército mexicano, por ilustres y nuevos habitantes de la ciudad, todo para que no haya "mala prensa" y se pierdan los miles de millones de dólares que producen las maquilas que desde entonces abundan en ella.



Ciudad Juárez dejó de ser una "villa" agrícola para convertirse en un descomunal centro industrial. En Ciudad Juárez antes y después de la maquiladora. Una visión antropológica, se afirma que

"...la ciudad se ha extendido desmesuradamente hacia el sur y sureste, hacia el desierto y hacia el Valle, respectivamente; transformando este último, de economía agrícola, en industrial y de servicios. Para ello se han construido miles de casas habitación, carreteras, calles, decenas de supermercados y centros comerciales, negocios, talleres, parques industriales y plantas maquiladoras por todas partes. Además, se encuentra en la confluencia de tres estados: Texas y Nuevo México, en Norteamérica, y Chihuahua, en México."
Vuelvo al punto inicial (el bosque tras los árboles). Cuando en la película se llega a des-cubrir (debe escribirse así, para que hagamos conciencia de que la mayoría de las atrocidades que llegamos a conocer alguien las mantenía ocultas) quiénes están tras los asesinatos de las mujeres de Ciudad Juárez, la mayoría de ellas jóvenes que sostenían con su trabajo en las maquiladoras a sus familias, mujeres provenientes de todos los rincones de México, muchachas seducidas por el "sueño americano" (la mayoría buscaban trabajo pensando en ahorrar para algún día cruzar la frontera), el Director de The Chicago Sentinel (repito el nombre para que no se olvide, pero aclaro que podría ser cualquier periódico de cualquier otro lugar) le dice a su reportera que desista de la publicación (a pesar de que él mismo la animó a investigar), con el argumento de que hoy en día el periodismo debe atender a tres referentes que determinan su sobrevivencia: "el Libre Comercio, la globalización y el entretenimiento".


Pero el director no se queda allí. Añade, intentando que su reportera acepte olvidar su trabajo, que "Hay leyes para los que tienen dinero y otras para el resto de la gente". Los directores de periódicos y de otros medios masivos saben qué es rentable y qué no; los jueces y la policía saben qué crímenes se persiguen y cuáles generan "mala prensa".



La confusión (la mezcla de realidades que parecen no tener que ver entre ellas) es muchas veces condición para la comprensión: al final, queda claro que nuestro gran Occidente se sustenta en gigantescas mentiras, en desigualdades y en crímenes; queda claro que la banalización de las tragedias de la mayoría de nuestros pueblos es condición necesaria para garantizar la impunidad de miles de asesinatos de todo tipo; es evidente que convertir en espectáculo todo lo condenable de nuestras sociedades, de nuestros sistemas políticos y económicos, asegura la tranquilidad de los criminales y permite que el "desarrollo" siga su curso.

¿Quiénes están tras la muerte de cientos de mujeres en Colombia? ¿Quién promueve la intimidación, el maltrato y los asesinatos que todos los días registran los noticieros de la televisión y los diarios del país?

Hay una forma de la solidaridad de la que poco hablamos, y tiene que ver con que nos atrevamos a saber. Después, cada quién decidirá si sigue siendo espectador y cultivando el olvido.